Europa también es el problema
«El peligro para nuestra democracia no es el señor Alvise, ni siquiera Vox, sino el clientelismo populista, la miseria moral en la que ha caído la partitocracia»
España es el problema, Europa la solución. Esta máxima orteguiana, que durante casi un siglo ha avivado las ilusiones democráticas de nuestro país frente al cerril nacionalcatolicismo, se ha visto desmentida por la realidad el domingo pasado. Las elecciones al parlamento han puesto de relieve que el problema hoy en día es también Europa, pero además de ninguna manera España parece capacitada para aportarle solución alguna. Apenas un 51 por ciento de los ciudadanos con derecho a voto en el conjunto de los veintisiete países de la Unión lo han ejercido. Y salvo en un par de ellos donde el voto es obligatorio, prácticamente ninguno ha superado esa cifra. En el caso del socio más reciente, Croacia, solo un 21 por ciento ha acudido a votar y en Bulgaria, Lituania, Letonia, Chequia o Eslovaquia poco más de un tercio. Por si no fuera suficiente, este desapego de la población respecto a las instituciones continentales no se ha manifestado en los sectores ultraderechistas, que han copado prácticamente una cuarta parte de los curules parlamentarios. Independientemente de que los partidos todavía centrales (conservadores y socialistas) puedan dominar el nombramiento de cargos en la Comisión, los resultados abrumadores de la extrema derecha en Francia e Italia y la victoria de los neonazis alemanes sobre el propio partido en el gobierno, ponen de relieve un futuro conflictivo y preocupante para el proyecto europeo.
No estamos ante un evento inesperado, sino la consecuencia de serias crisis, a comenzar por la financiera de 2008, la pandemia de 2020, y la guerra de Ucrania. Entre otras cosas, pusieron de relieve la mediocridad de los líderes políticos, muchos de ellos movidos más por la ambición personal que por su voluntad de servicio, y la ausencia de un proyecto definido para el futuro de la Unión. Somos un continente envejecido, con deterioro creciente del Estado de Bienestar; desmesurada burocracia; incapacidad para la integración de los millones de inmigrantes que necesitamos; sin una acción exterior unificada ni autonomía en la defensa. Mientras, la Comisión sigue empeñada en políticas de ampliación territorial, sin rumbo y sin destino, que no han hecho sino debilitar el proyecto soñado de los padres fundadores: la creación de unos Estados Unidos de Europa. Por si fuera poco, el núcleo central de este emprendimiento, basado en la reconciliación francoalemana y la unidad de acción entre París y Berlín, comienza a evidenciar divergencias en algunos de los temas centrales para el continente, como la respuesta al conflicto bélico ucraniano.
Hace ahora diez años Valery Giscard d’Estaing publicó un libro titulado La última oportunidad de Europa. El que fuera presidente francés señalaba ya algunos de los problemas que lejos de resolverse han empeorado con el paso del tiempo. E insistía, como su prologuista Helmut Schmidt, en la necesidad de ahondar el proceso europeo antes de continuar con su ampliación. No ha sido ese el espíritu de la diplomacia comunitaria, impulsada por las decisiones de la Casa Blanca a extender su influencia hacia las fronteras de Rusia. El último país en ingresar en la Unión fue Croacia, coincidiendo con la publicación del citado libro. Pero hay nueve candidatos en la lista oficial de espera, casi todos fruto de la fragmentación de la antigua Yugoslavia. La ilegítima invasión de Ucrania por Putin y la respuesta de la OTAN han favorecido el sentimiento militarista, reforzando los nacionalismos locales y desvirtuado la hoja de ruta de la Unión. Hasta el punto de que prácticamente en todos sus miembros, a comenzar por los cuatro con mayor población y capacidad económica, el debate para las elecciones europeas ha sido protagonizado casi en exclusiva por las cuestiones internas y el miedo a la ultraderecha. Esta se ha visto así enormemente beneficiada.
«Ni Sánchez ni Feijóo nos han contado su proyecto porque no tienen proyecto alguno. Solo palabrería»
Los comentaristas y los publicistas de los partidos han insistido durante la campaña en lo importante de los comicios, habida cuenta de que las decisiones europeas condicionan la gobernación de los países miembros. Pero si en muchos de ellos ya es un verdadero abismo el que separa a la clase política de sus representantes, para qué hablar de la soledad de los ciudadanos a la hora de reivindicar sus derechos y solucionar sus problemas causados por las políticas comunitarias erróneas. Durante la campaña previa a las elecciones, las verdaderas cuestiones que preocupan al electorado no han sido objeto de debate en nuestro país. Aquí se ha hablado de Begoña Gómez, su cuñado el músico, la guerra de Gaza, aunque no la de Ucrania, el porvenir de la legislatura, el amor de Pedro Sánchez por su esposa, y algo (muy poco) de la amnistía, el Consejo del Poder Judicial y cosas así. De modo que le hemos dado mil millones de euros en armas a Zelensky, pero no sabemos cuantos a nuestras Fuerzas Armadas, y la Guardia Civil sigue persiguiendo a los narcos en condiciones de inferioridad notable. En realidad no se ha presentado un solo objetivo europeo: ni cómo hacer para que la unión monetaria de la zona euro desemboque, como es de justicia y reclaman los técnicos desde hace décadas, en un presupuesto y una fiscalidad comunes; o la creación de un Tesoro público de la Europa del euro que sostuviera un mecanismo de solidaridad financiera con los países no incorporados a él. Desde luego, ni mentar la construcción federal de Europa, antes largamente soñada.
Ni Sánchez ni Feijóo nos han contado su proyecto porque no tienen proyecto alguno. Solo palabrería. El peligro para nuestra democracia no es el señor Alvise, ni siquiera Vox, sino el clientelismo populista, la miseria moral en la que ha caído la partitocracia, y la brutalidad del lenguaje del poder, que escenificó el propio Sánchez en su discurso ante el Parlamento europeo al mentarle el nazismo al líder de la democracia cristiana. Hubo un tiempo de esperanza para Europa en el que la colaboración entre Alemania, Francia y España, representadas por Helmut Kohl, demócrata cristiano, y los socialistas François Mitterrand y Felipe González lograron inspirar un programa común. Hoy la Europa del futuro depende de nuevo del entendimiento entre conservadores y socialdemócratas. Los representantes socialistas en las conversaciones para llegar a los necesarios acuerdos son el canciller alemán y el jefe del Gobierno español, ambos perdedores en los comicios y ambos sostenidos por aliados cada vez menos consistentes. Esperemos que no insista el marido de Begoña en presumir de ser portavoz del progresismo. Su esperpéntico gabinete aspira simple y llanamente a mantener el poder. Por eso Europa debe negociar también con la España real, aunque formalmente sea la oficial la que se siente a la mesa.