THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Yo, mi, me, conmigo

«Vivimos la época dorada de la falta de colaboración, habitamos el yomimeconmigo. Es el florecimiento del egoísmo»

Opinión
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Yo, mi, me, conmigo

'El caminante sobre el mar de nubes', de Friedrich. | Kunsthalle de Hamburgo

Vivimos tiempos complejos, turbulentos, estupefacientes, tiempos de crisis y de cambios inimaginables. 

¿Nada nuevo para la humanidad?

Son tiempos en los que la sociedad ha intercambiado la idea de vivir centrados en el grupo, la familia, la tribu, el contacto humano, por la de enfocarse exclusivamente en el individuo. En paralelo, vivimos un furor por el presente ficticio, una malversación del pasado y un olvido del futuro. Un pasado manipulado en beneficio de unos pocos es un castigo a la esencia del ser humano que bebe de su experiencia como raza. Malvivir en un presente convulso, falso, insolidario, mendaz es una receta para el fracaso colectivo y el éxito de unos pocos. Olvidar que existe el futuro, dejarlo de lado, es abandonarnos a la deriva.

Por una parte, son nuestros dirigentes, convertidos en unas modernas cigarras de La Fontaine, los que estridulan para emitir el inmenso ruido que les hace ser sordos a la realidad. Viven su eterno verano en el poder, y, «de esos veranos vienen estos inviernos». Llevamos años soportando a líderes que solo hablan de sí mismos, que nos obligan a habitar en sus problemas personales, y que se construyen una telerrealidad manipulada hecha de falsas noticias.

Yo, mi, me, conmigo es también el título del décimo álbum del trovador Joaquín Sabina, que, paradójicamente, es un álbum repleto de colaboraciones. Vivimos la época dorada de la falta de colaboración, habitamos el yomimeconmigo. Es el florecimiento del egoísmo. Es un tremendo varapalo para nuestra evolución como especie, en donde la comunidad, en cualquiera de sus formas, era el centro de todos los esfuerzos. También es un castigo para nuestra felicidad. Las absurdas políticas de género o sobre la familia, el abuso de esas políticas sociales para comprar votos a cambio de subsidios, esas campañas que nos victimizan por nuestra inexistente responsabilidad por los errores cometidos por nuestra especie en el pasado, o sobre la nación, promovidas por una intelectualidad política vacua de contenido y carente de futuro intelectual son los responsables de esta falta de pertenencia que condena al ser humano al aislamiento y la soledad. El ser humano nació para vivir en familia, en grupo, en tribu, y no como elementos solitarios, obsesionados consigo mismos, con su sexualidad y con su narcisismo. Convertidos en seres poco educados, poco leídos, estamos condenados a no pensar. Hemos abandonado el Cogito ergo sum (pienso, por lo tanto, existo), que fue el eje del racionalismo occidental desde el siglo XVII (Descartes).

Existe también una herida espiritual por la que supura el homo sapiens del siglo XXI. La espiritualidad cristiana dominante en occidente estaba basada en el amor, la caridad, la familia y la comunidad. Las nuevas espiritualidades y terapias alternativas se centran en el ser humano como individuo, al margen de su entorno. El «ama al prójimo como a ti mismo» (tan revolucionario y complejo de entender) se enfrenta ahora al ego como centro centrifugado de la vida. Una existencia mirándose al ombligo es un viaje a la nada, un periplo desértico. Es una gran trampa porque es un ciclo infinito el del «yo», contrastado con la generosidad del dar. Ante esta situación, el papa Francisco recientemente nos invitaba a redescubrir la dimensión profunda de la escucha. Escuchar es ponerse a disposición de los demás y es un acto de amor. Escuchar permite dar a la otra persona el espacio que necesita para existir. A menudo tenemos la impresión de que el que grita más fuerte es digno de ser escuchado.

Finalmente, la digitalización está apuntalando esta sociedad fantasma. Los individuos del siglo XXI son los que más capacidad técnica de comunicación han disfrutado en la historia de la humanidad y, sin embargo, a mayor acceso a información y al exterior, más se ha acentuado el aislamiento. El contacto humano es evitado. Lo que parece primar es la percepción que el exterior tenga de nosotros, y no lo que seamos en realidad. Vivimos un falso relato que cada uno se ha construido de sí mismo. Hay una la falta de conexión real, intelectual y espiritual entre lo que somos y lo que proyectamos. Prima lo virtual sobre lo real. Así, el móvil se ha convertido en nuestro suministrador de dopamina cual perro de Pavlov. Salivamos ante un like, ante un bip. Se ha transfigurado en nuestro alter ego, en el que vive nuestro yo alternativo y falso, y que nos proporciona pequeñas dosis de dopamina, bien administradas por los algoritmos de la inteligencia artificial para que vivamos enganchados a un aparato sin vida, sintético e inanimado.

Estamos ante un punto de inflexión. Nuestra actitud ante esta encrucijada creará nuestro futuro. Elijamos lo que queremos ser y qué ansiamos dejarles en herencia a las futuras generaciones.

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