Un partido sin alma
«Sánchez sabe manosear conceptos y lemas, pero la hemeroteca y el BOE son perros de presa al servicio de la historia. La mutación del PSOE en una organización apátrida es un hecho»
Durante el primer tripartito catalán (2003-2006), Pasqual Maragall, a la sazón president gracias al respaldo de ERC e ICV, formulaba todavía un discurso integrador. Cataluña debía actuar como motor económico y cultural de España en un país de federaciones. Esta visión colindaba con el nacionalismo aún obediente de CiU y permitía encajar las distintas sensibilidades del PSC en un único discurso.
El problema del socialismo catalán era entonces el mismo que hoy. Para gobernar, necesita al independentismo en lo que constituye un formidable bucle tanto aritmético como moral cuya consecuencia última es la dilución del carácter federalista en favor de una naturaleza similar a la del pujolismo: ni tan fieros como Esquerra o Junts, ni tan blandos como el partido de Maragall, Joan Clos o Miquel Iceta.
Este ejercicio de funambulismo, factible en Cataluña por las complejidades de la metafísica identitaria, es difícil de replicar a escala española. Desde luego, los intentos de Pedro Sánchez son admirables desde el ángulo de la pura supervivencia. La ley de amnistía y los guiños y cesiones que le aseguran el respaldo parlamentario de ERC y Bildu tienen dos importantes efectos colaterales.
El primero, de índole más práctica, es el debilitamiento del Estado. Opera aquí la lógica del juego de la soga: si los miembros de un extremo de la cuerda tiran con más fuerza, los miembros del otro extCIremo perderán terreno. Nuevas competencias, más millones y normas a la carta no aproximan, en contra de lo que pueda pensar Sánchez, al enemigo. Le asientan en su feudo.
«PP y PSOE generan tales adhesiones que, más que un voto, el ciudadano deposita en las urnas un escudo y una camiseta»
El segundo, grave en cuanto netamente filosófico, se refiere al proyecto de país. Como cualquier otro dirigente, el presidente sabe manosear conceptos y lemas, prometer lo imposible y posar para la foto, pero la hemeroteca y el BOE son perros de presa al servicio de la historia. Por desgracia, la mutación del PSOE en una organización apátrida es un hecho. Sería interesante que el CIS, tan prolijo en sus lecturas, sondease el verdadero estado de ánimo del votante socialista andaluz, extremeno, murciano o incluso madrileño para comprobar si está de acuerdo con la receta sin alma de Sánchez.
Podría decirse que la dualidad futbolera del país, eclipsado siempre por el pulso Barça-Madrid, halla su correspondencia en el tablero electoral. PP y PSOE generan tales adhesiones que, más que un voto, el ciudadano deposita en las urnas un escudo y una camiseta. Tan rocosa es la fidelidad que a España le cuesta horrores construir terceras vías. Ni Ciudadanos, ni UPyD, ni Podemos, ni Vox supusieron o supondrán una alternativa.
Vistos los antecedentes, parece lógico que a ningún socialista del estrato más noble le apetezca inventarse unas siglas que disputen al PSOE su antiguo espacio ideológico. Los descontentos pueden, en cambio, reagruparse desde dentro. Si tienen miedo a las represalias es directamente absurdo que se dediquen a la política, actividad basada en el debate, el consenso y (también) la disensión, no en calentar un escaño en el Senado. Sánchez, confiesan algunos históricos de la casa, es en realidad una medianía cabalgando a lomos del ego. Razón de más para rescatar del lodo la premisa de cualquier buen partido de ámbito nacional: por encima del poder está el bien común, por encima del chantaje, la igualdad de los individuos con independencia de su cuna.