Carta al ciudadano Sánchez
«¿Se da cuenta de que es usted el único que parece desconfiar de la justicia y no aceptar las reglas del Estado de derecho y rebelarse contra ellas?»
Le escribo esta carta, señor Sánchez, en respuesta a la que me dirigió el martes pasado por la tarde a través de las redes sociales. Soy un ciudadano español como usted y aprovecho la columna semanal que me brinda THE OBJECTIVE para hacerla pública.
De antemano le avanzo que procuraré ser sincero y educado. Me referiré a las cosas por su nombre, con la mayor claridad posible, pero no, como usted hace, acusando a muchos ciudadanos a los que va dirigida su misiva de utilizar «montajes zafios», «maneras espurias», con «malas artes», la ya famosa «máquina de fango», los «ultraderechistas» y la también famosa «coalición reaccionaria» capitaneada por los señores Feijóo y Abascal (a la que añade el lema «tanto monta, monta tanto»), en contraposición a la impoluta «coalición progresista» que usted lidera (aunque esta vez sin explicar que está formada por populistas e independentistas cuyo objetivo es poner fin al régimen del 78 y romper la integridad de España). No iré por ese camino, señor Sánchez. Me limitaré a justificar mis opiniones, en contraposición a las suyas, de forma razonada.
También debo anticiparle, Sr. Sánchez, que desde sus comienzos como secretario general del PSOE usted me suscitó una gran desconfianza. Hubiera preferido que accedieran a este cargo el señor Madina y la señora Susana Díaz, los consideraba más preparados y confiables. Nunca he estado afiliado al PSOE, pero me interesa como ciudadano el buen funcionamiento de nuestro sistema político y ello requiere que al frente de nuestros partidos, especialmente las más importantes, se sitúen personas preparadas y serias. En mi opinión, usted no lo es, señor Sánchez, no es ni una cosa ni la otra. Quizás entonces no lo sabía debido a que se desconocía su casi inexistente pasado político, aunque me advirtieron de su peculiar personalidad algunos de sus compañeros de partido. Ahora bien, pronto tuve motivos para considerar que su elección podía ser una desgracia para todos.
Ello se confirmó en un cara a cara electoral con el señor Rajoy en diciembre de 2015 cuando le soltó inopinadamente, sin venir a cuento y sin explicación alguna, la siguiente frase: «Usted no es una persona decente». El insulto, en política, siempre me desagrada, pero cuando se pronuncia fríamente y sin necesidad y sin motivo, tengo la sensación de que es algo preparado por algún incompetente asesor de comunicación y me hace sospechar que el que la pronuncia carece de autenticidad. En aquel momento, pensé que era cierto todo lo que me habían dicho de usted algunos de sus compañeros de partido: un tipo con la cabeza vacía y mucha ambición. Quizás aquel día empezó el fango en la política española y lo empezó usted, señor Sánchez. Ahora no se queje.
Dicho todo esto, quiero centrar esta carta en dos cuestiones que destacan en su escrito del martes y con los que estoy en total desacuerdo: su idea de la democracia parlamentaria y el enfoque que pretende dar a las actividades profesionales de su esposa.
«Creo que a usted le falta cultura democrática, pienso que no sabe exactamente qué significa gobernar en democracia»
Señor Sánchez: creo que a usted le falta cultura democrática, pienso que no sabe exactamente qué significa gobernar en democracia, no sabe que la esencia de una democracia representativa es que gobiernen los representantes de una mayoría tras unas elecciones libres, pero que el Gobierno que formen estos representantes esté controlado desde diversos ángulos. Veamos.
En primer lugar, en las cámaras parlamentarias se ejerce el control político, es decir, el de oportunidad y conveniencia, por los grupos parlamentarios de oposición; en segundo lugar, se ejerce el control de constitucionalidad y legalidad por los jueces y tribunales de todos los órdenes, por los funcionarios de la Administración Pública y, además, hoy en día, por diversos organismos técnicos de carácter independiente; y, en tercer lugar, es muy importante el control ejercido por la opinión pública expresada principalmente a través de los medios de comunicación, también por asociaciones y otros grupos de la sociedad civil.
Un demócrata que esté al frente del Gobierno debe respetar las funciones de estos tres controles, aunque le molesten, aunque considere que obstaculizan su acción de gobierno, aunque piense que sería más eficaz que no existieran. ¡Naturalmente, el ideal sería un único poder muy sabio y moralmente virtuoso que no necesitara controles! Pero el gran descubrimiento del pensamiento democrático moderno es que este poder utópico no existe, aunque Platón lo imaginara porque, como dijera Lord Acton, «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente».
Esta idea la empezó a teorizar Locke, la perfeccionó Montesquieu («que el poder frene al poder») y la desarrollaron con brillantez y profundidad los padres de la Constitución norteamericana, especialmente Madison y Hamilton, en El Federalista, teóricos que deben ser considerados los fundadores del constitucionalismo moderno. Leer a estos pensadores, sin olvidar Sobre la libertad de John Stuart Mill y, en este librito, especialmente el capítulo 2 sobre La libertad de pensamiento y discusión, le convendría mucho señor Sánchez. Así evitaría los estrepitosos fallos de su acción de gobierno, hacer el ridículo con sus lamentables cartas a la ciudadanía e incluso, si le queda buena fe, podría contribuir a la regeneración de nuestra democracia parlamentaria, hoy tan maltrecha. Lea, señor Sánchez, lea.
«Numerosos cargos políticos han comparecido ante la justicia, pero nadie, ni la Familia Real, montó el número que usted protagoniza»
Pero las cartas están motivadas por las noticias que han surgido en los últimos meses sobre las actividades profesionales de su esposa, la señora Begoña Gómez. Ciertamente, las noticias son alarmantes, yo no las he comentado en estos artículos semanales porque esperaba que las averiguaciones avanzaran, pero los periodistas de THE OBJECTIVE las han ido recogiendo con profesionalidad periodística admirable. Es curioso que usted, señor Sánchez, haya dirigido estas dos cartas solo por un motivo: las noticias sobre su esposa. Es curioso y, quizás, revelador. ¿Le da miedo lo que puede salir de ahí? ¿Le asusta la verdad? Dice que no, que tanto usted como ella están tranquilos. Pero no lo parece.
En España, en la España democrática de los últimos 46 años, han comparecido a declarar ante la justicia numerosos cargos políticos, también algunos, de ministros para abajo, han sido condenados y cumplido años de cárcel. Incluso la infanta Cristina, hija y hermana de reyes, tuvo que declarar, su marido el señor Urdangarin, cumplió casi tres años de condena precisamente por un delito de tráfico de influencias, como el que se investiga a su esposa, y si no me equivoco la denuncia fue interpuesta por Manos Limpias, este extraño sindicato al que usted tilda, quizás con razón, de ultraderechista. Pero nadie, ni la Familia Real, ni partidos políticos afectados, montó el número que usted protagoniza. Bueno, con una excepción, los nacionalistas catalanes sentenciados con penas de cárcel a los que por iniciativa suya han quedado amnistiados, una amnistía que se extiende, por cierto, a varios centenares más de investigados, procesados y sospechosos de toda especie.
¿Se da cuenta, señor Sánchez, de que el único inquieto es usted? ¿Se da cuenta de que es el único que parece desconfiar de la justicia y no aceptar las reglas del Estado de derecho y rebelarse contra ellas? Mire, señor Sánchez, lo único que le pedimos a su esposa es que aclare su situación y responda a las acusaciones de que es objeto. No pedimos nada más, y creo que puedo hablar en nombre de bastantes millones de españoles sensatos, decentes y que aún confían en las instituciones democráticas. Españoles que quizás están extrañados del silencio de su partido, del silencio y complicidad de los corderos que forman el rebaño.
¡Ya está bien, señor Sánchez! Somos mayores, nuestra democracia está consolidada y los controles funcionan. Usted está infundiendo sospechas sobre los jueces, los tribunales y sobre los medios de comunicación, como nunca lo había hecho ningún presidente del Gobierno. ¿Es usted un demócrata, señor Sánchez? Desde hace tiempo muchos dudamos de ello y los recientes hechos acentúan todas las sospechas. Pongan las cosas en claro y que su esposa vaya a declarar. Pedimos sus explicaciones ante la Justicia, no las cartas de usted a los ciudadanos.