Un difuso malestar
«¿Cuántos de sus conocidos se quejan, de un tiempo a esta parte, de una tos permanente, ligero dolor de garganta, de no respirar a pleno pulmón?»
No se habla de ello, no sale en la prensa y de hecho hablo de oídas porque a mí no me sucede. ¿Y a usted? ¿Cuántos de sus conocidos se quejan, de un tiempo a esta parte, de una tos permanente, a veces solo un carraspeo, ligero dolor de garganta, irritación de tráquea, nada muy grave, la sensación de no respirar a pleno pulmón, de que algo rasca en la garganta, a veces también el hecho de que por más que duerma no descansa bien?
Al cabo de los meses, tratando de liberarse de esas molestias, que no desaparecen, consulta al médico, que no observa nada especialmente irregular. Se recomiendan vitaminas, beber agua, aliviar la irritación con pastillas, masticar jengibre… Puede ser astenia primaveral -¡pero empezó en invierno!— o alergia a algo, o acaso solo una manía, una decepción subjetiva obsesionante, síntoma de un malestar anímico tal vez, del que acaso no era consciente y se somatiza así… Esta indefinición parece precisamente más preocupante, pues si no hay diagnóstico tampoco es fácil que haya curación.
Como estos síntomas no son muy graves, no impiden mantener las obligaciones laborales ni la vida social de forma más o menos eficiente, el afectado descarta o pospone someterse a laboriosos análisis y sigue adelante, en la esperanza de que de la misma manera que el incordio empezó sin avisar desaparecerá cualquier buen día. Despertará una mañana y el incordio se habrá ido. Pero no se va. Un día alguien le dice «¿sigues tosiendo? Háztelo mirar», y un tercero le comenta que a un pariente o un amigo le pasa lo mismo. Y luego, conversando casualmente con otro, resulta que a este le pasa igual. Y luego así va recogiendo testimonios de numerosos amigos y conocidos que presentan los mismos síntomas.
Los que son fumadores, pero no compulsivos, fuman mucho menos, porque no les apetece. El siguiente paso se da un lunes: el afectado se da cuenta de que durante el fin de semana en el campo no ha tosido. Y da la casualidad de que cada vez que sale de Madrid esos molestos síntomas de no sabe qué desaparecen. Al volver a la ciudad, vuelve la tos, el carraspeo. ¿Será que se ha vuelto muy sensible a la contaminación?
«¿Se trata de un efecto secundario del coronavirus, despertado o potenciado por el aire seco y cargado de la capital?»
Pero el aire de la capital lleva siendo así muchos años (aunque seguro que el ayuntamiento dispone de estadísticas conforme es el más puro del mundo) y antes estos leves síntomas, este difuso malestar persistente, no se presentaban. El afectado va, por ejemplo, a Barcelona, donde apenas llueve y el aire también está cargado de partículas nocivas, y sin embargo, allí no tose. Casi no se acordaba de su ligero malestar, pero en cuanto vuelve, este vuelve a manifestarse.
Compulsa estas sensaciones con otros afectados y constata que les pasa lo mismo. ¿Será porque el aire de Madrid es más seco? Luego se da cuenta de que algunos de sus conocidos que presentan esos mismos síntomas padecieron en su día, años atrás, un covid severo o tuvieron una reacción fuerte, febril, a las vacunas. ¿Se trata de un efecto secundario del coronavirus, despertado o potenciado por el aire seco y cargado de la capital? Vaya usted a saber.
Todo lo dicho responde a observaciones personales, sin base científica, estadística o médica alguna, ni rastro periodístico. Son de esas cosas de las que en las barras de los bares se habla cada vez más, están en el aire, y como tales las expongo sin poder dar una explicación conclusiva y solo con ánimo testimonial de un difuso malestar.