Falso testimonio
«Parece evidente que el falso testimonio de Sánchez ha consolidado una imagen inquietante entre muchos, estrechando el margen de quienes le podrían votar»
Los textos más usuales del Catecismo incluían la prohibición de la mentira como octavo mandamiento, mientras que las versiones del Decálogo en el Antiguo Testamento se limitaban a prohibir el falso testimonio. Añadir la mentira en esa prohibición refleja un cierto proceso de regulación no solo de los actos externos sino de la conciencia íntima. Los falsos testimonios son acciones de carácter público, comprobables en alguna medida, mientras que las mentiras quedan más bien dentro del ámbito de la conciencia, pues sólo el mentiroso sabe con absoluta certeza que lo está siendo, si nos atenemos a una definición bastante clásica de mentira: «Decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar».
Nos conviene reflexionar sobre estas cosas dado que estamos expuestos a un vendaval de trolas y bulos que, si siempre son frecuentes en política, están llegando ahora mismo entre nosotros a ser su única sustancia. Lo más característico de lo que ahora nos pasa es que quien pretende defender la democracia sobre la base de un combate frente a la intoxicación se ha convertido en un auténtico maestro no ya de la mentira sino del falso testimonio.
Hay mentiras de muchas clases. La más inocente es la del niño que más que engañar pretende protegerse, evitar una reprimenda o un castigo, de modo que el engaño no es un objetivo sino una consecuencia y, muy frecuentemente, el niño no lo consigue. Es una conducta casi instintiva como la del avestruz o el erizo que esconden la cabeza cuando no quieren ser vistos. Muy distinta es la mentira que pretende directamente el engaño, no busca esconderse, sino cambiar la realidad, hacer que las cosas sean no como son sino como conviene al mentiroso. Moralmente es mucho más grave y peligrosa que la protección que busca el mentiroso infantil porque es inseparable de la mala intención, del objetivo de causar un daño.
El falso mutis reciente del presidente del Gobierno consistió, en apariencia, en una curiosa mezcla de ambos tipos de mentira, pero a su conclusión se pudo ver claro que era algo peor que unas mentiras mal adobadas porque constituyó un falso testimonio muy grave, tanto por su aviesa intención como por venir de un presidente de Gobierno.
«Sánchez ha sido audaz, pero no ha sido cuidadoso. En su inmediata entrevista en TVE dijo con toda claridad que nunca había pensado en dimitir, es decir que no tuvo inconveniente en destripar la torcida intención del espectáculo que había protagonizado»
Su mentira básica se envolvía en un truco adolescente, decir que estaba herido y se retiraba a meditar. Pese a la horrible redacción de su carta, esa afirmación produjo, sin duda, un efecto persuasivo, pues muchas personas pudieron pensar que el desborde sentimental de Sánchez necesariamente tenía que responder a una aflicción verdadera. Esta fase de su discurso podría pasar para los que no le creyeron como una mentira infantil, defensiva, un intento de provocar cierta ternura hacia el doliente.
Lo malo es que esa confesión iba envuelta en una mentira colosal, en un relato político falso de la A a la Z. Sánchez se presentaba como objeto de una conjura siniestra (más bien super diestra en este caso) que su conciencia limpia y adolescente no podía ni comprender ni soportar, aunque, consciente de sus responsabilidades reclamaba un breve período de cinco días para tomar una decisión, serena, justa y comprensible para cualquiera.
Esta mezcla de asuntos tan insólita surtió sus efectos, de manera que quienes asintiesen de algún modo a la pertinencia y justicia de la confesión adolescente se verían también obligados a aceptar la veracidad de los motivos objetivos que la provocaban. Es justo en este punto cuando la carta del presidente, como elemento de una acción deliberada y calculada, adquiría el carácter más grave para convertirse en algo más que un simple embuste, para constituir un falso testimonio contra todos aquellos que no le devuelven admiración rendida y obediencia.
No cabe negar la astucia presidencial, pero no siempre las astucias consiguen el éxito perseguido: el mundo está lleno de astutos escaldados. Es fácil imaginar que la parquedad de las manifestaciones públicas de adhesión inquebrantable al líder le habrán hecho pensar en que su éxito había sido muy descriptible y que esa amarga reflexión, que es fácil que le haya asaltado tras concluir la performance, no se haya visto ni siquiera aliviada por las manifestaciones de exaltado dramatismo de su segunda en el mando.
Sánchez ha sido audaz, pero no ha sido cuidadoso. En su inmediata entrevista en TVE dijo con toda claridad que nunca había pensado en dimitir, es decir que no tuvo inconveniente en destripar la torcida intención del espectáculo que había protagonizado.
La mentira tiene lógicas perversas en la medida en que pone de manifiesto que el lenguaje sirve para algo distinto y más complejo que poner nombre a cosas que todos vemos y son iguales para todos. Son abundantes las paradojas en torno a la noción de mentira empezando por la del cretense que afirmaba que todos los cretenses mentían siempre, para seguir, sin ánimo exhaustivo, con la razonable sospecha que nos lleva a suponer que es muy fácil que quien dice que nunca miente esté tratando de engañarnos. Arendt escribió que la diferencia entre la mentira tradicional y la moderna es la que existe entre ocultar y destruir, pues, en efecto, lo más característico de la desinformación es que se sirve con los mismos moldes que conviene a la más noble, creíble y esencial de las verdades.
Que los políticos mientan no debería extrañar a nadie, pero habría que distinguir entre mentiras que sirven de disculpa y los falsos testimonios que se usan para destruir al adversario y fortalecer el poder y la credibilidad de quien lo urde. Es muy conocida la cita de Jean Claude Juncker según la cual los gobernantes saben lo que hay que hacer, pero no saben cómo ser reelegidos si lo dicen, una observación que remite a la existencia de convicciones y prejuicios entre los electores que los políticos no siempre aciertan a combatir.
Es muy probable que Pedro Sánchez haya pensado que su falso testimonio serviría para consolidar las convicciones de quienes le han votado, que no son tantos como los que él presume, pero puede que esta huida hacia adelante no le haya granjeado grandes progresos entre los suyos, mientras que parece evidente que ha consolidado una imagen inquietante entre muchos otros, estrechando el margen de quienes le podrían votar. La clave está en que cuando un político mendaz toma a quienes le escuchan por bobos puede estar generando un principio de rechazo que no se advierte entre fanáticos pero que tiene importancia entre quienes comparten sinceramente alguna de las ideas que maneja para levantar un falso testimonio muy poco verosímil contra el resto del mundo.