THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

España e Israel

«¿Quién o quiénes impiden que se llegue a una paz más o menos justa? Los radicales de ambos lados. Hamás es un obstáculo para la paz y quienes piensan (y actúan) como Netanyahu, lo mismo»

Opinión
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España e Israel

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

La situación política de España (tan incómoda y extraviada, a mi entender) hace que todo se vuelva frentismo. Pobremente, o conmigo o contra mí. Algo más bien salvaje. Y así el conflicto palestino-israelí, una dura y terrible guerra, llena de matices, aquí se resuelve a lo simplón: si estás con Israel eres un carca y si estás con los palestinos o con Hamás, un hombre avanzado. Sin más. Intento -sabiendo que voy a fracasar ante el público mayoritario- distinguir. Ortega dijo: «El distingo es la espada del filósofo». Otra cita, en su primera novela El cielo protector (1949), Paul Bowles presentaba a una gringa loca, que en esos años organizaba rutas viajeras en el Marruecos colonial, que dice: vengo de España, un país lleno de judíos, que se llaman a sí mismos españoles.

Israel invade Gaza, mata y destruye y llega a Rafah, con una situación humanitaria desesperada. Hasta EEUU ha pedido contención a Netanyahu, que parece negarse a ella. En octubre pasado, Hamás -un grupo islamista radical, defensor del terrorismo y lejos de la denominada Autoridad palestina- entra en Israel, mata y toma rehenes. Una victoria pírrica, porque ¿podría ignorar Hamás que Israel legítimamente se defendería y tomaría represalias? Es decir, Hamás sabe que los palestinos van a sufrir y morir como consecuencia de su ataque, pero eso no parece importar. Israel responde duramente al ataque, pero (y ahí entra el premier Benjamín Netanyahu) no sólo responde, lo que sin duda es lícito, sino que inicia una guerra total para destruir Gaza. Es decir, Netanyahu no es culpable de defenderse sino de devolver la agresión al cien por uno. Netanyahu salvajemente se excede y hoy tiene a buena parte de la sociedad (y del propio pueblo israelí) en contra. Es bueno entonces saber el pasado militar de Netanyahu, que durante más de diez años sirvió en el ejército de su país y en el ala más dura. Ya en 1967 era jefe de una unidad de las fuerzas especiales Sayeret Matkal, donde también estaba su hermano mayor, Yonatan, que murió en la famosa operación del aeropuerto de Entebbe, en Uganda. En memoria de su hermano y en 1978, cuando ya abandona el ejército, Benjamín funda el Instituto Antiterrorista Yonatan Netanyahu. Viene esto a cuento de que, aunque Netanyahu sea el premier que más años lleva al mando de su país -15, sus enemigos internos recuerdan a Putin- es tanto un político duro como (lo que casi es peor) un político militarista, que cree más en las armas que en las negociaciones. Sabemos que bastantes israelíes están contra Netanyahu, pero ¿sabemos cuántos palestinos no aprueban los métodos de Hamás, cuyo sostén es Irán, el de los ayatolás dictatoriales?

«Hamás sabe que los palestinos van a sufrir y morir como consecuencia de su ataque, pero eso no parece importar. Israel responde duramente al ataque, pero (y ahí entra el premier Benjamín Netanyahu) no sólo responde, lo que sin duda es lícito, sino que inicia una guerra total para destruir Gaza»

Vamos aclarando: es bien posible condenar a Hamás y condenar por igual a Netanyahu. Violentos igualmente. Ninguno es mejor que el otro, pero a Benjamín lo pueden sacar del cargo unas elecciones democráticas, mientras que Hamás manda porque sí. No tiene visible alternativa. España -pese a la confusión reinante- puede reconocer al Estado palestino (como lo han hecho tantos países en el mundo) pues ello significa reconocer a la Autoridad palestina, que hoy lidera el tan marginado Mahmud Abbas. Claramente, reconocer al Estado palestino (de facto ya se ha hecho) no es recocer a Hamás. De modo semejante, repudiar la barbarie de Netanyahu no es estar contra Israel. Uno puede y debe respetar a Israel y puede estar contra su actual primer ministro, que (digámoslo) parece un hombre que ama la guerra. De hecho, no semeja haber ninguna solución para este conflicto árabe-israelí -incluso anterior a la creación del Estado de Israel en 1948- que no pase por el entendimiento, la paz y la plural convivencia. Igual que acepta a los cristianos de varias confesiones, Israel debe aceptar a los musulmanes -que comparten con ellos el horror al cerdo- pero obviamente islámicos que acepten también a los judíos. Y esto, que tan fácilmente se dice, parece hoy lo más enrevesado e imposible del mundo.

¿Quién o quiénes impiden que se llegue a una paz más o menos justa? Los radicales de ambos lados. Hamás es un obstáculo para la paz y quienes piensan (y actúan) como Netanyahu, lo mismo. Cuando en 1978 se firmaron los acuerdos de Camp David, bajo la presidencia norteamericana de Jimmy Carter, que sellaban la paz -con concesiones- entre Egipto e Israel, se vio que la paz era posible. La firmaron, ese septiembre, Anwar el-Sadat, presidente egipcio y el premier de Israel, Menájem Beguín. Pero el extremismo islámico asesinó a Sadat en 1981. Los duros de Irak e Irán triunfaban, no querían paz, y aunque Egipto e Israel se siguen entendiendo, todo lo demás se ha roto. Hay judíos que creen necesario para su seguridad destruir Palestina, y hay palestinos que sólo imaginan andar con la abolición del estado de Israel. Nada de eso va a suceder, pero está claro que los maximalismos extremos los paga como siempre la población civil. Creo en Palestina y creo en Israel. Descreo de Hamás y de Netanyahu. Los estudiantes deben protestar contra el gobierno de Israel, no contra su Estado y saber que Hamás no admitiría ministras como Yolanda o Sira. ¿Se dan cuenta?

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