THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

¿Os acordáis de eso de la resiliencia?

«Partidos como el de Alvise y antes Podemos sólo son el recordatorio de que una democracia débil es capaz de dar vida a nuestros peores deseos»

Opinión
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¿Os acordáis de eso de la resiliencia?

Ilustración de Alejandra Svriz

Tras una pachanga, nos contó el rudo central de nuestro equipo, el periodista Fermín de la Calle, que un uruguayo le enseñó un concepto que, desde entonces, aplica en cada partido de fútbol que juega. Se llama patada de ablande. Consiste en ir duro a por un rival nada más comenzar el encuentro. En el inicio es difícil que el árbitro te expulse y esa coz, tan inesperada y firme, sirve para intimidar con cierta impunidad al delantero rival; para que sepa que no va a ser fácil moverse en área ajena.

Decía otro central, el colchonero Juan Carlos Arteche, que «de aquí para atrás es el pan de mis hijos», señalando el espacio que se extendía desde su espalda hacia su portero. Como es obvio, habitar esa ladera no era tarea fácil para el equipo contrario. El fútbol es un deporte territorial y orgullosamente duro. Aunque vivamos tiempos en los que, hasta ser expeditivo, se ha convertido en algo incómodo. De los que pierden no se acuerda nadie. 

Los que quieren hacer cosas están obligados a batallar continuamente contra la sensibilidad de los demás. El problema no es el respeto, que faltaría más, sino en el nivel que hay que sortear, un baremo ridículamente bajo. Y sí, me recuerda a ese baile del limbo, en el que hay que seguir la melodía deslizándose debajo de un palo que cada vez está más cerca del suelo. «Te fallan las formas», dicen. Cuando cada vez más el problema está en los fondos y no en las maneras en las que intentamos argumentarlos. Diría más: los fondos más perversos se escudan tras las formas más lánguidas. Cuando alguien tiene pocos argumentos, qué hay mejor que evitar el debate. 

Tras ver los resultados de las elecciones europeas y el inexplicable apoyo a un partido de intelecto jíbaro, como es el de Alvise, recordé aquella frase del Frankenstein de Mary Shelley: «¡Maldito creador! ¿Por qué formaste un monstruo tan espantoso que incluso tú te apartaste horrorizado?». Pedro Sánchez acusaba a Alberto Núñez-Feijóo de haber moldeado a la ultra-ultraderecha cuando, en realidad, fenómenos como este, de un programa naif y mensajes bochornosos hasta en estos tiempos convulsos, sólo pueden ser producto de un magma común, de una tierra compartida, de una responsabilidad de varias manos.

El populismo, todo populismo, es obra de un moderno Prometeo burócrata, desapegado de la realidad y perdido en su propio ombligo. De un Prometeo partidista, triturador de talento y con poco poso. Partidos como el de Alvise y antes, salvando las distancias, Podemos, sólo son el recordatorio de que una democracia débil es capaz de dar vida a nuestros peores deseos.

«Si confiamos en el pueblo cuando vota a los nuestros, también deberíamos confiar en él cuando vota a los demás»

Si confiamos en el pueblo cuando vota a los nuestros, también deberíamos confiar en él cuando vota a los demás. Y ese espejo es aterrador, porque siempre nos ofrece una imagen distorsionada de lo que somos. Es mejor decirse las cosas a la cara. Ser honesto y ser severo. Ser ambicioso y no perderse en cuestiones de forma, sino en el insondable fondo. Si todo pudiera discutirse, con vehemencia y seriedad, nos ahorraríamos luego mucho trabajo.

Es mejor una noble patada y seguir jugando, que cuestionar los principios mismos del deporte. Es lo que está pasando en España, que vive una crisis en cuanto a la legitimidad de sus instituciones y los equilibrios mismos del sistema. En momentos de flaqueza, es cuando aparecen personajes capaces de volarlo todo, tendencias voraces que se cuelan por las grietas del sistema y amenazan con roerlo todo.

Perdidos en las formas, perdidos en el cómo, nos hemos olvidado del qué. Si no toleramos los lances del juego político, nos mostramos vulnerables ante cualquier amenaza. Resiliencia. Qué palabra aquella. Dos cartas a la ciudadanía después, ya uno no sabe ni qué significaba. 

Sin diálogo, sin desavenencia, sin interés en el acuerdo, nuestro Parlamento se ha convertido en una sucesión de monólogos»

Se supone que era la capacidad del ser humano para aguantar los golpes de la vida. Por desgracia, en política, hemos elegido el camino blando, el de evitar la trifulca para evitar el daño. Sin diálogo, sin desavenencia, sin interés en el acuerdo, nuestro Parlamento se ha convertido en una sucesión de monólogos que oscurecen la labor de los representantes públicos.

Es en ese humo donde se hacen carne nuestros peores monstruos. Ídolos terribles, sin soluciones reales a los problemas reales, engordados con la indignación ajena, sin ganas de disputar el partido. Sólo quieren pinchar el balón, destrozarlo todo, aprovecharse del sistema mientras dure el desconcierto.

Me acuerdo de la patada de ablande de los uruguayos. Esa honrosa forma de salir al campo a demostrar lo que está en juego. Nada más lejano que esta pandilla de niñatos y de acomplejados que hoy quieren marcar el ritmo de nuestra convivencia y la altura de nuestros debates. O jugamos con madurez o el partido pronto habrá terminado.

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