¡Que viene la ultraderecha!
«Si cosas de puro sentido común para una gran cantidad de ciudadanos son ultraderecha, es muy fácil que se vote a partidos a los que se denomina así»
Reconozco que pocas cosas me parecen más estomagantes que los portavoces socialistas repitiendo con precisión norcoreana el argumentario del día, especialmente cuando las consignas son a todas luces falsas como, por ejemplo, cuando les dio por afirmar que era una vergüenza que Feijóo estuviera negociando una moción de censura con Puigdemont. No seré yo quien niegue la innegable capacidad del líder popular para aguar campañas electorales, pero eso no justifica mentir de manera tan descarada.
Que los embustes se hayan instalado así en la pública es mucho más dañino de lo que puede parecer a simple vista, porque si se miente a los ciudadanos con cosas tan fácilmente demostrables, se está abonando el terreno para que triunfen todo tipo de teorías conspiranoicas y ahí tenemos los resultados electorales: Alvise, sin programa político alguno, ha sacado prácticamente los mismos resultados que el partido de la vicepresidenta del Gobierno. Si todos mienten, si todos roban, si todo está tan corrompido, vamos a votar algo nuevo, parece que pensaron casi un millón de personas en este país, especialmente los jóvenes.
En España, la mitad de los chicos entre 18 y 24 años votaron a Vox o a Se Acabó La Fiesta, nombre de la agrupación de Alvise que no resulta para nada premonitorio porque celebraron los resultados hasta la madrugada en una discoteca por lo que, al parecer, para ellos la fiesta no ha hecho más que empezar. En Francia ha ocurrido algo similar, donde el partido de Le Pen arrasa entre los jóvenes, y también en Alemania, Italia y Polonia, por lo que creo que los eurodiputados de los partidos mayoritarios deberían plantearse muy seriamente –aunque tengo poca confianza en ello- cuáles han sido las decisiones que han tomado para que los jóvenes no los tengan por una opción atractiva. Quizá poner cien mil requisitos a los agricultores europeos mientras se permite la entrada de productos de otros países que no los cumplen o hacer la vida más incómoda a los ciudadanos con tapones adheridos a las botellas como medida estrella para salvar el planeta no ayudan demasiado.
No soy socióloga ni tengo las herramientas necesarias para analizar con rigor por qué la juventud se siente atraída por opciones consideradas de ultraderecha ni conozco la realidad de los diferentes países, pero en España me da la sensación que tiene que ver con la banalización del concepto, porque si todo es ultraderecha, al final nada lo es. Cataluña fue pionera en esto y partidos como Ciudadanos o asociaciones como Sociedad Civil Catalana (SCC) fueron tachados desde sus inicios como ultraderechistas e, incluso, falangistas y fascistas. ¿Y qué habían hecho para merecer tan horrendos calificativos? Pues estar en contra de la secesión o defender que en los colegios catalanes se pueda estudiar también en español. Todo muy facha, desde luego.
El nivel de delirio llegó incluso hasta el Parlamento Europeo cuando un grupo de eurodiputados, indignados porque dicha institución había otorgado a SCC el premio Ciudadano Europeo, firmaron un manifiesto asegurando que esta entidad, escrupulosamente democrática y firme defensora del Estado de derecho, se dedicaba a exaltar el nazismo y el franquismo. Esta vez, la cosa no les salió gratis, pues una sentencia les obligó a pagar a la entidad constitucionalista 15.000 euros, así como las costas del juicio, que los eurodiputados pudieron eludir por su inmunidad parlamentaria, pero no las entidades que les habían dado su apoyo.
«No cabe duda que el mayor beneficiado del éxito de Alvise, además de él mismo, es Pedro Sánchez»
Pedro Sánchez, alumno aventajado de los separatistas catalanes, hace tiempo que está subido en ese carro. Logró ganar los dos comicios de 2019 –uno de sus pocos éxitos electorales- amenazando con el trifachito y ahora vuelve a la carga con las tres ultraderechas, donde Cs ha sido sustituido por SALF. Es evidente que el número tres tiene mucha fuerza narrativa desde tiempos inmemoriales –la Santísima Trinidad, los tres Reyes Magos, las tres Marías, en los cuentos suelen ser tres hermanos o el protagonista debe superar tres pruebas…- así que no cabe duda que el mayor beneficiado del éxito de Alvise, además de él mismo, es Pedro Sánchez y por eso no para de repetir su nombre unido a un nuevo conjunto trino desde que empezó la campaña electoral.
Decir que estos tres partidos son ultraderechistas es tanto como decir que la mitad de los españoles lo son, así que su papel como muro de contención de la ultraderecha del que tanto presume quedaría bastante en entredicho, aunque no importa porque es evidente que Pedro Sánchez hace mucho tiempo que decidió prescindir de la coherencia discursiva y del respeto a la verdad.
El caso es que si defender que se pueda estudiar en español en Cataluña es ultraderecha; si decir que las personas con cromosomas XY son hombre es ultraderecha; si indignarte porque suelten a violadores o eliminen algunos supuestos de pederastia es ultraderecha; si criticar que hombres arrebaten a mujeres podios deportivos y becas universitarias es ultraderecha; si hacer públicos los datos de la nacionalidad de los agresores sexuales es ultraderecha; si quejarte porque las leyes españolas convierten tu vida en un infierno si te okupan la casa es ultraderecha; si pretender que se investigue a la mujer del presidente por supuestos delitos como a cualquier otro ciudadano es ultraderecha; si denunciar que la ley de amnistía está redactada por la misma casta política a quien va a beneficiar es ultraderecha y si, en definitiva, cosas de puro sentido común con las que comulgan una gran cantidad de ciudadanos son ultraderecha, acaba siendo muy fácil que se vote a partidos a los que se denomina así, especialmente entre los jóvenes, para los que el franquismo está, aproximadamente, en la misma línea temporal que el Imperio Romano.
Es evidente que tanto Vox como Alvise dominan un lenguaje y unos medios que captan a los más jóvenes y que una izquierda enfrascada en la defensa de cuestiones posmodernista no es una opción para aquellos a los que no les estamos ofreciendo no ya un futuro si no, ni tan siquiera, un presente esperanzador.