Si esto es política
«Sánchez simboliza el último eslabón en la curva descendente que el PSOE traza, en términos de liderazgo y capacitación, desde la época de Felipe González»
Imaginemos que un ciudadano escarmentado renuncia al seguimiento de la actualidad política durante una década. Al regresar al noticiario, descubrirá que los males del sistema, como el dinosaurio de Monterroso, seguirán ahí.
El problema es que la silueta del dinosaurio se ha agrandado. En sus extremidades, sobre el lomo, colgando de sus inmensos párpados, hay todo tipo de protuberancias: una izquierda a la izquierda del centroizquierda que replica las conductas de las élites a las que tanto odia, una derecha a la derecha del centroderecha empeñada en resucitar los fantasmas más grotescos del país, y un presidente digno de estudios, en plural, pues un único examen no basta para desgranar sus complejidades.
«Da la impresión de que cada dirigente socialista de nueva generación palidece en comparación con su antecesor»
Pedro Sánchez simboliza el último eslabón en la curva descendente que el PSOE traza, en términos de liderazgo y capacitación, desde la época de Felipe González. Da la impresión de que cada dirigente socialista de nueva generación palidece en comparación con su antecesor, como si el sentido de Estado y la hegemonía del bien común fuesen menudencias en relación con la verdadera fuerza motor de una Presidencia (gobernar a toda costa).
Sánchez es un personaje extraño. Quienes estaban en el Congreso cuando el resultado de la moción de censura contra Mariano Rajoy aún revoloteaba en la incógnita (2018), dicen que al hoy presidente le temblaban las piernas al subir al estrado. Superado por su propia audacia, la misma que le llevó a doblegar a la otrora patrona Susana Díaz, Sánchez, en el fondo, titubeaba.
Hoy, sin embargo, es un ejecutor carismático que cambia de opinión política, desactiva la Constitución para acomodar un pacto con quienes proclamaron la secesión sin negociación, se indigna cuando los medios y la oposición le sacan los trapos sucios (un juego al que él también juega a la inversa), presiona y socava a los jueces, y anuncia en una carta de su puño y teclado que quizás, tal vez, se vaya. Son los tiempos del Pedronismo.
La secuencia actual era previsible: la militancia (¿quiénes son en realidad esas personas?) se moviliza para aclamar su continuidad, la vicepresidenta Montero se postula como heredera sin dejar de apoyarle, Zapatero se consolida como cheerleader incondicional del agraviado y la negra nube de una amenaza se perfila en el horizonte opositor, que haría bien en prepararse para un ataque recrudecido y a pecho descubierto. Entretanto, al revés que el Dios de Einstein aunque sólo en apariencia, Sánchez juega a los dados con España.
El desenlace también es fácilmente deducible: lejos de morir, el Pedronismo se transforma. El presidente volverá más fuerte, más resuelto, más ambicioso que nunca. ¿Y dónde irá a parar semejante caudal de energía? ¿Al posicionamiento del país en la formidable carrera tecno-política que lideran EEUU y China? ¿Al abordaje definitivo del desafío climático, especialmente punzante en el área donde España existe? ¿Al frenazo del deterioro urbano dictaminado por los alquileres turísticos y el difícil acceso a la vivienda? ¿O tal vez a la búsqueda de una ingeniosa solución para suavizar el cataclismo demográfico?
Nada de eso. Sánchez y sus acólitos emplearán toda su potencia intelectual (sea la que sea) en reforzar la narrativa de los buenos contra los malos. Por supuesto, los buenos son ellos y merecen beneficiarse de todo tipo de exenciones. En definitiva, la cuasi izquierda es la elegida, igual que lo fue Alemania en aquella era ominosa, así que el fin (de nuevo, gobernar a toda costa y para siempre) justifica los medios. Sólo hay un problema: a ver cómo se transforma el PSOE cuando sus años negros queden atrás.