Turismo: más y más y más
«Si el turismo de los años 60 fue bueno, porque ayudó a abrir una España cerrada, todo se fue convirtiendo en parajes y playas destrozadas y más y más chafarrinón»
Perdónenme que no hable de Pedro Sánchez, a horas de que rompa su silencio o abra su corazón, misterioso y raro. Todo se ha dicho, que está herido, acorralado, que es un villano o un incomprendido santo -casado-; que es un falsario o que es José de Arimatea, y aún más se ha dicho, que Israel, que controló el móvil del presidente (nada de su gusto) es el que puede soltar las peores verdades del barquero, con Begoña y mucho más allá de la enamorada… No tengo simpatía por los garabatos que hace Sánchez, pero hasta ahí llego, por hoy no más… Que Petro salga en defensa de Sánchez -falta Maduro- da qué pensar.
Estos días, desde Canarias y en todo el territorio nacional, pero podrían haber sido otras autonomías, se ha gritado: Canarias no aguanta más. El turismo lo está deshaciendo todo. 15 millones de turistas al año (en las islas) la mayoría de muy bajo coste, lo comprendo, es insoportable. También podría hablar Baleares -con engendros como Magaluf- o las costas mediterráneas, prácticamente al completo. El tema es delicado: una de nuestras mayores fuentes de divisas es, a la par, una de nuestras mayores epidemias en destrucción del medio ambiente, en chabacanería y en vulgaridad, con británicos John Bull a la cabeza. Hay que decir enseguida que, si el incipiente turismo de los pasados años 60 fue bueno, porque ayudó a abrir una España cerrada y de sacristía, todo -a no mucho tardar- se fue convirtiendo en parajes y playas destrozadas y más y más chafarrinón. Los gobiernos de España (del color que fueren) han fallado burdamente con la ola turística de bajo coste, porque sólo han visto en ella el arca burda del que sacar doblones. Y el turismo -lo dije otra vez- está siendo la marabunta.
La Costa Azul francesa o la Costiera amalfitana al sur de Nápoles, son lugares turísticos desde finales del siglo XIX, cuando nuestro atrasado y empobrecido país apenas atraía a cuatro viajeros en mula, que aún soñaban con bandoleros. ¿Por qué, aunque algo hayan decaído ante la masa, Niza o Cannes o Amalfi o Capri, se siguen viendo como solicitados paraísos, mientras que Palma, Ibiza, Benidorm o Lanzarote son pasto de la barbarie del mogollón? Es el turismo caro contra el turismo barato o muy barato o todo vale. Es eso. Entonces las clases medias bajas, ¿no tienen derecho a viajar o a veranear? La democratización de la maleta. Claro que tienen derecho, pero (tristemente) bajo cuotas o control. Igual que muy pronto visitar Toledo o Roma, Venecia o Atenas tendrá que tener un cupo diario de visitantes para evitar el deterioro y para que la visita pueda ser digna y no abarrotada, mocosa y chapucera -que ya lo es- de igual modo, ciertos enclaves placenteros, también deberán tener un numerus clausus por el bien general. ¿Imaginamos una isla tan deliciosa como La Palma, «la isla bonita», colmada hasta la bandera de turistas sin control, pensiones de baratija y sangría a barra libre? Es inimaginable porque la isla (y otros tantos enclaves) aparecería cubierta por un negro manto de vulgares hormigas carniceras y pronto no habría nada para nadie. ¿Se han dado cuenta los gobiernos nacionales de todo esto? Pues no, o miran para otro lado como el Gobierno actual. Se está permitiendo que España aparezca cada vez más destruida por el turismo inculto y masivo, como a Sánchez le da igual el independentismo con tal de gobernar él. Digámoslo claro, la actual política turística española de todo vale es insostenible.
«Muy pronto visitar Toledo o Roma, Venecia o Atenas tendrá que tener un cupo diario de visitantes para evitar el deterioro y para que la visita pueda ser digna y no abarrotada, mocosa y chapucera»
Alguien sacó hace unos días una foto del museo del Louvre, en concreto de la sala donde está La Gioconda. Un cuadro pequeño, cada vez más separado por vidrios y barreras del público. En esa misma sala -enfrente- hay espléndida y colorista pintura veneciana, desde las gigantescas Bodas de Caná de Veronés al distinguido El hombre del guante de Tiziano. La foto mostraba un enjambre de gente alrededor de la pequeña Gioconda, móvil en mano (hay o había cuidadas postales) mientras que apenas dos personas de 50 se acercaban al gran Tiziano. Eso es el turismo hoy: masa. No se puede prohibir, estoy de acuerdo, pero no hay más remedio que controlarlo. 30 personas al día, por ejemplo, según lugar y espacio. Igual en El Prado o en las ciudades -entre tantas, insisto- de Segovia o Toledo, donde sólo se ven -la mayoría- turistas con su agua, su cerveza y su pantaloneta para que el sol mejor los abrase. El turismo es un bien cultural y de placer pero -¡honda desdicha!- no cabemos todos. O nos numeramos y controlamos o arrasamos con el arte, en este superpoblado planeta, cada vez más ignaro. ¿Elitismo? No me molesta, pero no es eso. Es supervivencia. El exceso turístico es un gravísimo problema del que muy pocos parecen darse cuenta. La izquierda-caviar quiere todo para todos, pero jamás va con el gentío, tiene calas y lanchas privadas y veleros, como la más rancia derecha. Ya me dirán entonces.