THE OBJECTIVE
Javier Benegas

El secreto de Milei… y su comparsa Sánchez

«En España el gran tapado es el Estado extractivo al servicio de grupos de interés y de los partidos. Señalar esta anomalía está en la base del éxito de Milei»

Opinión
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El secreto de Milei… y su comparsa Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Afirmaba recientemente Pedro Sánchez que los datos macro de nuestra economía son estupendos, que ya no vamos como una moto: ahora vamos como un cohete. Yo, si acaso, me decantaría por compararnos con un misil hipersónico, porque tengo la inquietante sensación de que este país de Jauja, que va a toda leche, tiene como destino impactar con algún cuerpo pétreo, probablemente la dura realidad

Entretanto, puesto que España va no ya bien, como proclamaba Aznar en su momento, sino ¡tan bien!, el Gobierno se dedica a lo verdaderamente importante: a conjurar el apocalipsis climático, combatir el heteropatriarcado, reconocer un Estado palestino, erradicar la prostitución, acabar con el odio y, por supuesto, con el fascismo, que abarca a todo aquel español que no comulgue con ruedas de molino. 

Es verdad, como suele decirse, que los datos son tozudos. Pero algo no termina de encajar en este júbilo económico. Si nuestra economía va como un cohete, ¿por qué en el último barómetro del CIS, el del pasado mes de abril, los españoles tienen como preocupación principal, con una clara ventaja sobre el resto, la crisis económica? ¿Acaso no perciben en sus frágiles cuerpos las abrumadoras fuerzas del cohete en el que viajan? ¿A qué se debe esta disonancia, diría que asombrosa disonancia? Porque los españoles no dicen simplemente que les inquiete la economía, afirman que están muy preocupados por la crisis económica. Algo falla.

Dando por supuesto que los datos sean tozudos, solo hay una explicación posible para que se manifiesten simultáneamente dos realidades antagónicas, la del Gobierno y la de la gente. Esta explicación es la habitual, la de siempre: que la gente es idiota. Pero, si en lugar de usar como metáfora los viajes espaciales, recurrimos a las travesías marítimas, podría ser que España se parezca bastante al Titanic, aquel soberbio trasatlántico que marchó a toda máquina hacia el desastre y en el que en sus cubiertas superiores estaba el lujo y el tronío, mientras que en las inferiores, donde se ubicaba la mayor parte del pasaje, el ambiente era casi irrespirable. 

Hoy no sólo sabemos que aquel soberbio buque acabó naufragando durante su viaje inaugural al impactar contra un iceberg a 600 km de Terranova. Conocemos, además, que el acero con el que estaba construido era inadecuado, porque en aguas muy frías perdía sus cualidades elásticas, por eso se quebró como el hojaldre cuando el hielo golpeó su costado. Pero sobre todo sabemos que detrás de su majestuosidad, el Titanic ocultaba una realidad mucho menos espléndida: la de dos clases de pasaje. Una para la que la razón de la travesía era el puro y simple disfrute, un lujo que por entonces estaba reservado a los más pudientes. Y otra que se embarcó por necesidad, no por placer, para alcanzar un destino más promisorio. 

«Me parece mucho más acertado compararnos con el Titanic que con un cohete»

La verdad, me parece mucho más acertado compararnos con el Titanic que con un cohete. Porque puede que a nivel macro, según algunos datos, nuestra economía parezca saludable y que, como el malogrado trasatlántico, marche a toda máquina. Pero más cierto es aún que en España, como en el Titanic, cohabitan dos realidades muy distintas. La de un pasaje más o menos afortunado y la de otro cada vez más precario. 

Esta distinción tiene poco que ver con las fuerzas del mercado y mucho con la transformación del Estado en una máquina extractora que favorece a una parte a costa de las penurias de la otra, de tal forma que si algún político mínimamente confiable tuviera los bemoles de señalarlo, la tradicional división entre derecha e izquierda entraría rápidamente en crisis y daría paso a otra división más realista: la de quienes dependen del Estado y la de quienes tratan desesperadamente de sobrevivirle. 

Aquí radica, a mi modesto entender, el secreto de Milei, la clave de su éxito: señalar este perverso statu quo. Por más que el presidente argentino haga pedagogía, sus conciudadanos no se han reconvertido al liberalismo. Milagros de este calibre no existen. Quien crea que gracias a las clases magistrales de economía los argentinos han dejado de ser peronistas para ser libertarios se equivoca. El asunto es bastante más sencillo y pragmático. Como a la fuerza ahorcan, los argentinos han llegado a la conclusión, y con razón, de que su Estado es una máquina extractora que promociona dos clases de individuos: los dependientes y los explotados. Así que para ellos el Estado ha dejado de ser el Estado para convertirse en un statu quo que los empobrece y discrimina.

A diferencia de los libertarios españoles, que reciben a Milei como al campeón del liberalismo y sacan pecho a su costa, el presidente argentino es muy consciente de esta circunstancia. Sabe que su ventana de oportunidad es muy estrecha porque las convicciones liberales de sus compatriotas alcanzan hasta donde llega su resentimiento con ese statu quo expoliador en el que unos y otros han convertido su Estado. Necesita, por tanto, ganar tiempo hasta que sus reformas, que el Congreso y el Senado argentinos podan en todo lo posible, den frutos que se perciban en la calle, no sólo en lo macro. 

«Milei viajó a España para tocar la tecla ‘Sánchez’, convencido de que saltaría»

Entretanto esto se produce, Milei necesita también fortalecer su posición entre el público argentino. ¿Cómo hacerlo? Pues como suele ser bastante habitual: recurriendo a un enemigo externo con el que exaltar y poner de su parte el proverbial patriotismo argentino. De ahí que sus descalificaciones a la esposa de nuestro presidente no fueran una mera incontinencia verbal sino algo perfectamente calculado. Milei viajó a España para tocar la tecla Sánchez, convencido de que saltaría. Y Sánchez, que a su vez necesita reforzar su papel de víctima de cara a las elecciones europeas, le ha regalado España como enemigo externo en representación de su señora

Que nadie se equivoque, las duras críticas de los medios, en especial de los argentinos, a las manifestaciones de Milei importan muy poco. La opinión pública en estos casos suele discurrir por otros derroteros mucho más reactivos, poco atentos a las formas. Para los argentinos, Milei por encima de todo es su presidente, su compatriota. Y el nuestro, su enemigo. Si además se añade que Sánchez aprovecha la afrenta en su propio beneficio y convierte a su señora en Begoña de España, miel sobre hojuelas. Tanto y partido para Milei con Sánchez de comparsa.

Hoy en política, para llegar al gran público y destacar sobre el resto, es necesario un fuerte componente de espectáculo. Desgraciadamente es así. En este sentido hay que entender el histrionismo de Milei que tanto espanta a quienes dan importancia a las formas, porque está perfectamente calculado. No lo disculpo. Digo lo que hay. 

«Un Estado que ha partido en dos clases a la sociedad española, una dependiente y otra privilegiada»

Sin embargo, Milei también sabe que con el histrionismo no basta, que hay que combinarlo con un fondo político mucho más serio, pedagógico y alternativo. Algo que en España no entra en las cabezas de nuestros políticos. Por eso, aquí no es ya que la verdad haya desaparecido de la política, es que la política misma ha desaparecido del mapa. Lo que tenemos es una excrecencia, un late show homologable a cualquier programa de variedades y telebasura. Ningún fondo serio. Solo histrionismo.

Ocurre que, a diferencia de Argentina, en España el gran tapado sigue siendo el Estado, ese Estado perverso y extractivo, devenido en statu quo al servicio de grupos de interés y, por supuesto, de los partidos. Un Estado que burlándose de la división izquierda-derecha ha partido en dos clases a la sociedad española, una dependiente y otra privilegiada, que es la que en buena medida aún llena los hoteles, los restaurantes y los bares, y otra cada vez más desesperada. Señalar esta peligrosa anomalía está en la base del éxito de Milei. No hace falta ser libertario para verlo.

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