Atajar las conductas
«Quien aplaude a quien quiere ‘atajar las conductas’ como Óscar Puente es porque nada tiene que decir, y quien nada tiene que decir, no debería mandar callar»
En este tiempo hiperbolizado, proteínico y ultrasensible, expresarse se ha convertido en un lujo. En un exceso caviarístico. En un sorbito moético. Y dirá la buena gente: «Pues tú lo estás haciendo en THE OBJECTIVE». Y contestaré: «¿A qué precio?». Toda escritura es renuncia. Combato fieramente contra el silencio, pero cada palabra pesará por siempre en mi espalda. Ya vendrá alguien a recordarme lo que dije y cómo lo dije. «Siempre hay un hijo de puta de guardia», me decía Fernando Matres cuando trabajábamos juntos.
Ya he visto mi nombre en algún medio de comunicación por absolutamente nada. La excusa para mi señalamiento público fue «abrir un debate deontológico». En estos días, fotos de una periodista a la que admiro pasean por X con acusaciones tan duras como insostenibles. No importan los hechos, sólo el escarnio. La culpan de un delito gravísimo: trabajar, tener criterio y tomar decisiones.
Posicionarse se ha convertido en un trago amargoso y rajante, como uno de esos licores destilados centroeuropeos. Posicionarse no es tener ideología, no es militar políticamente, no. Posicionarse es, simplemente, asumir responsabilidades, tener una visión del mundo y expresarla.
Cualquier manifestación pública, sobre cualquier cosa, mañana puede llevarnos al escaparate rojo de las redes sociales, para deleite colectivo. O a las páginas, virtuales, de un digital. O a los grupos de WhatsApp de la tita Charini. Los caminos del señalamiento son inescrutables. Digo pública, pero también privada: correos electrónicos, wasaps… todo vale para pisar el noble cuello de los deslenguados.
No sé cuándo empezó, no sé cómo empezó, pero estamos cediendo un vasto espacio a la intrascendencia. Si abandonamos nuestras posiciones, esas posiciones serán tomadas por la propaganda, por el populismo y por el adoctrinamiento. Si dejamos de luchar, nadie luchará por nosotros. Si, por miedo a la reacción, nos tragamos el mensaje, ese lugar no quedará vacío, sino que otros vendrán a llenarlo. Otros con menos miramientos, claro, u otros a los que les resultará más rentable que a ti pisar esos charcos.
«Hablo de no dar las cosas por sabidas. Preguntar dos veces. Escuchar lo que no nos apetece escuchar. Decir lo que otros evitan oír»
Es una guerra. Reflexiones contra la nada. Y por supuesto que nuestras opiniones, nuestras decisiones y nuestros prontos están llenos de incoherencias y tachaduras. Pero la nada es sólo nada y siempre será nada. Yo hablo de plantear batallas suaves. Hablo de no dar las cosas por sabidas. Preguntar dos veces. Mirar el objeto desde diferentes ángulos. Escuchar lo que no nos apetece escuchar. Decir lo que otros evitan oír. Y compartir y dialogar en el sentido más cándido posible, es decir: sin querer tener razón.
Debemos hacerlo por dignidad pero, sobre todo, por supervivencia. Habló Óscar Puente en su entrevista con Carlos Alsina sobre la ley para disciplinar a los medios de comunicación. Se rio de su propia ocurrencia rebautizando esta cabecera desde la que hoy me expreso. Y repitió una expresión: «Vamos a atajar las conductas».
Se refería al periodismo, a la opinión, a la información, al debate. ¿Queréis un Estado que controle cómo se expresa su pueblo y en qué términos? Atajar las conductas. ¿Qué conductas? En su entrevista no dijo ningún nombre de medio, pero despreció este de forma suavona y luego citó a otro medio que «tiene afinidad con el PP». ¿Así funciona nuestro país? ¿Con bandos que pretenden silenciarse mutuamente? ¿Dónde están los cientos de miles de personas que se mueven veleidosamente de un lado a otro del tablero?
Mientras tanto, hay quien calla, para no meterse en líos. O navegan las aguas templadas de la equidistancia. O se camuflan entre las tropas de uno y otro bando con silenciosa disciplina, intentando pasar desapercibidos, compartiendo de vez en cuando algún artículo afín a la causa que, sin entusiasmo, siguen.
«Es obligación de todo ciudadano molestar un poco, inquietar a los que mandan, desconcertar, buscar su camino»
¿Pero dónde están las ideas? ¿Dónde está el desafío? Es obligación de todo ciudadano molestar un poco, inquietar a los que mandan, desconcertar, buscar su camino. Un camino lleno de errores, de idas y venidas, de dudas. Y no callar. Callar para evitar el daño. Callar para que no nos afeen en la mesa, para que no nos contesten en Facebook. Callar para que un compañero de trabajo no piense que somos «de los otros».
Y mientras tanto, ideas blandas ocupan el espacio de las ideas. Frases hechas y eslóganes simples. Mensajes vacíos con miles de retuiteos. Cedemos lo que somos. Se lo regalamos a la nada. El miedo nos hace peores ciudadanos. Quien aplaude a quien quiere atajar las conductas es porque nada tiene que decir, y quien nada tiene que decir, no debería mandar callar a quien quiere compartir sus ideas.
Para quemar libros en las plazas es necesario el fuego. Y ese fuego siempre tiene el mismo origen: el miedo. Un miedo que se impone a la necesidad de compartir nuestras ideas, a tomar nuestras propias decisiones y a expresar nuestras dudas y nuestros deseos.