El mundo real llama a las puertas de Europa
«En las instituciones europeas no sabemos bien cómo funciona el mundo real»
Hace dos semanas, la Fundación Naturgy nos trajo a Madrid al afamado profesor canadiense de origen checo Vaclav Smil. El profesor Smil nació en 1943 en el entonces protectorado alemán de Bohemia, y con apenas 25 años se marchó con su mujer a los Estados Unidos tras la invasión soviética que acabó con la primavera de Praga de 1968. Poco después se afincaría en la universidad de Manitoba en Winnipeg (Canadá), en la que desarrolló toda su carrera académica. Smil ha escrito muchísimo sobre energía, desarrollo y medio ambiente, y se dio a conocer tan temprano como a finales de los años setenta del siglo pasado con uno de los primeros estudios serios sobre la degradación ambiental en la China de Mao.
La obra escrita de Vaclav Smil ha ganado, sin embargo, en lectores y en influencia desde que en 2010 publicara dos libros importantes: su análisis sobre las «transiciones energéticas» en la historia de la humanidad y su recuento de los «mitos y realidades de la energía», con los que aspiraba a incorporar el conocimiento científico y la experiencia de la historia al debate político sobre energía. Hace apenas dos años publicó su más conocido How the World really Works, título que refleja su impaciencia – entendible a sus entonces 79 años de edad – sobre cómo el debate político occidental se enfrenta a los retos del cambio climático. El título de la edición española – «Cómo funciona el mundo»- se dejó inexplicablemente en el tintero «de verdad» o «en realidad», que es donde reside todo el mensaje del autor.
En su intervención en la fundación, el profesor Smil se reafirmó en sus posiciones conocidas: insistió en que no podemos ignorar la extrema complejidad del sistema energético mundial, complejidad que no se refleja adecuadamente en el debate político. Porque parecería que todo el reto se reduce a la sustitución de tres combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) por dos energías renovables (solar y eólica) y unos pocos derivados del hidrógeno verde; cuando de lo que se trata es de sustituir miles de procesos productivos diferentes en los que hay ya invertidos billones de dólares. Reconocer esta complejidad, y darse cuenta de la enorme inercia que tienen los sistemas productivos actuales, son para Smil condiciones necesarias a la hora de pensar en la transición energética de las próximas décadas.
Smil fue más allá y criticó la ingenuidad y a la vez la soberbia intelectual del establishment político europeo, al decir que «Bruselas se cree que puede diseñar el futuro» y construir con la precisión de un mecano un Fit for 55 para 2030, otro Fit for 90 al 2040 y un Net Zero para 2050. Ingenuidad, porque Smil defiende que el futuro no está solo en nuestras manos occidentales, sino sobre todo en las de Asia y África; y soberbia intelectual –no sabríamos decir si francesa o alemana- porque Bruselas no se da cuenta de que la complejidad de los sistemas productivos hace imposible determinar cómo será el sistema energético dentro de tres décadas. En resumidas cuentas, que en las instituciones europeas no tenemos los pies en la tierra, porque nos dedicamos a diseñar el mundo futuro, pero no acabamos de saber muy bien cómo funciona de verdad el mundo de hoy.
«Smil critica la ingenuidad y a la vez la soberbia intelectual del establishment político europeo porque el futuro no está solo en nuestras manos occidentales, sino sobre todo en las de Asia y África»
Sin embargo, llevamos dos años dándonos un baño de realidad sobre cómo se las gasta el mundo de verdad ahí afuera, aparte del horror de la guerra. Por un lado, con la aprobación de la Inflation Reduction Act americana (IRA por sus siglas), que está diseñada para repartir cientos de miles de millones de dólares en subvenciones para el desarrollo de las nuevas tecnologías verdes en suelo patrio, amenazando la implantación en Europa de industrias punteras. Y por otro, con la industria verde china que enseña los dientes y abusa de su posición dominante, que baja los precios de paneles solares y coches eléctricos, poniendo contra las cuerdas a la industria europea.
Quizá por eso hemos encargado a dos primeros ministros italianos (Draghi y Letta) la redacción de sendos informes sobre las debilidades de la competitividad y del mercado único de la Unión Europea. Como ha dicho Draghi, nuestra Unión, sus mecanismos de toma de decisiones y su capacidad financiera, se diseñaron «para el mundo de ayer», en subliminal recuerdo al de Stefan Zweig. Enrico Letta, en su informe recientemente publicado, dice que la Net Zero Industrial Act (NZIA), cuyo objetivo es contrarrestar los efectos reales de la IRA americana y de la competencia desleal china, es un primer paso, pero que no ataca el problema de raíz de la desunión de nuestros mercados europeos, producto de la falta de confianza entre los Estados Miembros. En otro informe reciente menos conocido, encargado por el presidente Macron al economista francés Jean Pisani-Ferry, se afirma que la UE «no puede permitirse el lujo de presentar una gran estrategia climática sin ser precisa sobre su implementación real, dejando su puesta en práctica en manos de los países». El mundo real está llamando a las puertas de Europa, y parece que por fin estamos empezando a prestarle atención.