THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Palestina sí, Sáhara no

«Los que piden con lemas de Hamás la desaparición de Israel, como la vicepresidenta Yolanda Díaz, callan también con Marruecos»

Opinión
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Palestina sí, Sáhara no

La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder de Sumar, Yolanda Díaz, al frente de una marcha por los derechos del pueblo saharaui convocada el 11 de noviembre de 2023. | Jesús Hellín (Europa Press)

Una vez más Pedro Sánchez ha demostrado ser un alumno aventajado de Groucho Marx, el mítico actor y cómico norteamericano, que en su apabullante carrera dejó centenares de sentencias que son ya inmortales. En una de ellas se refería a la política, que definía como «el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Un mandamiento para nuestro presidente, que se multiplica por el hecho de que no consulta sus decisiones con nadie. Ni con sus propios ministros.

Pareciera que Sánchez, cada vez que tiene alguna crisis o algún escollo en la política nacional, o cada vez que quiere que algo se olvide, buscara él, consigo mismo, un problema mayor para tapar el anterior. Así viene gobernando con una mayoría dopada a base de medidas que eran chantajes, indultos, cesiones o amnistías. Ahora ese dopaje pierde efectividad y ve cómo sus proyectos o son derrotados en el Congreso por el propio fuego amigo o los tiene que retirar ante el ridículo que supondría que le tiraran atrás dos leyes en dos días. 

Problemas tiene. Tiene por desarrollar el caso Koldo, con su ex número tres, José Luis Ábalos, huido, refugiado y aforado en el Grupo Mixto. Tiene a altos cargos socialistas en el foco de la fiscalía europea de anticorrupción por uso de fondos europeos en compras incorrectas de mascarillas. Y tiene, por encima de todo, a su mujer como protagonista de informaciones probadas con documentación oficial de actividades profesionales relacionadas con empresas que luego han recibido ayudas del propio gobierno. Están abiertas diligencias judiciales, pero más allá de si la justicia ve caso o no, lo que está claro es que no es moralmente aceptable que la esposa del presidente del gobierno recomiende a empresas para recibir contratos del propio ejecutivo. Al gobierno Frankenstein se le empiezan a saltar los puntos de las costuras por todas partes. En pocos días, llega la ley de amnistía y habrá que ver su recorrido jurídico efectivo en Europa. Y el que nunca falta, Puigdemont, tiene ya nuevos chantajes para intercambiar cromos y que sea él, y no Illa, el próximo president de la Generalitat. 

Llega la campaña de las europeas y necesita nuevos señuelos con los que distraer y agrupar a seguidores y votantes. Sabe que el voto de castigo por la amnistía puede ser muy alto, pero espera que la capacidad de amortización intelectual de sus votantes lo hayan ya asumido y digerido y no le castiguen. Por si acaso, busca votos en otros caladeros. En unas elecciones europeas el resultado es muy importante como termómetro político del país, pero no genera necesidades electorales nacionales de crear mayorías o pactos. Sánchez sabe que lo que hay a su izquierda en el Congreso le aporta votos, pero en Europa puede ser abducido tranquilamente. Para eso nada mejor que generar escenarios de adhesiones, ya sean enemigos o banderas.

Y en esa búsqueda primero se encontró con Argentina. Sánchez lo ha hecho de manual «marxiano». Soltó a Óscar Puente, su especialista en broncas, insultos y retrasos en los trenes, a buscar problemas y acabó llamando drogadicto a Javier Milei, el presidente de Argentina. Era un señuelo como un gran trapo rojo y Milei no lo desaprovechó. El presidente argentino en su viaje a Madrid devolvió multiplicadas «las gracias». El victimismo de Sánchez crecía con cada embestida de Milei. Y como vaticinaba Groucho, encontrado el problema, Sánchez hizo un diagnóstico falso y aplicó remedios equivocados. Resultado final: una sorprendente e inexplicable decisión de retirada de embajadora. Una crisis diplomática de caballo que, a Milei, incluso le hace gracia. Sánchez, por su parte, contento de exhibir el papel, provocado por él mismo, de líder sin miedo a enfrentarse a la ultraderecha internacional. Y de paso, Abascal también encantado, en una nueva pinza que hace con los socialistas a un PP que, otra vez, no la vio venir.

Sánchez necesitaba más madera para poder atraer voto de la izquierda. Nada mejor que el reconocimiento de Palestina el día 28 de mayo. El 28 de mayo. No lo hizo antes, no ha esperado como el resto de los grandes países europeos a actuar de forma única, y, sobre todo, no ha esperado a que se libere a las rehenes israelíes todavía en manos de Hamás. No ha esperado al final del conflicto. 

España reconocerá al estado de Palestina, algo que ya fue aprobado hace diez años en el Congreso y con lo que la mayoría de la sociedad española está de acuerdo. El problema es hacerlo ahora, en medio de una guerra, porque, por un lado, deja en evidencia un interés electoral por la fecha de la medida que ensucia las buenas intenciones, y por otro, convierte la medida en algo simbólico, sin un efecto real de beneficio para que termine la guerra. Y lo deja en simbólico porque es imprescindible el final previo del conflicto, la liberación de rehenes y el acuerdo con Israel para que permita la autonomía y autosuficiencia definitiva de los territorios palestinos. Esos territorios en el caso de Gaza son desgraciadamente ahora un campo de destrucción total y están dominados por un grupo terrorista como Hamás al que no le ha importado sacrificar a los suyos porque ellos no buscan la coexistencia de los dos estados. Solo buscan la exterminación de Israel.

¿A quién se reconoce entonces? ¿Solo a Cisjordania en manos de la Autoridad Palestina que fue también atacada y expulsada de Gaza por los proiraníes? Las imágenes de la muerte de miles de civiles palestinos, especialmente de niños y mujeres, es algo insoportable para cualquier ser humano. Israel se ha excedido sangrientamente en su desesperado intentó de liberar a los más de cien rehenes que siguen retenidos y en condiciones que es mejor no imaginar, por los terroristas de Hamás. No se sabe cómo terminará. Los riesgos de que continue por más tiempo son enormes. O de que se extienda a toda la región. Es todo muy delicado y complejo, menos para Sánchez que una vez más anuncia, pero no explica cómo lo hará.

Este reconocimiento de Palestina evidencia aún más otra cuestión: la traición de Sánchez al pueblo saharaui y al Frente Polisario. También en este caso la sociedad española está a favor del referéndum de Naciones Unidas y no de venderlo, por un precio que sigue sin saberse, al rey de Marruecos. El Congreso español votó en contra, excepto el sumiso grupo socialista que acató la disciplina de voto, de esa decisión unipersonal de Pedro Sánchez. Un pueblo que vive desde hace décadas exiliado en el desierto, olvidado de todos y perseguido por las autoridades marroquíes. Generaciones de niños en condiciones terribles desde 1975. España sigue siendo la potencia administradora por parte de Naciones Unidas. Qué gran momento para reconocer también a la República Árabe Saharaui Democrática. Sánchez no lo hará. Sus argumentos para Palestina los ignora para el Sáhara. Tampoco la izquierda de la izquierda ha hecho nada por los saharauis. Los que piden con lemas de Hamás la desaparición de Israel, como la vicepresidenta Yolanda Díaz, callan también con Marruecos.

En la decisión con Palestina, según el gobierno español, priman los derechos del pueblo palestinos por encima de cualquier otra circunstancia. Con el pueblo saharaui, parece que esos derechos no priman y hasta molestan. Está Marruecos. Y Marruecos sigue teniendo maniatado a Sánchez. Algún día sabremos con qué.

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