THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

¿Quién es Cicciolina?

«Es un armisticio con trampa; no será fácil que Salvador Illa termine siendo presidente. Y si lo consigue, el precio lo pagará España»

Opinión
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¿Quién es Cicciolina?

Pedro Sánchez y Salvador Illa en actitud afectuosa y sonriente durante un mitin celebrado el pasado 9 de mayo en Vilanova i la Geltrú. | Lorena Sopêna (Europa Press)

En las calles de Nápoles venden papel higiénico con la cara de Giorgia Meloni. En Italia siempre han ido por delante en esto de ridiculizar al poder; de enseñar, aunque sea con humor o zafiedad, quienes son los que mandan. En una macelleria me ofrecieron probar el ciccioli, que es una grasa de cerdo prensada y salpimentada. Le pregunté al joven dependiente si Cicciolina se llamaba así por eso. «¿Quién es Cicciolina?», contestó con curiosidad. Me sentí contundentemente mayor. 

«No, no tuve miedo de la serpiente, porque las serpientes son más sinceras que algunos políticos», dijo aquella musa ochentera, actriz y exparlamentaria, cuando le preguntaron por una sesión de fotos que se había hecho con una pitón. El poder hay que tomárselo en serio, por eso tanta gente votó a aquel Partido Radical de la Cicciolina. Entre lo malo y lo desconcertante, muchos eligieron lo segundo. El populismo no llega, al populismo se le llama. Aquí, hace no tanto, se aplaudía a un diputado por comprar sus camisas en Alcampo.

En Nápoles pasé, por casualidad, por la Rua Catalana, una calle que nació en el siglo XIV cuando la reina Juana I de Anjou-Sicilia concedió a los hojalateros de Cataluña su propio espacio para impulsar el comercio en el Reino italiano. Era domingo electoral en otra orilla del Mediterráneo. Seguí los resultados tumbado en la cama del Hotel Garibaldi. A través del móvil. Con la televisión muteada de fondo. En la RAI una señora bailaba con un traje lleno de lentejuelas. Fuera los negros recogían sus tenderetes con bolsos imitación de Gucci y Prada. El hotel no tenía ascensor. En el balcón de enfrente un señor mayor recogía la ropa tendida. «¡Aquí, o hacemos Italia, o morimos!», gritó en su día Giuseppe Garibaldi. A la patria nunca se llega por una gatera, recordé en el marino anochecer napolitano.

Pedro Sánchez y los suyos celebran la victoria de Salvador Illa como propia. El fracaso de Galicia tuvo menos dueños. La lectura achampanada del PSOE es que estas elecciones han dado la razón al Gobierno en cuanto a amnistías y prebendas. «El procés ha muerto, larga vida al procés». Que toda concesión tenía un fin: la armonía catalana. Que todo bien, que nada mal, lo de cada mañana en el Imperio Sancherino. 

Pero los movimientos intestinos en los partidos independentistas no deberían sonarnos a deserción sino a rearme. Es un armisticio con trampa; no será fácil que Illa termine siendo presidente. Y si lo consigue, el precio lo pagará España. Con los trenes parados, los presupuestos en el purgatorio y la fragilidad de Sánchez llegándonos en artificiosas epístolas, nuestro país sobrevive a su Gobierno. En esto, también deberíamos aprender de Italia, que siempre fue una nación huérfana. 

«Hacen falta muchos años para que el constitucionalismo vuelva a regir las emociones en Cataluña»

Diego Maradona invade la ciudad. Algo pervive de él en estas calles. Su gloria y su desorden. Su rotunda forma de estar en el mundo. Hay personas que cuando nacen ya perviven. Camisetas de Boca, de Argentina y el azul partenopeo como en peregrinación. También dios estuvo en el Barcelona. En el club cambiaron los entrenos de horario para que él pudiera dormir por las mañanas. 

Ahora usan su cara mal dibujada para vender spritz y pizza frita. El tiempo no respeta los edificios, ni los cuerpos ni las divinidades. Y es el tiempo el que está sacando a Cataluña de su delirio secesionista. «Vosotros, los andaluces, es que mucho no trabajáis y nosotros no podemos estar aquí tirando todo el rato del carro», me dijo un camarero en la boda de mi amigo Pol. Sus padres eran de Montilla. Me había reconocido el acento. Seguí bebiendo vino con una sonrisa mientras escuchaba burrada tras burrada. Yo nunca discuto en una celebración. Eso es de gente vulgar. Cuando acabó el mitin, me despedí amablemente y me fui a otro lado. «Esta gente tiene un problema», le dije a Sergio, que es asturiano y andaba también por allí. Luego vino la DUI, el maletero y de todo eso me acordaba yo en mi habitación del Hotel Garibaldi.

Pensaba en que un proceso es un riachuelo que podrá adelgazar, que podrá secarse, pero que a poco que llueva con fuerza, recuperará imperioso su cauce. Ya ganó Ciudadanos en votos y en escaños en diciembre de 2017, justo después del desafío soberanista y del art. 155 de la Constitución Española. Hacen falta muchos años para que el constitucionalismo vuelva a regir las emociones en Cataluña. Pedro Sánchez hará ruta de platós, como hace ahora Zapatero, diciendo que España la arregló él. Pero eso ya lo verán mis hijos. Yo ya, ese capítulo, espero vivirlo desde la Baia delle Rocce Verdi, tomando el sol con un bañador turbo, acartonado por el sol, con cadenas de oro cayéndome sobre el pelo cano del pecho, y diciéndole a mi joven amor: «Sabes, querida, yo una vez escribí proféticamente sobre ti y sobre esta playa en la columna de un periódico».

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