Libres y solas caminan
«Les vaticino a las rebeldes clarisas de Belorado un arreglo con la jerarquía eclesiástica que les permita seguir su exitosa vida de pacíficas reposteras»
Ni sé ni quiero conocer si detrás de la rebelión cismática de las clarisas amotinadas en Belorado y excomulgadas por el arzobispo de Burgos hay, en realidad, oscuros y encontrados intereses crematísticos entre la comunidad a la que pertenecen las monjas alzadas y la jerarquía eclesiástica. La historia de la sublevación unas religiosas de clausura con website, que venden su repostería online y se desenvuelven cual nativas digitales, dirigiéndose al siglo en comunicados a través de Instagram, es lo suficientemente potente como para que uno reprima la suspicacia que malograría su fascinación por la trama.
Mi ingenuidad no alcanza a creer que unas señoras, que, por muy monjas que fueran, facturan con sus dulces lo suficiente para poder comprarse otro convento, hayan tomado conciencia 60 años después de lo doctrinalmente errático que fue el Concilio Vaticano II, y que lo manifiesten precisamente ahora, justificando así oportunamente su apartamiento de la Iglesia de Roma en plena trifulca inmobiliaria.
Pero piénsese en lo que es un convento de clausura, la obligación que impone a sus miembros de no salir sin causa justificada, el impedimento de que otras personas ajenas a la comunidad accedan a ella y en la que la jornada se divide según el orden medieval de las horas canónicas; esto es, según las oraciones que corresponde realizar en cada momento del día. En ese contexto de recogimiento, silencio y oración en busca de su unión con Dios, unas mujeres que desde su juventud han elegido esa forma de gastar -o invertir- su existencia, gracias a la tecnologización de la vida, dan un salto desde el siglo XIII al siglo XXI -sin pasar por el XX- para rechazar un intento de aggiornamento de la Iglesia de hace 60 años. ¡Eso es un golpe posmoderno, y no el de los cantinflas del procés!
Decía que, si se piensa de verdad en la vida de esas personas, pronto se aprende que no hay en ellas la frivolidad que la televisión quieren vender en sus cochambrosos tenderetes. No están desobedeciendo al Papa, han hecho algo muchísimo más grave para la vida un religioso: incurrir en el delito canónico de cisma, el rechazo a la sujeción al Sumo Pontífice por quienes, sin negar la verdad de la fe, sin embargo, rompen el vínculo que les une al Papa y a los demás miembros de la Iglesia. En tu existencia de religioso de vida consagrada el asunto te deja muy solo.
Pero he aquí que tengo para mí que nuestras monjas no son mancas en lo que al conocimiento del Derecho Canónico se refiere. Porque si bien, primeramente, tras su decreto de excomunión, se acogieron a la jurisdicción de un falso obispo próximo al Opus Dei (líder de la Pía Unión de San Pablo Apóstol, autodefinida como «Milicia Guerrera predestinada a sobresalir sobre todo lo existente»), al poco abjuraron y expulsaron de su comunidad al trucho prelado. No era caballo ganador el cismático, un excomulgado que tiene declarado ser partidario de «la sociedad estamental» y de no haberse puesto nunca unos pantalones vaqueros, porque -dice- «esa prenda tiene un origen proletario y yo no he trabajado proletariamente en mi vida».
Apuntaba que las clarisas algo saben de Derecho Canónico, porque, aunque en su Manifiesto publicado en Instagram nieguen su vigencia al Código de 1983 reivindicándola para el de 1917, como ya se estableció en el sonado episodio de Lefebvre, el delito canónico de cisma requiere un acto interno de rechazo de la sujeción a Roma. Pero, además, y esto es lo importante, un acto externo de adhesión formal a un movimiento cismático, una exteriorización de esa opción cuyo signo más manifiesto sería la participación en exclusiva en los actos del movimiento cismático alternativo. Con la expulsión de su comunidad del líder de la Pía Unión y el expreso apartamiento de su jurisdicción estarían las hermanas clarisas, dejándose abierta la posibilidad de redimirse, dado el carácter reversible de la excomunión. Como ellas mismas han declarado en su último comunicado: «caminamos libres y solas».
Les vaticino, por tanto, a las sedicentes hermanas un arreglo con la jerarquía que les permitirá seguir su exitosa vida de pacíficas y populares reposteras. La salvación de sus almas por la reversión de su excomunión ya queda fuera de la jurisdicción de este opinante, pero es de suponer que calificar de usurpadores heréticos a todos los Papas desde Juan XXIII al Papa Francisco, denostando la misa actual como no lo haría ni una barra brava argentina («liturgia ilícita, anticanónica, inválida, nula, injuriosa, ofensiva, pérfida a la Fe Católica y herética»), no debe ayudar mucho en esos negociados. Sea como fuere, quien llevando esa vida ha tenido el arrojo e ingenio de motejar en Instagram al Concilio de «Latrocinio Vaticano II», bien merece el perdón, aunque sólo sea por las sonrisas que nos han piadosamente regalado.