El falso comunismo de Juan García-Gallardo
«Es difícil saber qué tiene el vicepresidente del Gobierno de Castilla y León en la cabeza cuando habla de ‘distribución equitativa’»
El otro día conocí a Juan García-Gallardo. No debí de causarle una impresión muy buena, imagino. Le dije que me sonaba, que le conocía por haberle visto en las tiras cómicas de Rodera. Rodera es el genio del humor gráfico actual; lo mejor que tenemos desde Forges. Y es muy de izquierdas, muy de Castilla-León, y muy crítico con Gallardo. El caso es que el vicepresidente del Gobierno de Castilla y León se tomó la broma demasiado en serio.
A mí es un político que me parece interesante. Casi todos se dedican a repetir las consignas del partido, y como mucho añaden algún giro en forma de zasca, el género literario mínimo propio de la era de las redes sociales. No digo que García-Gallardo no haga lo mismo. Pero en ocasiones emerge del fango político; sube hasta el nivel de la calle, donde estamos los demás, y nos habla de los problemas que tiene el común.
Fue muy criticado por promover el protocolo que obliga a los médicos a ofrecer la posibilidad a las madres de escuchar el latido del corazón de su hijo, o la de verle en una ecografía 4D. La obligación es para los médicos, no para las madres, que no tienen por qué aceptar ese ofrecimiento. La mera posibilidad de que haya madres que cambien de opinión y decidan no abortar puso a los proabortistas en pie de guerra. Ellos defienden el derecho de las madres a decidir sobre la nueva vida, pero no toleran que una primera decisión se tuerza y termine en un nuevo alumbramiento. García-Gallardo dijo en su momento que si con esta obligación para los médicos se salvaba una sola vida, él quedaría satisfecho. No seré yo quien se lo critique.
Ahora ha creado una nueva polvareda tras publicar unos cuantos tuits. García-Gallardo recogió en el primero de ellos una noticia sobre la Encuesta Financiera de las Familias 2022, que elabora el Banco de España. La encuesta recoge que el porcentaje de jóvenes (menores de 35 años) que tiene vivienda en propiedad ha caído en picado. Dice el informe: «Cabe destacar que la tasa de propiedad de los hogares más jóvenes ha caído de forma acumulada desde 2011 en 37 pp, pasando del 69,3% al 31,8%, mientras que para el total de la población esta caída ha sido de algo más de 10 pp».
El vicepresidente del Gobierno de Castilla y León se agarra a este dato para decir lo siguiente: «La derecha aburguesada y la izquierda posmoderna han traicionado a mi generación. Hay que facilitar una distribución equitativa y lo más amplia posible de la propiedad». Y precisa más adelante: «¿Cómo se facilita una distribución equitativa y lo más amplia posible de la propiedad? Liberalización del suelo. Rebaja de impuestos y cargas en el proceso edificatorio. Construcción de vivienda social. Protección frente a la okupación». Incide a continuación: «¿Son libres los jóvenes si todo lo que producen trabajando lo tienen que destinar a pagar impuestos, alquileres en pisos compartidos y productos básicos sin apenas margen para el ahorro? Sin posibilidad de acceso a la propiedad privada no hay verdadera libertad».
«¿Se ha ido Vox tan a la derecha que ya se encuentra en la vecindad de la hidra de Podemos?»
La gramática quebrada y ardua es del propio Juan, a mí no me miren. Es difícil saber qué tiene el vicepresidente García-Gallardo en la cabeza cuando habla de «distribución equitativa». Da la impresión de que no se refiere ni a la distribución, ni a la equidad. Pero muchos le han interpretado literalmente. ¿Estamos frente al nuevo viejo falangismo que aún sueña con la revolución pendiente? ¿Se ha ido Vox tan a la derecha que ya se encuentra en la vecindad de la hidra de Podemos? El interesado ha rechazado estas interpretaciones, pero si está preocupado por compartir sus ideas, más vale que hubiera escrito un artículo en el órgano de Vox.
Yo, insisto, creo que no habla de distribución, sino que adoptar un conjunto de políticas que favorezcan el acceso de los jóvenes, y de quienes no lo son, a la propiedad de la vivienda. Bajar los impuestos, facilitar suelo para que aumente la construcción, aumentar la oferta pública, proteger la propiedad frente a los antisociales que la ocupan ilegalmente… todo tiene sentido, y salvo lo de la vivienda pública, lo que propone encaja mal con el socialismo. Si es por el vicepresidente del Gobierno regional, la revolución seguirá quedando pendiente.
Friedrich A. Hayek, que no está entre los primeros de los socialistas, se refirió a la propiedad privada en su última obra, La fatal arrogancia, como «propiedad plural» (several property, en realidad). Se podría traducir como «propiedad distribuida» si no fuera porque sugiere que ha habido algún órgano centralizado que se ha encargado de repartirla por toda la sociedad. Esta propiedad plural, o extendida, cumple una función social muy importante; permite que sean muchos más quienes tomen decisiones sobre cuál es el mejor uso de los recursos escasos. Y puesto que confiere autonomía económica, una sociedad con una propiedad plural es mejor que otra en la que la propiedad esté muy concentrada. «La libertad bajo la ley no requiere que todos tengan acceso a la propiedad, pero sí que alcance a muchos».
«La política del Gobierno contra la vivienda no es más que una política contra la familia y contra la natalidad»
Hay otros beneficios de un acceso fácil a la propiedad de la vivienda. Lo recordaba el mismo político en otro de sus tuits, escrito el día de San Isidro, también día internacional de las familias: «No hay familias sin un hogar estable y que eso es imposible si no se facilita el acceso de los jóvenes a una vivienda. Sin casas para los jóvenes, no hay matrimonios, no hay natalidad, no hay familias, no hay pensiones». De hecho, toda la política del Gobierno actual contra la vivienda, que es el único aspecto en el que está obteniendo un resonante éxito, no es más que una política contra la familia y contra la natalidad.
García-Gallardo no ha desaprovechado el pequeño revuelo causado por sus palabras para descalificar a quienes le han criticado. Se ve que no da para más. Otros han terciado en el asunto blandiendo las palabras mágicas «doctrina social de la Iglesia». Una suerte de simonía dialéctica. Cuando mencionan la doctrina social, el pensamiento ha de rendirse. Ellos ya lo han hecho, y pretenden que los demás también lo hagamos. Que nos quedemos absortos, ¡y mudos!, ante el embrujo. Pues no. La autoridad de los argumentos de la Iglesia Católica en el ámbito social es la del valor de sus razones. Y se tienen que someter a la crítica como cualesquiera otras.