Salir de la noche vasca
«Los familiares merecen que se investiguen los 300 asesinatos de la banda terrorista que quedaron sin aclarar y que se elimine cualquier símbolo en recuerdo de ETA»
La oscuridad de la noche del terrorismo y la muerte se cernió durante muchos años sobre España y el País Vasco. En 2011 la serpiente etarra dejó de matar, pero no abandonó su semilla de odio y de inmoralidad. Sus hijos políticos ni pidieron perdón ni se retiraron a la oscuridad que merecían; se les blanqueó como «hombres de paz» (Zapatero dixit de Otegui) y se les honró con homenajes al salir de la cárcel. Mientras, los familiares de las víctimas sufrían en silencio la rehabilitación social y política de los asesinos. Síntomas de una sociedad enferma. No sé exactamente cuando se descomponen las sociedades, pero una parte de la vasca lo hizo cuando avisaba a los verdugos de ETA de los movimientos o costumbres de sus futuros objetivos; cuando miraba hacia otro lado tras los crímenes; cuando las víctimas vivían como leprosas teniendo que marchar fuera de su tierra ante el vacío de sus vecinos e incluso ante la insoportable convivencia de las familias de los muertos con los terroristas una vez excarcelados.
«Los Terneras y Oteguis nunca han tenido la capacidad de pedir perdón a las víctimas y sus vástagos de Bildu tampoco»
La delicadeza con las víctimas ha brillado por su ausencia en una buena parte de la sociedad vasca ya sea por el silencio cómplice o por la connivencia con los etarras. Los Terneras y Oteguis nunca han tenido la capacidad de pedir perdón a las víctimas y sus vástagos de Bildu tampoco. El perdón de los primeros debería consistir en que ni tan siquiera osaran con molestar con su presencia pública en las instituciones. Como bien explica en su libro Salir de la noche el periodista italiano, Mario Calabresi, cuando indaga sobre la muerte de su padre por los disparos del terrorismo de izquierdas durante los Años de Plomo en Italia, los asesinos fuera de prisión deberían tener la sensibilidad de quedarse atrás, de no presentarse a un cargo público, aunque se lo permita la ley. Es un insulto a los familiares de los muertos por el terrorismo, que los asesinos, que nunca dejan de serlo tras cumplir su pena, aparezcan en carteles, telediarios, homenajes y premios. La sociedad e instituciones que lo permiten están enfermas y carecen del mínimo rigor ético. Me produce asco que una víctima, cuyo dolor nunca se apaga del todo, tenga que soportar la infamia del silencio; pero sobre todo esos ongi etorris a las alimañas que con la cabeza alta se jactan de haber matado a niños y servidores públicos en nombre de una ideología.
Además del perdón, los familiares de las víctimas merecen que se investiguen los 300 asesinatos de la banda terrorista que quedaron sin aclarar y que se elimine cualquier símbolo en recuerdo de ETA. También es necesario que esos casi 900 muertos no queden en el olvido y se recuerde en los colegios su contribución a la democracia frente a la barbarie etarra.
Mientras parte de la sociedad vasca no haga el acto de contrición de aislar al asesino y no al inocente, no habrá superado la enfermedad ni habrá alcanzado el mínimo estándar de moralidad. Una ética de la que carece el PSOE actual que, pacta en Madrid y Navarra con Bildu olvidando los muertos en la cuneta de la memoria, y ahora, por cálculos electoralistas, le exige condenar el terrorismo en las elecciones vascas que hoy se celebran.
El rumbo moral no solo lo perdió Bildu sino también el PSOE de Sánchez. El problema ya no es de la izquierda abertzale ni del partido que gobierna en España sino de quienes votan y jalean sus mentiras y vueltas de tuerca en una sociedad incapaz de salir de la noche. Una sociedad que no marca determinadas líneas rojas en su conciencia colectiva está condenada a repetir la historia.