Árbitro judío
«Entre las imágenes más memorables de aquellos años, me sigue impresionando la de Ochaíta, en un Español-Barça, abriéndose paso hasta el córner para escupir a Guardiola a medio metro»
A mediados de los ochenta, en la valla del Gol Sur de Sarriá acostumbraba haber uno o dos paños con la esvástica, y tampoco faltaban la cruz céltica ni la efigie de Rudolf Hess. El menú que dispensaban las Brigadas Blanquiazules apenas admitía variaciones: siempre había cicuta. Yo vivía entonces inmerso en un desacuerdo crítico, extraexistencial, cual era intervenir como militante de la Liga Comunista Revolucionaria en el movimiento antimilitarista y, los domingos, animar en el cemento a mi Español junto a un enjambre de nazis. Yo era un perfecto cretino, de ahí que cada tanto me ponga, para recordármelo, el vídeo de Federico diciéndole a Pábler: «Me recuerdas a mí cuando era un gilipollas».
Cuando nos visitaba el Barça, los doscientos culés que constituían el embrión de los Boixos tomaban el córner junto a la tribuna vieja y nos intercambiábamos huevazos, pesetazos, durazos… en una escalada armamentística que llegó a las pilas de petaca, las bolas de plomo y el navajazo mortal, el 13 de enero de 1991, a Frederic Rouquier, después de un Español-Sporting en que, mal me está decirlo, perdimos 0-2.
«Los desplazamientos daban para más de una reyerta, pero ninguna tuvo el aspecto de estas hakas a sillazos tuteladas por la policía, esto es, sufragadas por el Estado»
Los desplazamientos daban para más de una reyerta, pero ninguna tuvo el aspecto de estas hakas a sillazos tuteladas por la policía, esto es, sufragadas por el Estado. Los nuestros fueron días coléricos, selváticos; de ventisca, autopista y extrarradio. Entre las imágenes más memorables de aquellos años, me sigue impresionando la de Ochaíta, en un Español-Barça, abriéndose paso hasta el córner para escupir a Guardiola a medio metro; falló, por cierto. Y qué decir de los cánticos, coreados por miles de españolistas menos yo: «Io, io, io, árbitro judío». «Lasa y Zabala dónde estáaaaan, dónde estáaaaan, dónde estáaaaan». «No son españoles, son hijos de puta». «Seis millones más, a la cámara de gas». La policía nacional no quedaba al margen del folklore: «Que se vayan, se vayan de aquí; que se vayan, se vayan, se vayan, y que venga la Guardia Civil». El broche: «Sieg heil».
«Menos yo», exacto, no sólo porque me lo impedía una aduana moral, o la militancia en la LCR; también porque me ponía cachondo emular a August Landmesser, el nazi de la foto que no saludó a la romana. Sí, fui un agente provocador, un disidente juguetón en un hábitat en que ser ‘sólo’ perico te salía caro, de ahí, entre otras cosas, que me parezca una vulgaridad justificar según qué actitudes invocando el comodín del «eran otros tiempos». No, eran los mismos. Lo que ha variado es la impugnación general del dicho «lo que pasa en el campo se queda en el campo», enunciado vertebral del código mafioso que venía procurando impunidad a quienes, en los estadios, entonaban el «Io, io, io…».
Porque lo que pasaba en la grada, jamás quedaba en la grada.