THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Testimonios infravalorados

«Los libros ‘El director’, de David Jiménez García, que dirigió ‘El Mundo’, y ‘Las leyes del castillo’, del exdiplomático Carles Casajoana, merecerían más atención»

Opinión
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Testimonios infravalorados

Interior de la Biblioteca Angelica, la biblioteca pública más antigua de Roma y hogar de varios tesoros bibliográficos. | Li Jing (Xinhua News)

Hay dos libros testimoniales, infravalorados, que merecerían más atención y simpatía. Estoy seguro de que en un país más elevado intelectualmente las hubieran encontrado. Pero esto es España, lugar iletrado por antonomasia

El primero es El director, de David Jiménez García, que durante un año convulso fue director de El Mundo. Jiménez fue desposeído del cargo en seguida, porque bajo su mandato las ventas del rotativo bajaban vertiginosamente. Su testimonio personal tuvo una acogida crítica muy hostil, por diversos motivos, pero me parece que no se la merecía. Aun así, va vendiendo modestas nuevas ediciones cada año. Acaba de publicarse la última. 

El segundo libro es Las leyes del castillo, de Carles Casajoana, exdiplomático que fue consejero áulico de asuntos exteriores para el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Como, a diferencia de El director, Casajoana es tan comedido y respetuoso –no da ni un nombre–, al libro le falta nervio, y en consecuencia pasó desapercibido, pero una lectura atenta depara una impresión duradera, y deja una imagen pavorosa de cómo se toman las decisiones en la Moncloa, de forma improvisada, caprichosa e irresponsable.  

Al primero, a El director, se le acusó de un exceso de anécdotas personales que han dolido a los periodistas que trabajaron con él. Se equivocan, según creo, en sentirse gratuita y bajamente ofendidos, bajo alias transparentes, a los que, como es evidente, el autor recurrió para ahorrarse demandas judiciales. La verdad es que yo, que soy un lector si no ejemplar por lo menos cabal, ni siquiera sabía quién se ocultaba bajo cada alias, ni me entretuve en la patética tarea de averiguarlo, ya que dispongo de poco tiempo que perder y en general no presto atención a los cotilleos: las maledicencias son opiniones subjetivas, siempre demasiado parecidas a los bulos, a las noticias sin confirmar. Pero sé, por conversaciones posteriores con algún redactor del diario, que muchos se sintieron ofendidos e injustamente agredidos por su exdirector. 

Ese exdirector, por cierto, fue quien me contrató para El Mundo. Hablé con él sólo un par de veces y muy brevemente, la primera vez en su despacho, la segunda en la cafetería, de pie; era más joven que yo; su proyecto editorial me pareció idealista, honesto y valiente, y por eso vi en seguida que no tenía futuro.

«’El director’, anécdotas y alias maliciosos al margen, es un testimonio iluminador, valioso»

(Ni yo tampoco, dicho sea de paso: el siguiente director, no menos efímero que Jiménez, me echó. Cosa meritoria, pues a mí nunca hasta entonces me habían echado, era yo el que se iba siempre de los sitios, o bien estos cerraban. Mi tribuna se la dio a Cayetana Álvarez de Toledo, que sin duda la merecía tanto o más. Sin rencores: Sic transit gloria Mundi.)

El director, anécdotas y alias maliciosos al margen, es un testimonio iluminador, valioso. Cuenta cómo un corresponsal en el extremo Oriente, que lleva 20 años lejos de España, es llamado de forma inopinada a Madrid para dirigir el diario. Pulpo en un garaje, explica las presiones políticas, económicas e industriales de las que no tenía ni remota idea previa y a las que tuvo que hacer frente procurando salvar la independencia del diario. 

Lo leí en su día, y lo tengo en mi biblioteca esencial. Ahora me da pereza ir a consultarlo, pero recuerdo vívidamente una escena: mediada la tarde de un día cualquiera, el director Jiménez acaba de publicar en la versión digital del diario no sé qué noticia demoledora para el Gobierno del PP, y cinco minutos después tiene que salir pitando en taxi –en la radio ya están aireando la noticia escandalosa– a una fiesta en el Círculo de Bellas Artes, organizada por el diario… a la que están invitados ocho ministros. ¡Ocho! 

Como decía José Alfredo Jiménez, «ni a mi pior enemigo/ se lo deseo yo». No me habría gustado estar en su piel en aquel sudoroso momento. 

«’Las leyes del castillo’ es un retrato de la improvisación y frivolidad con que se toman las decisiones en el Gobierno»

En cuanto a Las leyes del castillo –el castillo del título es la referencia kafkiana a la sede inexpugnable del poder, y a la vez al palacio de la Moncloa–, es tremendo, como decía, el retrato de la improvisación y frivolidad con que se toman las decisiones en el Gobierno (o se tomaban en aquellos días, pero sospecho que es siempre más o menos igual, véase el caso del Sáhara). Donde el ministro que tiene más labia y despacha ocurrencias sugestivas aunque no aquilatadas por ningún conocimiento especial, ni por datos incontestables, atrae la atención mariposeante del presidente y redirige la acción del Gobierno, hasta que otro recién llegado despliega una retórica más graciosa y cambia otra vez el rumbo de la política nacional. 

Las leyes del castillo me recordó aquella anécdota de las encantadoras memorias del expresidente Leopoldo Calvo Sotelo: Adolfo Suárez ha desaparecido, se ha fugado al Caribe, harto de todos y de todo. Ilocalizable por teléfono. 

Con todo el peso del poder gravitando sobre sus hombros, Calvo Sotelo toma posesión de su despacho en Moncloa, donde no encuentra ni un mísero papel con alguna indicación, ni instrucciones, ni consejos de su antecesor, ni siquiera los números de teléfono de los jefes de las Fuerzas Armadas… Pero ve, en la pared, una caja fuerte. 

Seguro que dentro de la caja fuerte está el mensaje de Suárez. Pero ¿cómo se abre, dónde está la clave? Don Leopoldo abre los cajones del escritorio, registra todo el despacho, no la encuentra por ninguna parte. De manera que llama a los fontaneros. Estos, con una explosión controlada, la fuerzan. Dentro, en efecto, hay un papel cuidadosamente doblado. 

En el papel figuran unas cifras: la clave de la caja fuerte.

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