THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

¡No te vayas, mamá!

«A la vista de la maniobra en curso, solo cabe estar seguro de que su éxito servirá de base a ese caudillaje que Sánchez afirma día a día, consolidando una dictadura»

Opinión
55 comentarios
¡No te vayas, mamá!

Ilustración de Alejandra Svriz

La carta en la que Pedro Sánchez anunciaba a «la ciudadanía» su improbable salida del poder, tiene una triple dimensión. Es, en primer término, y como pura apariencia, la expresión de un profundo desasosiego ante la ofensiva política que sufre sobre su cercanía a un foco de corrupción, con el consiguiente mensaje de que su dimisión es posible. Pura apariencia, insistimos.

A continuación, viene lo esencial: el lamento se transforma en instinto agresivo, en expresión de un odio que comprende no solo a quienes han puesto en marcha la investigación sobre su cónyuge, sino a toda la derecha (y ultraderecha), lanzando entonces de forma encubierta la consigna de una movilización de los suyos contra sus perversos enemigos. La guerra civil larvada, presente desde hace tiempo en su discurso, se convierte en realidad. La carta es ante todo un llamamiento a lanzar una ofensiva sin cuartel contra sus adversarios.

Y, por fin, en tercer lugar, se encuentra el aviso a su partido y a lo que Sánchez considera su entorno natural, los progres de toda España, mostrando a ambos el riesgo que supondría su alejamiento anunciado del gobierno. Es una incitación que recuerda aquella vieja secuencia del niño que pierde a su madre y emprende el viaje «de los Apeninos a los Andes». Y grita: «¡No te vayas, mamá, no nos dejes aquí!». Sin Sánchez, dice Sánchez, les esperan la soledad y el desamparo.    

Lo de menos es esa doble convocatoria, de un lado al prietas las filas del PSOE en torno a él, objetivo que se verá cumplido el sábado 27 en Ferraz; de otro a consolidar un estado de opinión cuyo eje es su supervivencia al frente del gobierno. La gravedad del escrito se centra en la dimensión belicista, incompatible con su condición de presidente de un orden constitucional democrático, cuyas medidas y declaraciones deben tener siempre por norte la convivencia pacífica entre todos los participantes en el mismo. Sin olvidar la forma, un mensaje a la nación donde la persona es indisociable de su carácter institucional. Un mensaje pronunciado sin atender al espíritu y a las formas de la vigente ley fundamental, hecho público ignorando al Poder Legislativo y al jefe del Estado, al inaugurar una vinculación directa con la ciudadanía que nos sitúa en el terreno de la «democracia de la plaza pública» puesta en práctica por Fidel Castro en Cuba apenas llegado al poder.

Miremos las cosas de cerca. Nuestro caudillo se sitúa por encima de las instituciones, toma por sí mismo una decisión política trascendental sin contar con otra cosa que con su valoración personal de la respuesta pedida y aplica las medidas consiguientes, en caso de mantenerse en el puesto, con una clara voluntad de guerra abierta contra la oposición política (y de forma inevitable contra aquellos jueces que la sirven, ya que él mismo es el Juez Supremo y ha adoptado una inapelable absolución preventiva de Begoña Gómez).

«El truco de la amenaza de dimisión no es nuevo. Lo inventó y lo practicó de forma magistral Fidel Castro en 1959»

No se preocupen los suyos. Sánchez no dimite. El truco de la amenaza de dimisión no es nuevo. Lo inventó y lo practicó de forma magistral Fidel Castro en 1959 para expulsar de la presidencia de la República al juez Urrutia, cuya oposición iba acentuándose por creer que Fidel fomentaba la presencia política de los comunistas. ¿Cómo echarle si a pesar de ello se obstinaba en cumplir sus obligaciones constitucionales? Me lo contó Carlos Franqui, su principal colaborador en la maniobra, director entonces de Revolución, el diario del Movimiento 26 de Julio, quien una madrugada recibió la visita del Comandante, ordenándole que incluyera a toda página la noticia de que Fidel Castro dimitía como primer ministro (no de la jefatura del Ejército, por si acaso) ante la imposibilidad de llevar adelante la Revolución -la agenda de progreso de Sánchez-, con Urrutia como obstáculo.

Fue tal la sorpresa que Raúl se presentó de inmediato en el diario, convenientemente escoltado, al ver el diario, temiendo un golpe en contra de su hermano. Una vez conocida la supuesta dimisión por la gente, todo consistió en movilizar las masas contra el presidente Urrutia, que acabó huyendo de palacio como pudo y en que Fidel lo contase todo por televisión. La dictadura personal resultaba asegurada.

A la vista de la maniobra en curso, solo cabe estar seguro de que su éxito servirá de base a ese caudillaje que Sánchez afirma día a día, consolidando una dictadura en sentido estricto, ya que su bronca a la oposición (y a jueces) no tendría sentido sin que adoptara medidas para atenazar las críticas de los oponentes y sin establecer una auténtica muralla china contra el procedimiento judicial que tan de cerca le concierne. Sería el punto de llegada lógico de la trayectoria definida en su día -y culminada entonces con éxito- contra las investigaciones de una jueza y de la Guardia Civil sobre las responsabilidades gubernamentales en el 11-M y el covid.

«La maniobra de Pedro Sánchez es vil y su amenaza es real»

Todo está claro. Si Sánchez, o Begoña Gómez, o Ábalos, sufren acusaciones injustas, un gobierno democrático dispone de sobrados medios para investigarlas a fondo, pero hasta en los más mínimos procedimientos -ejemplo, el caso Koldo– actúa en la dirección contraria, para obstaculizar las demás indagaciones.

En suma, la maniobra de Pedro Sánchez es vil y su amenaza es real, aunque todavía desconozcamos su alcance. Conviene tener en cuenta la advertencia de Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias: «Las dictaduras flagrantes, en forma de fascismo, comunismo y gobierno militar, prácticamente han desaparecido del panorama (…) Desde el final de la guerra fría, la mayoría de las quiebras democráticas las han provocado los propios gobiernos electos». «Las instituciones por si solas no bastan para poner freno a los autócratas electos», concluyen. En nuestro caso, la autonomía del poder judicial y la resistencia del cuarto poder, cualesquiera que sean sus respectivos defectos, son las únicas barreras disponibles para frenar el ascenso de la autocracia.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D