Begoña Gómez o la insoportable cutrez del ser
«Pocas cosas hay menos feministas que los logros por encamarte con alguien, ya sea que te pongan un pisito en Las Ramblas o una cátedra en la Complutense»
A Begoña Gómez no le bastaba habitar en la Moncloa a la que entró a hombros de filoetarras, golpistas y malversadores, no, ella quería más, ella aspiraba a tener la carrera profesional que no había logrado conseguir por méritos propios. Y no era aquello de quod natura non dat, Salmantica non praestat, porque es que ni tan siquiera se había molestado en pasar por Salamanca, o no había podido, vayan ustedes a saber. Pese a no tener ni una mala licenciatura, sino tan solo un titulillo de la Srta. Pepis en Márketing, la pusieron a dirigir un máster y le montaron una cátedra. Se supone que una cátedra corresponde a un profesor universitario con una sólida carrera docente e investigadora, pero en este caso, se trata de una simple bachiller y, de repente, todo un carrerón académico por estar casada con el presidente del Gobierno.
Luego, eso sí, no se pierde una cabecera del 8-M, pese a que hay pocas cosas menos feministas que los logros por encamarte con alguien, ya sea que te pongan un pisito en Las Ramblas, una mercería en Valladolid o una cátedra en la Complutense. No hay ninguna duda que la carrera profesional sobrevenida de Begoña Gómez es fruto de ser la mujer de Pedro Sánchez y es tan fácil de comprobar como cotejar su trayectoria antes y después de que su marido se alzara con el poder. Y es que, oye, fue pillar él el cargo en 2018 y pasar ella de reclutar personal para recoger donativos a ONG a directora del Africa Center.
Si bien nada de lo anterior es ilegal, sí que resulta poco ético y, además, un insulto a todas esas personas que han dedicado su vida a lograr un puesto en las universidades españolas, lo que suele suponer un gran sacrificio personal y periodos de precariedad económica y laboral. Por otra parte, cualquiera que haya trabajado en una universidad pública sabe las fatiguitas que pasan las facultades para poder sufragar gastos y lo escasos de fondos que andan todos los departamentos y, sin embargo, Gómez contó con 60.500 euros de la Complutense para montar una web con la que capta clientes para su empresa privada.
Vamos, que no es solo que esté ocupando una plaza que no le corresponde, sino que, además, le estamos financiando entre todos su ‘negociete’, con un dinero que tendría que estar siendo invertido para la mejor formación de los alumnos y no para su lucro personal. Y es que Begoña Gómez encaja a la perfección en lo que en el mundo anglosajón denominan una wannabe, porque todo en ella es falsa apariencia y pretensión de ser lo que no es. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que tanto su verdadera aspiración como la de su marido es encabezar la jefatura del Estado y de ahí los reiterados saltos de protocolo de ambos cada vez que coinciden con los Reyes o sus viajes internacionales en los que consta como Primera Dama pese a que, obviamente, no lo es.
«La esposa de Sánchez debería hacer público el patrimonio que tenía antes de que su marido llegara a la Moncloa»
Claro que debe de ser eso de que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión, porque todo en Pedro Sánchez es impostado, desde su tesis doctoral hasta su interminable retahíla de mentiras. Y ahora, en vista de que en España no puede salir a la calle sin que lo abucheen, se va de gira y, pese a que a nivel internacional es un cero a la izquierda –como lo ha definido el ministro israelí Amichai Chikli-, se dedica a pedir la paz en el mundo como si fuera una Miss y, de paso, a hacer el ridículo, porque realizar una campaña a favor de un Estado palestino justo cuando a Irán le da por atacar Israel, no condenarlo como sí hicieron el resto de democracias y tener que sacar un tuit al día siguiente con una condena a todas las violencias al más puro estilo etarra no lo deja (y lo que es peor, no nos deja) precisamente en un buen lugar.
Todo lo descrito hasta aquí es, sobre todo, cutre y da bastante vergüenza que algo así ocurra en nuestro país, pero la realidad es que por muy poco ético que resulte, no es delictivo. Tampoco se ha considerado -de momento- delictivo que Industria contratara a Barrabés para promocionar a Begoña Gómez «por orden de Moncloa» ni que el Gobierno usara 200.000 euros de nuestro dinero para pagar las jornadas de Begoña Gómez y su gurú en Ifema, ni que Calviño inyectara 4 millones de créditos ICO a la empresa de ese señor ni que Sánchez le soltara 340.000 euros; ni el apoyo recibido de la ministra Maroto para la promoción empresarial de Gómez en la República Dominicana; ni que Marlaska contratara al contacto de la misma pese a que la Guardia Civil había detectado que vendía mercancía con defectos críticos; ni que Industria diera 10 millones de los fondos europeos a empresas amadrinadas por ella; ni que 200.000 euros de Correos fueran a la empresa recomendada por Begoña por un curso de Filosofía Agile; ni que el exconsejero delegado de Globalia y el cabecilla de la trama Koldo se reunieran con ella y que luego se vieran beneficiados del Gobierno, pero todas las actividades me parecen, cuando menos, poco éticas y me gustaría recibir una explicación para asegurarme de que no hay nada irregular en estas y otras muchas situaciones comprometidas en las que aparece el nombre de Begoña Gómez.
Y, para acabar ya de disolver todas las dudas, en un ejercicio de transparencia que creo que nos merecemos, la esposa de Pedro Sánchez debería hacer público el patrimonio que tenía antes de que su marido llegara a la Moncloa para poder cotejarlo con el actual. Diría que es lo mejor que podrían hacer para limpiar su maltrecha imagen y que nadie pudiera pensar que, además de cutres, se están aprovechando del cargo. Para la tranquilidad de todos, digo.