Urtasun no es ministro de Cultura
«Hay una España, con sus creencias y cultura, que molesta a la izquierda y que ha tomado el ministerio como un instrumento de cambio de su identidad»
Un ministro de Cultura no está para decidir qué es cultura y qué no, como un ministro de Ciencia no puede establecer que la ley de la relatividad es una paparrucha y que la Tierra es plana. Imagínese que el ministro de Sanidad afirmara, a lo Steve Jobs, que el cáncer se cura con una dieta macrobiótica y no invirtiera en investigación de la enfermedad. O que la ministra de Defensa dijera que la guerra mata, que matar es feo, y que es mejor convertir los carros de combate en tractores.
Es de locos que un tipo elegido a dedo por otro para respetar las cuotas entre partidos, decida, en la soledad de su arrogancia, sobre los cientos de años de producción cultural de un país. Es inconcebible que los gustos personales de una persona o de un grupo, por muy respetables que sean, se impongan a los de los gobernados. La democracia no es otra forma de ejercer la dictadura, sino la garantía del respeto a la pluralidad en igualdad de condiciones.
La embestida de Urtasun a la tauromaquia no es un hecho aislado. Propuso desmantelar el Museo de América y revisar el resto de museos nacionales para, espetó, «superar un marco colonial», las «inercias de género» y las «etnocéntricas». Eso es únicamente ideología ramplona que podría esgrimir cualquier iluminado con ínfulas de mesías, pero no un ministro. La ideología no debe ser una guía para gestionar la cultura. Ya se hizo en tiempos de la dictadura de Franco y salió mal, incluso a veces se cayó en el ridículo.
La tauromaquia, su mundo, su arte, su gente, la inspiración que fue y es para muchos artistas españoles y extranjeros, es parte indispensable de la cultura de este país. Sería absurdo, por ejemplo, que un ministro de Cultura de la derecha censurase a Miguel Hernández, Antonio Machado o Lorca, o a Patricia Highsmith, Oscar Wilde o Truman Capote, o a Almodóvar, Javier Bardem o Miguel Ríos. La cultura pertenece a la gente, no al político de turno, que no tiene derecho alguno a imponer sus preferencias. Es el ciudadano el que libremente elige su cultura, y el Gobierno quien tiene el deber de garantizar la libertad de opción.
«Esta política no es cultura, sino sectarismo y envidia procedente de un cainismo empobrecedor y sórdido»
Seguro que Urtasun recibe el aplauso y la palmada en la espalda de los liberticidas, de los resentidos y de los mediocres. De esos que quieren que el mundo de los otros se acabe, que se extinga, que incluso se borre de la memoria como si no hubiera existido jamás. Son los mismos que sostienen que no pueden ganar los malos, porque ellos son los buenos. Piensan que ha llegado el tiempo del ajuste de cuentas para que los otros paguen su presencia histórica con el olvido futuro. Y para eso cancelan, acaban con la financiación, desprecian, insultan o ningunean. Esta política no es cultura, sino sectarismo y envidia procedente de un cainismo empobrecedor y sórdido.
Hay una España, con sus creencias y cultura, que molesta a la izquierda que siente vergüenza del pasado y de la identidad del país. En el fondo de su alma lo desprecian. No lo soportan. En su arrogancia dichos izquierdistas piensan que no debería haber existido tal España, y que las referencias religiosas, de género, coloniales, imperialistas, monárquicas y militares que les disgustan hay que barrerlas con la escoba del progreso. O peor, que hay que resignificarlas, darles un contenido y presencia diferentes, siempre ajustado a su mentalidad woke.
En el fondo es una profunda incultura. Han tomado el ministerio como un instrumento de rectificación de España y de cambio de su identidad. Quieren aprovechar la impunidad del poderoso, la arbitrariedad normativa y la disposición presupuestaria a su alcance, para hacer y desmontar en función de su plan ideológico. Ahora tienen la oportunidad. Sin embargo, no es cultura si la política del ministerio consiste en demoler los pilares de su existencia, en extirpar su naturaleza, en dar la espalda a lo existente. No es cultura si lo que deja en pie no permite el libre desarrollo del hombre, su autodeterminación y albedrío. Es entonces cuando deja de ser cultura y recibe el nombre de barbarie.