El día de la infamia
«Una vez aprobada la amnistía traicionando los más elementales principios, sólo nos quedan los jueces para intentar mantener en pie los restos de la democracia»
Sobre la Ley de Amnistía se ha escrito todo cuanto se podía escribir. Poco más se puede añadir que no hayan dicho ya juristas dignos de tal nombre, no los abogados del diablo. Una vez aprobada por el Congreso, solo queda celebrarla como merece, convirtiendo de aquí en adelante todos los 30 de mayo en la celebración del día de la infamia. Ese momento exacto e inolvidable en el que un personaje igualmente infame ha logrado, por fin y ya sin ningún disimulo, que la consigna del poder como botín se convierta en nuestra ley de leyes.
Con Sánchez, la montaña del régimen del 78 parió no ya a un ratón, sino una rata, a la que acompañan por pura y simple necesidad todos los congéneres que con su voto han hecho posible el mayor desafío a nuestra maltrecha democracia desde que existe. Un atentado más grave, si cabe, que el 23-F, porque lo han perpetrado los diputados del Congreso, no un señor con bigote y tricornio. Sus señorías no habrán disparado al techo del Hemiciclo, pero se han llevado por delante la igualdad ante la ley y establecido de facto un régimen de clases, donde los violentos, los ladrones y los corruptos quedarán impunes de ahora en adelante por el simple hecho de tener el status oportuno y siete votos miserables.
Como digo, nada queda por analizar de esta ley ignominiosa. Su razón de ser está a la vista de quien tenga ojos en la cara: mantener a salvo a un señor, a su familia y a su banda. «El perdón es más poderoso que el rencor», apostillaba el personaje, al mismo tiempo que los secesionistas se felicitaban por «la derrota de los jueces», es decir, de la Justicia, y avisaban de que a partir de ahora irán a por el referéndum. ¡Ay, qué dulce aroma a concordia!
Pase lo que pase, es evidente que hemos tocado fondo. Una vez que la mayoría del Congreso ha traicionado los más elementales principios, solo nos quedan los jueces para intentar mantener en pie los restos de esta democracia. Y sí, digo bien, democracia porque, por imperfecto que sea el régimen del 78, lo que ha acabado por arrasarnos no ha sido tanto un modelo bastante mejorable como el deslizamiento de la clase política, muy especialmente la que corresponde al Partido Socialista, y de buena parte de la sociedad española hacia el autoritarismo y el sectarismo más recalcitrantes.
De tanto empeño que han puesto las almas bellas por impedir la llegada del fascismo, resulta que se ha hecho mayoría en el mismísimo Congreso, reencarnado en socialistas, comunistas y secesionistas. Ni un solo político, hombre o mujer, de entre sus filas se ha atrevido a hacerle frente. Todos lo han aplaudido como focas. La montaña de la Transición no ha parido una rata, sino miles. Una casta de desgarramantas que han acabado en la política porque no hay lugar para ellos en otra parte, como un tal Rufián, que en 2015 prometió que no estaría en política más de 18 meses. Y ahí sigue en 2024, sacando pecho… y barriga.
«Ha quedado claro que es imprescindible constituir una mayoría que dé el ‘sorpasso’ a la suma de la izquierda y los nacionalistas»
De nada sirven ya las declaraciones solemnes, los gestos, las pataletas y las muecas de disgusto. A partir de ahora, solo los hechos cuentan. Porque hechos son amores y no buenas razones. Ha quedado claro, por si todavía no lo estaba suficiente, que es imprescindible constituir una mayoría que dé el sorpasso a la suma de la izquierda y los nacionalistas. Y eso solo será posible por la vía de los hechos, con verdadera voluntad política. No con sentencias grandilocuentes ni templando gaitas, menos aún diciendo una cosa de cara al público y otra distinta cuando creemos que nadie nos escucha.
Consumada la infamia, nada hay que hablar ya con los políticos nacionalistas ni con su adinerada burguesía, tan egoísta y cegata, tan mema como para votar a ratos al PSC en Cataluña cuando resulta que son los propios socialistas los que les sacan la manteca en el resto de España. Habrá que hablar en todo caso, y sobre todo escuchar, a los catalanes corrientes, yendo pueblo por pueblo, municipio por municipio. Es hora de las redes sociales, abandonar los círculos de asesores y aduladores para patear España y recuperarla metro a metro, milímetro a milímetro. Eso es hacer política. Lo demás, impostura.
Qué tiempos aquellos en los que Sánchez trepó a la presidencia del Gobierno —porque hay quien asciende como las águilas y quien trepa como las serpientes— prometiendo la regeneración democrática. De su mano la corrupción no solo se ha multiplicado, sino que ha dado paso a otra mucho más insoportable cuyo máximo exponente es la aprobación de la Ley de Amnistía. La España antifascista de Sánchez no otra cosa que un latrocinio clasista a cuyo lado la oscura época de los caciques palidece. Cuánta razón tenía Esopo cuando dijo «Colgamos a los ladrones de poca monta, pero a los grandes ladrones los elegimos para cargos públicos».