THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

La cancelación de lo íntimo

«Los manifiestos aumentos de la soledad entre las gentes no son sino la consecuencia directa del exhibicionismo narcisista en las pantallas»

Opinión
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La cancelación de lo íntimo

Distintos aparatos electrónicos. | Ilustración de Alejandra Svriz

La intimidad, lo íntimo, es uno de los fundamentos de la libertad individual, por tanto de la razón y sentido de la democracia. Representa una conquista de la civilización, al menos occidental, desde el siglo XVIII: Un sencillo y modesto repaso a la situación actual ayudará, supone uno, a identificar los desafíos. Demolidos los canales racionales de socialización, amenazados los espacios habituales de la socialización, las instituciones, los espacios públicos de interacción interclasista, todo queda a merced de las pantallas, un imaginario de fascinante efecto de anestesia. De un espacio virtual sin rumbo, ni filtros. 

Los manifiestos aumentos de la soledad entre las gentes no son sino la consecuencia directa del exhibicionismo narcisista en las pantallas. A menor intimidad mayor soledad. Es una paradoja, pero ya señaló el malevo Bergamín que «las paradojas son un paracaídas del pensamiento». Sigamos con las paradojas. Señala la filósofa mexicana Carissa Véliz: «Necesitamos privacidad y cierta soledad para descubrirnos». Lo que ocurre es que esa soledad que necesitamos no es la soledad que se produce, sino la contraria. Para George Steiner una de las esencias de la lectura era «tiempo y silencio», es decir, algo muy relacionado con la soledad que nos propone Véliz, pero resulta que la soledad que afecta a millones de personas es todo lo contrario. Una soledad producto del vértigo y del exhibicionismo en las pantallas. Todo hay que dejarlo registrado porque así nada queda registrado. 

«Cancelada la libertad de expresión, cancelada la capacidad de creación artística, el objetivo más inmediato es la cancelación de la intimidad»

La vida sin filtros, culturales, sociales, morales, políticos, religiosos, no es nada. Pero ese exhibicionismo, que ha sustituido a la confesión morbosa ante el sacerdote, para manifestarse públicamente, es el germen de la soledad, su principal agente. Se exhiben porque están solos. Y más lo estarán, si los espacios de socialización que se han mantenido y promovido durante siglos desaparecen ante las pantallas. Se exhiben sin saber para quién. De ahí, que la soledad, la inmensa soledad que manifiesta una parte notable de la sociedad sea la consecuencia de esa exhibición. La vida como una cámara. Es una cuestión de canales. A menor autonomía personal, mayor grado de anestesia social. Se busca la tribu en la que reconocerse, la etnia en la que protegerse, la ideología en la que parapetarse contra lo que sea distinto. 

El cantautor francés Georges Brassens ya advirtió que «más de cuatro es rebaño», pero parece llegada la hora fatal del rebaño. No es nuevo, pero es triste. Pareciera que el ideal en esta era de exhibicionismo fatuo es el rebaño. Una solidaridad impostada. Porque la clave de la solidaridad social, por ejemplo, es la renuncia, y aquí lo que hay es un catálogo pintoresco de exhibicionismo solidario, pero ninguna renuncia a lo que podría entenderse por solidaridad, está es otra de las falacias y esta es otra de las amenazas a la intimidad que conlleva la cancelación del espacio íntimo. 

Capítulo siguiente, y complementario de todo lo anterior, en este acoso a la intimidad, es la vigilancia. Entrar en la vida de los otros. Si en la memorable  La vida de los otros, Oscar a la mejor película en lengua no inglesa de 2007, dirigida por Florian Henckel von Donnermarck, la vida de los otros está controlada por el Estado totalitario comunista de la antigua República Democrática de Alemania, ahora esa vida de los otros (es decir, todos) está vigilada no por la policía política y sus adláteres, sino por el conjunto de la población. Cada uno es espía del otro. Si en una dictadura esa vigilancia la ejercen los sicarios del poder, en las actuales democracias esa vigilancia de la vida privada, al ámbito íntimo de los ciudadanos la ejercen los mismos ciudadanos. Menudo negocio se ha logrado. Menudo progreso social y moral (son compatibles) el que nos ha caído encima. Ya no se trata como destacó Michel Foucault de que la misión del poder sea Vigilar y castigar, ahora esa misión ha pasado a manos de la mal llamada sociedad civil (un pleonasmo) y se ha transformado en Vigilar y denunciar. 

Cancelar. Cancelada la libertad de expresión, cancelada la capacidad de creación artística, el objetivo más inmediato es la cancelación de la intimidad. Con la inestimable ayuda de la Inteligencia Artificial (IA) en su lado oscuro (que lo tiene). Escribe Rodrigo Cetina: «En esta economía de la vigilancia, nosotros, los ciudadanos, somos el producto. Lo que circula por una plataforma, sea información de calidad o desinformación, entretenimiento o discurso de odio, arte o zafiedad, no es importante mientras se capte nuestra atención para seguir utilizando el servicio y seguir vigilándonos». Es decir la ecuación perfecta: vigilados por los demás (y por nosotros mismos, en el delirio dominante); vigilados por las plataformas a las que ofrecemos nuestra intimidad con desparpajo patético y vigilados por los que siempre nos han vigilado, nos vigilan y nos vigilarán, que son los diversos poderes, que siempre ha manifestado una profunda desconfianza hacia los ciudadanos. 

Un mundo ideal. Para rematar la anestesia social que se multiplica con el «Vigilancia y Circo» característico de estas primeras décadas del siglo XXI. El asalto a lo íntimo, la negación, por ello, de lo íntimo está en la agenda de unas sociedades desnortadas que ante el abismo están dispuestas a dar un paso adelante. La privacidad es el elemento vertebrador de las sociedades democráticas, la libertad individual el sacrosanto derecho que ha costado siglos disfrutar, la autonomía de cada ciudadano una conquista deslumbrante. Tal vez, solo tal vez, la cosa sea como declaró el actor Harvey Keitel convertirnos, para recuperar la libertad, en «anónimos e invisibles». Todo se andará.

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