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Antonio Elorza

El dilema de Feijóo

«El líder popular está atrapado en una pinza entre la forma de ejercer la oposición de Díaz Ayuso y un político estrictamente tramposo como Pedro Sánchez»

Opinión
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El dilema de Feijóo

Ilustración de Alejandra Svriz

Alberto Núñez Feijóo posee una virtud política: la cautela. Al mismo tiempo que Pedro Sánchez sube en los niveles de agresividad y le convierte una y otra vez en blanco de sus acusaciones, él mantiene una actitud de resuelta oposición, exhibiendo lo que en tiempos pasados sirvió de base al éxito de un político de la izquierda francesa: una fuerza tranquila. Piensa al parecer que el desgaste político de Sánchez es irreversible, al mostrarse incapaz para aprobar leyes, más allá de la de impunidad o amnistía, y por consiguiente antes o después tendrá que convocar unas elecciones. De ellas verosímilmente saldría la derrota del PSOE y su acceso y el del PP al gobierno.

La previsión optimista de Feijóo tropieza, sin embargo, con una serie de obstáculos. El primero es que su corriente política, el conservadurismo o centro-derecha, se encuentra en horas muy bajas, tanto en Europa como a escala mundial. Como etiqueta, le van muy bien las cosas en Italia, pero aun cuando la prensa sigue apegada a la terminología tradicional, la realidad es que Giorgia Meloni encarna ante todo una forma imaginativa de posfascismo -mucho más elaborado que el tosco de Salvini-, con un intento resuelto de llevar a cabo una reforma encubierta de la Constitución. Su clave es el premierato, un sistema presidencialista encubierto mediante la elección directa del primer ministro, más liberalismo económico a ultranza, de manera que ya antes de fallecido su fundador, el berlusconismo quedó reducido a ser único portador del estandarte del centro-derecha, muy minoritario y compañero de viaje de Meloni.

En Francia, la escisión de los exgaullistas, en caída libre, lleva camino de ser capitalizada por la extrema derecha de Marine Le Pen y de Jordan Bardella, que como Giorgia Meloni han logrado actualizar sus mensajes, respondiendo a la inseguridad generalizada, sin cambiar el fondo de los precedentes. Fortiter in re, suaviter in modo.

Las evidentes limitaciones de la oferta política de Vox pudieron hacer creer al PP que lo esencial era recuperar su electorado, partiendo del voto útil. Solo que las elecciones europeas han puesto de relieve, no solo esas limitaciones anunciadas de Vox, sino la existencia de inconformismo difuso a la derecha de la derecha de la derecha, el de Alvise, perfectamente explicable por las frustraciones que presiden nuestra situación política actual.

Y tampoco cabe olvidar la candidatura a ejercer otra forma de oposición por parte de Isabel Díaz Ayuso (y asesor/es), todo lo cual remite a la exigencia de eficacia en su labor para el líder del PP. Nada lo expresa mejor que la advertencia de Ayuso, en el tema de la renovación del CGPJ, al destacar que es la división de poderes lo que está en juego, y por ello no resulta lícito hacer concesión alguna a Sánchez que la ponga en peligro. Ante el bloqueo para la designación de jueces por un CGPJ en funciones y posiblemente también presionado en Europa, Feijóo abrió el camino de un acuerdo, haciendo público que aceptaría aquello que supusiera «avanzar en la independencia del Poder Judicial», lo cual ha permitido a Isa poner sobre la mesa sus cartas, la pretensión de ser ella la auténtica alternativa a Sánchez.

«Feijóo puede quedar al descubierto si insiste en buscar un justo medio para la reforma del CGPJ»

El líder popular resulta así atrapado en una pinza entre Ayuso y Sánchez, ya que su contrincante gubernamental es insaciable, y acaba de probarlo con el enésimo fraude de ley, al colar la limitación al Senado para fijar el techo de gasto en una ley que nada tenía que ver con el asunto, como podría haberlo hecho en otra sobre la castración de rinocerontes, y simultáneamente con la anulación fáctica de la sentencia sobre los EREs por el TC, demostrando que el Supremo Tribunal no es hoy sino una cámara de registro de los deseos de Sánchez. Hasta llegar al esperpento al denegar la emisión del voto telemático de Puigdemont y Puig desde el exterior, pero sin anularlo una vez emitido para constituir la mesa del Parlament.

Feijóo puede quedar al descubierto si insiste en buscar un justo medio para la reforma del CGPJ o acepta suscribir una reforma a largo plazo que de momento deje la designación del nuevo consejo a la actual mayoría parlamentaria; esto es, en manos de un político esencialmente tramposo como Sánchez. Resulta comprensible que eluda dar el paso de calificar a lo que llama «sanchismo» como dictadura, en aras de preservar la imagen de moderado, pero lo es menos que olvide poner de manifiesto que el comportamiento y los propósitos de Sánchez en nuestra democracia son en sentido estricto los de un dictador, y que una respuesta democrática, si no quiere reducirse a protesta formal, ha de tomarlo como punto de partida.

Claro que, al mismo tiempo, el político gallego se ve obligado a valorar el enorme coste del bloqueo del CGPJ que se prepara a imponer Sánchez en la designación de jueces y también la amenaza de cambiar la ley en beneficio propio. Está metido así en un juego donde perder es demasiado probable en cualquiera de las opciones a su alcance. Más la circunstancia agravante de que el simple anuncio de pacto con Sánchez respalda la idea de Vox, que el PP está al servicio del PSOE, mientras todo lo que no sea una cesión completa será utilizado desde el sistema de propaganda gubernamental como la prueba de que forma parte de la extrema derecha. Y cerrando el círculo, Ayuso espera, contando a corto plazo con una muestra de debilidad suya en el tema CGPJ.

A los obstáculos del caso, se une la dificultad para elaborar un relato propio. Ni la imaginación política, ni la atención a los grandes temas de actualidad, ni sobre todo la capacidad para acompañar las críticas en propuestas positivas, son características que el líder conservador exhiba habitualmente. Nada dijo sobre la cuestión Sahara/Marruecos, ni siquiera exigió en su día información sobre la grotesca carta de Sánchez redactada visiblemente por Rabat; casi nada sobre Israel y Gaza; ninguna iniciativa para la recuperación de una Europa hoy amenazada… En fin, la actitud defensiva prevaleció incluso en el eslogan electoral de las europeas que convertía en protagonista al adversario: «Tu respuesta».

«Liderazgo insuficiente y comunicación deficitaria, empezando por una portavocía que no transmite confianza sino crispación»

Aceptemos que Pedro Sánchez le hace casi todo el trabajo, convirtiéndose de manera intencionada en un personaje odioso para buena parte de los españoles, pero no estaría de más que Feijóo se arriesgase a plantear propuestas realistas y concretas en los temas candentes de la financiación y de la reforma del Estado. Oponerse a la irracionalidad es necesario, no suficiente.

Liderazgo insuficiente y comunicación deficitaria, empezando por una portavocía que no transmite confianza sino crispación. Y pasando al tema del día, nueva pinza. Aun llamando la atención sobre el enésimo exabrupto del ministro Puente, tampoco cabe hacer concesión alguna, ni siquiera una exculpación distante, a un histrión como Milei, por sus excesos bueno como aliado para una extrema derecha que Sánchez necesita para seguir vendiendo su progresismo, no para un partido democrático al que toca la misión de rehacer la convivencia democrática en España.

La voluntad de protagonismo ha llevado además a Ayuso en esta ocasión al espacio ideológico propio de Vox, asumiendo la declamación del argentino aquí y ahora contra «el monstruo de la justicia social», cuando nuestro Estado social de derecho, sancionado con las conocidas reservas por el PP, no es equiparable al peronismo. Y lo que es peor, homenajeando a un político que solo hace unas semanas vino para presentar a un partido rival del suyo como auténtico representante de la derecha en España. No todo vale para combatir a Pedro Sánchez.

Ello de paso nos obliga a repensar el concepto de «liberalismo», hoy en un proceso abierto de devaluación, reducido a la desregularización radical de la economía y a borrar los valores positivos que presidieron las revoluciones liberales, empezando por la española de 1812. En cuanto a la desregularización como panacea, sus entusiastas debieran recordar cómo se gestó la crisis de 2008.

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