THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Cataluña: el reflujo

«La votación del domingo ha puesto de relieve el grado de cansancio provocado en la ciudadanía catalana por un ‘procés’ interminable»

Opinión
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Cataluña: el reflujo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Vayan por delante la felicitación a Pedro Sánchez por el resultado de su estrategia catalana basada en «el diálogo» y el reconocimiento del error de quienes estimamos que las concesiones en cascada a los partidos separatistas solo podían llevar a una repetición de octubre de 2017; bien por una consulta introducida en un referéndum de apariencia constitucional, bien por una declaración unilateral llevada a cabo contando con la impunidad. La votación del domingo ha puesto de relieve el grado de cansancio provocado en la ciudadanía catalana por un procés interminable y sobre todo subraya el error de Junts y ERC al escenificar la fábula de los galgos y podencos, dando la iniciativa a la serenidad mostrada por Salvador Illa. Los evidentes riesgos que en cualquier caso acompañaban al camino de la independencia solo podían ser afrontados desde la unidad de acción entre las dos principales organizaciones catalanistas. La gresca permanente entre ambas llevaba a un suicidio político, con el PSC como principal beneficiario.

Así que si bien la táctica de presión y negociación permanente protagonizada por Pere Aragonès ha conseguido prácticamente todos sus objetivos, desde los indultos a la ley de amnistía y a la posibilidad del referéndum de autodeterminación, al mismo tiempo ofrecía a los radicales, con Junts a la cabeza, una imagen de claudicación, de detestable propensión al acuerdo con España. Al propio tiempo, entregaba inconscientemente el relevo a Puigdemont al suscribir el texto del proyecto de ley de amnistía acordado con el PSOE. Fue la ocasión para que el expresident pudiera reivindicar el liderazgo del proceso, con la votación negativa de sus diputados, hasta que Sánchez se inclinó aceptando la redacción que protegía sus intereses por entero.

«Sánchez jugó a hacedor de reyes, coronando al monarca depuesto, hasta ese momento sumido en la marginación política»

La foto de Junqueras en la tribuna del Congreso, en espera de la entrevista de RTVE para celebrar el voto positivo de la amnistía del PSOE, con su inmediata frustración, fue el anuncio de que el independentismo cambiaba de cabeza. Sánchez jugó aquí a hacedor de reyes, coronando al monarca depuesto, hasta ese momento sumido en la marginación política. El reto fue asumido por Puigdemont, con el consiguiente riesgo de que su triunfo electoral anulase la descontada satisfacción por la primacía lograda por el PSC. No ha sido así. Puigdemont se impone a la rivalidad de ERC, pero desde la precaria situación que supone la derrota electoral del independentismo.

Me atrevo a pronosticar que las especulaciones sobre una posible alternativa de izquierda, con Salvador Illa al frente, carecen por ahora de posibilidad. En el curso del último año, Junqueras y Aragonès han llevado a su partido al borde del precipicio, jugando de modo exclusivo con la exhibición de sus pretensiones, una y otra vez atendidas, y de su aspiración al referéndum, sin tener en cuenta la necesidad de mantener la cohesión del movimiento en su conjunto y de evitar la pugna constante con Puigdemont. Solo faltó su decisión de disolver el Parlament para consumar el error. Una vez producido el desastre, la participación en un gobierno socialista puede sellar la autodestrucción. Las primeras declaraciones de Aragonès son bien explícitas al respecto, aunque puede moderarlas de acuerdo con la oferta soberanista que le haga el PSC.

Puigdemont lo ha entendido y de inmediato plantea a ERC su inserción en el proyecto, insensato en apariencia, de formar un gobierno «sólido de obediencia catalana», a pesar de la derrota independentista y de la victoria del PSC. Se trata de poner freno a la españolización en curso. El prófugo acierta al prolongar su huida hacia delante, ya que la formación de un tripartito o la repetición electoral serían las puertas de su regreso al infierno de la marginalidad.

«Con Illa alzado a la cabeza de la Generalitat, Puigdemont haría caer a Sánchez en Madrid»

Sin duda, como en la negociación de la ley de amnistía, propondrá un órdago asentado sobre el papel determinante de Junts para la supervivencia de Pedro Sánchez como presidente. La fórmula será la de una paradoja pragmática, según la cual Sánchez forzaría el suicidio de Illa, ordenándole la abstención ante un gobierno Puigdemont, ya que de otro modo, con Illa alzado a la cabeza de la Generalitat, él haría caer a Sánchez en Madrid. Como en la ley de amnistía, solo que tampoco lo tiene fácil de cara a lograr un improbable apoyo de Comuns, otra formación en declive.

En cualquier caso, el óptimo resultado del PSC, acompañado paradójicamente por la resurrección del PP en Cataluña, tiene la gran trascendencia de mostrar que el procés ha terminado y el independentismo es minoritario en Cataluña, careciendo en consecuencia de legitimidad democrática para exigir la inmediata autodeterminación. Ahora toca administrar el éxito, que se desvanecería como antes en el caso de Ciudadanos, si Illa no es capaz, o le incapacita Sánchez, para presidir gobierno en Barcelona. Dada la complejidad de la situación creada, no cabe excluir que por debajo de las declaraciones públicas, cada grupo elabore una estrategia de alianzas críptica mirando al futuro.

El experto electoral de El País, Kiko Llaneras, ha señalado el momento en que las mismas saldrán a la luz, revelando las líneas maestras en que se moverá la política catalana: la elección de la mesa del Parlament, de importancia decisiva para la presentación de candidaturas y leyes. Entonces sabremos cuales son las opciones dominantes y si habrá o no bloqueo.

El ciclo traumático del procés ha terminado, lo cual no significa en modo alguno la estabilidad del sistema político catalán. El repaso a los veinte últimos años de historia muestra que el independentismo catalán no es la expresión de una constante política, sino de reacciones colectivas a estados de frustración y expectativas de intensidad muy variable. Fueron los movimientos de opinión en torno a la aprobación del nuevo Estatut, por encima de sus contenidos reales, lo que impulsó la evolución ascendente del deseo de independencia, en valores muy bajos al inicio del siglo.

«Los avances soberanistas logrados por Aragonès han cedido en la opinión pública a las ventajas de la distensión»

Sorprendió que superase el 14% en 2006, y a partir del recorte introducido por el Tribunal Constitucional, casi nunca analizado y presentado como su anulación por políticos y medios catalanistas, llega desde 2010 al 24%. A partir de ahí, se suceden: el amplio eco social de la proclama identitaria –Som una nació!-  y la gran manifestación de masas de la Diada de 2012. Rajoy no accede a la exigencia de «pacto fiscal» planteada por Artur Mas, pero carece de cualquier iniciativa frente a las exigencias secesionistas. El catalanismo independentista conquista una aplastante hegemonía y ni siquiera el PSC desarrolla el planteamiento de su dirigente Carme Chacón, recordando la fecunda coexistencia de Cataluña y España desde la transición democrática.

En 2017 la mayoría social independentista es un hecho, con el consiguiente riesgo del choque de trenes en el 1-O y en el 27-O. Según acaba de comprobarse, los avances soberanistas logrados por Aragonès han cedido desde entonces en la opinión pública a las ventajas de la distensión, observables ya en vísperas de estas elecciones. De nuevo Llaneras nos ilustra acerca de la persistencia del independentismo en las generaciones con mayor edad de origen autóctono y su retroceso entre los más jóvenes, herederos de la inmigración. Los efectos de la inmersión lingüística han sido importantes, pero no del todo decisivos. Hay espacio para una auténtica «normalización», no aquella que nos llevaba a esperar mi entonces amigo Rafael Ribó. Pero nada está decidido.

Más allá del zigzag de proyectos y frustraciones, el viejo problema de las relaciones de poder y de la hegemonía entre Cataluña y España sigue vigente, al haberse perdido la oportunidad del federalismo.

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