THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Escraches buenos y malos

«Repudio los escraches, sea a quien sea, incluso a quienes los implantaron en España como ‘jarabe democrático’. De igual manera rechazo la doble moral»

Opinión
38 comentarios
Escraches buenos y malos

Funcionarios de Justicia durante un escrache al secretario de Estado de Justicia, Tontxu Rodríguez. | A. Pérez Meca (Europa Press)

Vaya por delante que repudio los escraches, sea a quien sea, incluso a quienes los implantaron en España como «jarabe democrático». De igual manera rechazo la doble moral. Me parece repugnante. Por esto nunca he aplaudido la violencia ejercida sobre los políticos, ya sea en su domicilio o en una Facultad para impedir una conferencia. Creo que ha llegado la hora de abrir «la cárcel de papel», aquella sección de Evaristo Acevedo en La Codorniz donde metía a tipos incoherentes y absurdos con sus propias declaraciones o textos. Empezaré con algunos políticos y terminaré con escritores. 

El contexto de esa violencia fue la crisis económica y política descoyuntada en 2011, gobernando el PSOE de Zapatero. Apareció entonces el 15-M y la nueva política trufada de populismo, a la que los partidos sistémicos asistieron boquiabiertos. La idea consistía en mostrar la dicotomía entre «el pueblo» y «la casta». El objetivo era que picaran los más ingenuos y propiciar la «transformación»; vamos, el paso al «socialismo del siglo XXI». Los escraches estaban entre las acciones colectivas para mostrar dicha dicotomía y el desencanto enfurecido.

Aquel tiempo destapó a los totalitarios como el alcohol desinhibe a los tímidos. Es conocido que Pablo Iglesias predicó en su tele el escrache como «jarabe democrático», y no insisto. Alberto Garzón, exministro que fue luego candidato frustrado a usar la puerta giratoria, dijo en 2013: «Los escraches son la pacífica y legítima reacción de las víctimas». Monedero, bolivariano eternamente cabreado, fue más eficaz en el eslogan: «El escrache es democracia». Manuela Carmena, cuyo mandato contempló más desahucios en Madrid que nunca jamás, afirmó que los escraches son «una protesta no sólo legítima, sino necesaria».

El asunto era que los escraches eran a políticos del PP, y cuando es contra la derecha, cualquier burrada es «democrática». Hoy dicen que una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid indicó que el escrache no es delito. El auto dictó que el acoso a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría en la puerta de su casa no era un delito porque era «libertad de expresión» y «no portaban armas». Tampoco antorchas ni cócteles molotov, pero no se juzgaba lo que no llevaban, sino dónde lo hicieron. Pero hete aquí que la jueza que firmó la sentencia había desempeñado varios cargos como asesora del Gobierno de Zapatero. Es curioso, porque cuando esa jueza trabajó para el ministerio socialista como asesora condenó los escraches a Bibiana Aido en su domicilio, y los calificó de «acoso antidemocrático». Doble rasero. 

El asunto es que el escrache a Sáenz de Santamaría fue en su casa, igual que a Pablo Iglesias e Irene Montero. La diferencia es que estos dos aplaudieron la violencia contra la vicepresidenta del PP en su domicilio pero, y de forma contradictoria, denunciaron el escrache sufrido porque fue a las puertas de su vivienda. En 2013 Iglesias dijo en La Sexta: «A mí me hace mucha gracia que algunos partidos critiquen los escraches y los abucheos organizados a ciertos políticos». No le vemos reírse ahora. Quizá, y lo digo como posibilidad, como elucubración académica, posiblemente en busca de coherencia, el líder de Podemos debía haber condenado entonces lo que ahora denuncia. 

Vamos con otra ración de doble moral. Iñigo Errejón escribió un tuit el 18 de agosto de 2020 diciendo que un escrache es «una forma de protesta puntual que visibiliza una problemática social y da voz a quien no la tiene». Pero el populista de extrema izquierda añadía: «El acoso a Pablo Iglesias e Irene Montero es persecución ideológica intolerable. Difícil no pensar las consecuencias que tendría si fuesen otros». Pero es que hubo «otros». Le contestó Cifuentes, escracheada por izquierdistas durante cuatro meses en su portal, preguntando si sus hijos eran «de peor condición que los de Pablo Iglesias e Irene Montero». No obtuvo respuesta porque la contestación es que unos son de izquierdas y otros no.

No fueron solo los políticos. Hubo también periodistas. Maruja Torres ha escrito estos días en X que le parece «repugnante» el escrache a Iglesias y Montero. Coincido. Lo que chirría es que el 27 de marzo de 2013 escribió en El País que el «problema es que exploten pocos» contra los «carceleros del régimen». Cuando «la sangre bulle» contra «los meninos y meninas del Gobierno» -escribió Doña Maruja en referencia a Soraya-, había que verter el «caldero» a las «puertas de los responsables». Si esos actos «los hiciéramos muchos, muchísimos, ya no sería escrache» sino algo más «valioso» que los votos. «El escrache, ¿les ofende? ¿No les parece democrático?», se preguntaba. Había que bailar «sobre su tumba», terminó parafraseando la célebre novela de Boris Vian. 

No contenta Maruja Torres con su llamamiento, el 7 de abril de 2013 protestó en El País porque los escracheados afearan el comportamiento a los acosadores. ¿Cómo se les ocurría llamar a la policía, escribió, «que además de ser suya es budista y practica la no violencia?». Nota: Doña Maruja no apuntó lo mismo cuando la Guardia Civil custodió la vivienda de Iglesias y Montero para evitar escraches. Y concluyó su diatriba: «Por cierto, me encanta el escrache». 

«Ahora que la polarización es un problema no conviene legitimar ‘gritos’ en casa de nadie»

Cito unos pocos más y solo de El País, aunque hay muchos en otros medios de izquierdas. Rosa Montero escribió el 25 de marzo de 2013 que los políticos se habían «ganado a pulso que les peguen unos cuantos gritos en el portal». Hoy, no, ¿verdad? Ahora que la polarización es un problema, no conviene legitimar «gritos» en casa de nadie.

Termino con dos y cierro. Guillem Martínez, escritor cercano ahora a Sumar, publicó en El País el 22 de marzo de 2013 que el escrache era un «derecho» del pueblo para ejercer «coacción» sobre los políticos anclados en la «cultura de la Transición»; es decir, alejados de la calle. No escribió nada sobre el «derecho» de la gente «coaccionando» a Iglesias y Montero, dos personas convertidas ya en «clase política» adinerada. José María Mena, jurista progresista,  calificó el 5 de abril de 2013 que el escrache es un «derecho a la participación directa en la vida pública». Concluía con una frase sin saber que podría valer hoy a Iglesias y Montero: «Y a quien le molesten, debe soportarlos. Le va en el sueldo». 

Todo esto sí fue una máquina del fango. Cómo se ensució la vida pública con la bilis de unos cuantos. Unos actuaron como Danton, señalando desde la prensa, otros creyeron ver una ola popular para derribar lo existente -¿verdad, podemitas?-, y los peones, esas personas que estaban enfurecidas por su situación personal, encontraron una justificación para el delito. Ahora la extrema izquierda se queja de los escraches. A la «cárcel de papel», que diría Acevedo.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D