Hacia las cuotas de carbono personales
«Podemos discutir la gravedad del cambio climático, pero que nadie me diga que esto del apocalipsis climático no tiene un enorme componente de control y poder»
Muchos de ustedes estarán al corriente de los sistemas de cuotas de carbono que se han implantado en diversos mercados con el objetivo de luchar contra el cambio climático. Estos sistemas, que suelen aplicarse a empresas que operan en sectores considerados contaminantes, se basan en asignar a cada compañía una cuota de emisiones de carbono. Para reducir la contaminación, a cada empresa solo se le permite producir una cantidad concreta de emisiones y, más allá de ese nivel asignado, se la penaliza gravemente. En sentido inverso, si una empresa genera menos emisiones de las que le corresponde, podrá vender la parte que le sobre a otras compañías que la quieran comprar.
Estos mecanismos de cuotas empresariales pueden tener cierta lógica, aunque también causan impactos negativos en el crecimiento económico por culpa de un alarmismo climático injustificado. Sin embargo, hoy quiero poner el foco no en las empresas, sino en la potencial –y previsible- extensión de estas cuotas de carbono al ámbito personal.
Esto implicaría asignar a cada persona una cuota específica del carbono que puede emitir. Al igual que en el sector empresarial, quienes consuman menos de su cuota podrían vender el excedente, mientras que aquellos que superen el límite se enfrentarían a severas multas o castigos. Todo ello, ya imaginan ustedes, se justificaría con tal de frenar ese apocalipsis climático eternamente inminente.
Sería como una especie de carnet de conducir por puntos, pero con nuestras emisiones de carbono. Nuestros puntos de carbono no se irían reduciendo al cometer infracciones, sino con todas y cada una de nuestras actividades diarias. Todas nuestras acciones llevarán asignadas su correspondiente emisión de carbono: conducir el coche, pues tanto CO2; viajar en avión, otro tanto; comer carne, otro más. Y así con todo: encender la calefacción, pedir un paquete por Amazon, coger el autobús, cargar nuestros aparatos eléctricos, etc.
Cada uno de nosotros iría consumiendo su cuota de carbono y tendríamos que amoldar nuestro estilo de vida para no quedarnos sin puntos. ¿Que quieres coger un avión para ir a visitar a tu familia pero no tienes puntos? Pues no va a ser posible, así que reserva tren. ¿Quieres comer otro filete de ternera pero no te queda cuota? Pues te aguantas. ¿Tienes calor y quieres poner el aire? Ya sabes.
«Sería un ejercicio de ingeniería social de la escala del comunismo pero esta vez justificado con tal de salvar el planeta»
¿Cuáles serían las consecuencias de la introducción de las cuotas de carbono personales? La pérdida total de libertad, la ampliación del control del Estado y la efectiva creación de una super casta davosiana no sujeta a las reglas comunes. Ya no podríamos decidir qué hacer con nuestras vidas, sino que estaríamos supeditados a nuestra cuota de emisiones arbitrariamente asignada. Nuestras preferencias de vida estarían de facto diseñadas por esa élite burocrática global que nos diría qué podemos o no podemos hacer. Sería un ejercicio de ingeniería social de la escala del comunismo pero esta vez justificado con tal de salvar el planeta.
Mientras la mayoría de la población vería su estilo de vida seriamente limitado, esa superestructura que se reúne en Davos quedaría por encima de las normas comunes. Esa élite, los neo-malthusianos del siglo XXI, podrá continuar con una vida no limitada por huella de carbono alguna, pues podrá comprar los excedentes de otros, o pagar las multas que para ellos serían calderilla. La masa tendrá que viajar en tren y comer productos sintéticos mientras que ellos, los impulsores de este sistema, volarán en sus jets y comerán solomillo de Kobe.
Siempre me ha resultado curioso como todas las imposiciones climáticas defendidas por el progresismo global acaban perjudicando a los más pobres y vulnerables, la gente que ese mismo progresismo dice defender…
Porque este escenario no es algo conspiranoico ni irreal. No me queda duda de que el objetivo de la secta davosiana es implantar estas cuotas en los próximos años. Se puede comprobar tanto por diversas narrativas surgidas recientemente –curiosamente bien financiadas y estructuradas – como por medidas que ya están tomando algunos gobiernos. Sin ir más lejos, en Francia y en España ya se están prohibiendo los viajes en avión para trayectos cortos.
«Muchos bancos ya nos indican en el extracto bancario mensual cuál ha sido nuestra huella de carbono personal»
En cuanto a las narrativas, ¿no les suenan las famosas ciudades de 15 minutos, que están siendo promovidas últimamente? ¿No les resulta curioso el empuje reciente por dejar de comer carne y sustituirla por alternativas sintéticas? ¿Alguien, hasta hace pocos años, les había sugerido no ya la virtud, sino tan siquiera la posibilidad de comer insectos?
Otros ejemplos de esta narrativa que nos están colando hasta en la sopa: muchos bancos -sin que nadie se lo haya pedido- ya nos indican en el extracto bancario mensual cuál ha sido nuestra huella de carbono personal, calculada en función de nuestros gastos y consumos. También han florecido una legión de apps y de portales donde cada uno puede calcular sus emisiones personales. Otras grandes corporaciones están o ya han desarrollado sus propios trackers de carbono para sus usuarios. Por ejemplo, el presidente del grupo Alibaba se hizo viral hace un par de años por expresamente admitir esto en –adivinen- el Foro de Davos.
Es decir, esto no es un peligro futuro teórico, sino que se están dando pasos reales, tanto legislativos como sociales, para su eventual implantación. Sin embargo, existe un problema técnico que impide la plena adopción de estas ideas: que, hoy en día, no se pueden rastrear todos los consumos que cada uno de nosotros realizamos y, por lo tanto, no se puede calcular realmente nuestra huella de carbono. ¡Bendito efectivo, que nos permite mantener nuestra libertad frente a este tipo de sistemas!
De ahí que sean tan preocupantes las constantes restricciones al uso del efectivo que nos van imponiendo (en esta ocasión, con la excusa de la lucha contra el blanqueo… siempre se dan excusas supuestamente nobles que enmascaran objetivos mucho más perversos).
«De implantarse monedas digitales, nuestras transacciones serán automáticamente documentadas»
Y todavía más preocupante es el desarrollo por parte de los bancos centrales de las Central Bank Digital Currencies (CBDC), el dólar o euro digitales. De implantarse estas monedas digitales, desaparecerían el metálico y todas nuestras transacciones serán automáticamente documentadas en los sistemas digitales de los bancos centrales. Los gobiernos sabrían qué gastamos, dónde lo gastamos, cuándo y cómo. Los ciudadanos no tendríamos ningún tipo de privacidad ni de libertad, mientras el gobierno tendría poder discrecional para imponer políticas y sanciones de manera casi instantánea, creando un estado de vigilancia omnipresente. Tendríamos el sistema de crédito social de la China comunista aplicado en Occidente pero, claro, «hay que salvar el planeta …»
Podemos discutir la gravedad o no del cambio climático y las medidas necesarias o prudentes para hacerle frente pero, por favor, que nadie venga a decirme que esto del apocalipsis climático no tiene un gigantesco componente de control y poder.