THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

La perra gorda

«Hemos saltado de exaltar una Hispanidad remozada en el V Centenario a una demolición de la historia e identidad españolas en nombre de la ‘decolonización’»

Opinión
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La perra gorda

Ilustración de Alejandra Svriz.

«¡Para ti la perra gorda!». La expresión chulesca con la que Pedro Sánchez cerró su réplica a Feijóo en el Congreso, parecía indicar que daba el asunto por resuelto. Por lo que luego hemos sabido, la cosa iba más allá, dejando ver que realmente, como balance de la negociación, al líder popular le había quedado la perra gorda, aquella moneda sin valor alguno de diez céntimos de peseta, de la cual se burlaban hace un siglo los españoles. Y no solo por su escaso valor, sino porque en principio debía figurar en su cara un león, cuando allí solo se veía a algo parecido a un perro deforme.

Del mismo modo que Feijóo creía haber obtenido en Bruselas un acuerdo que garantizaba la autonomía del futuro CGPJ, con una composición decidida parcialmente por sus jueces, mientras Sánchez, por medio de sus voceros, le recordaba con el oportuno retraso, para que transcurriese el debate en el Congreso y para que la proposición de ley conjunta pasara ya por registro, que de eso nada. Lo del Consejo sería una simple propuesta, que él podría perfectamente ignorar.

Formalmente, el Gobierno tiene media razón, ya que es el Poder Legislativo quien deberá aprobar o rechazar esa propuesta, pero se entiende que ambas partes, PP y PSOE, al suscribir el pacto, coincidían en el procedimiento acordado de que la iniciativa de reforma correspondiera al nuevo CGPJ, respaldada por tres quintos de sus miembros, y que los dos partidos se comprometían a respetarlo. No era un papel mojado puesto a entera disposición de Sánchez. Como mínimo, el pacto significaba que PSOE y PP respaldaban el procedimiento, aunque luego pudieran existir diferencias puntuales. Pero, claro, para Pedro Sánchez no existe otra norma que la de hecha la ley, hecha la trampa. Solo que en este caso la ha ejecutado ante la mirada de la UE y tiene a ésta como testigo acusador de su previsible felonía.

Dirigida en este caso a un doble objetivo: engañar a la otra parte contratante y engañar a la UE, cuya posición sobre el tema es conocida y acorde con la del PP. Sin que deba olvidarse el rendimiento colateral: se trata de hundir en la miseria a Feijóo, haciendo realidad los pronósticos de sus adversarios, tanto de Vox como del propio partido.

Por lo demás, Pedro Sánchez engaña, pero no engaña, en el sentido de que ese comportamiento perverso y ruin -en lo político, en lo afectivo es un amante esposo- se aplica a todos los temas, y últimamente alcanza la excelencia del ridículo en la aplicación del principio de Rousseau, de la ley como expresión de la voluntad general y culminación de la democracia. Hace poco escribí, entre broma y serio, que Sánchez hubiese sido capaz de introducir el límite al Senado sobre la fijación del techo del gasto en una ley sobre castración de los rinocerontes. Ahora acaba de restringir la elevación de objeciones al tribunal europeo en una ley bajando el IVA transitoriamente al aceite de oliva. Aquí no rige Kelsen, sino Santiago Segura. Lo que resulta asombroso es que tanto los jueces militantes por la democracia, como los leales del jefe en el Tribunal Constitucional, no sientan repugnancia ante tales episodios. Pero a la vista de cómo va la exculpación escalonada de los ERE, no cabe duda acerca de su insensibilidad.

«Los derechos civiles se encuentran a merced de los deseos de un presidente sin escrúpulos»

Si damos al total, imposición de la voluntad de un individuo por encima de la ley, manejando a voluntad la división de poderes, eso es dictadura. La actuación del fiscal general del Estado, dando orden de divulgar unos datos del expediente fiscal de un ciudadano para apuntalar el ataque a una adversaria política, ha sido la mejor muestra de que los derechos civiles se encuentran a merced de los deseos de un presidente sin escrúpulos. Para redondear la faena, el subalterno Bolaños lo explica, arguyendo que se trataba de difundir la verdad. El procedimiento no importaba: todo vale al servicio del presidente.

Dictador frágil eso sí por la dependencia respecto de unos separatistas, que mientras tratan sin éxito de imponer la independencia a la voluntad de la sociedad catalana, buscan el privilegio económico –«la singularidad»- a costa de los demás ciudadanos españoles. Aquí el engaño se ve acompañado por la burla.

Lo peor es que el planteamiento de Sánchez, posiblemente basado en una ignorancia deliberada e insuperable, le lleva a ir más allá de las concesiones en este terreno de la fractura del Estado. No ve límite alguno y no le importa seguir impulsándola. El último episodio es la iniciativa de la separación de León de la Comunidad de Castilla la Vieja, mira por dónde feudo del PP, y que tal vez podrá ser un taifa asignado a Zapatero. Perdón, no de León, que tendría cierto sentido, sino del antiguo Reino de León, sin plantearse primero qué piensan del asunto zamoranos y salmantinos. Para ello acaba de resurgir un agónico dialecto leonés, ya presentado como signo de opresión castellano

Nada es imposible. El juego socialista en este sentido viene consistiendo desde hace mucho en confundir de forma oportunista la concesión «normalizadora» con el imperio de toda lengua y cultura diferenciales frente al español y a su centralidad reconocida en la Constitución. La catástrofe producida en Cataluña y los costes en Euskadi son ya de sobra conocidos.

«Urtasun ha designado los museos como su campo de batalla para poner en marcha una cruzada que acabe con el eurocentrismo»

No importa. La última novedad, desde que fue constituido el último Gobierno, ha consistido en la entrada en acción del Ministerio de Cultura para desarrollar una permanente ofensiva contra la propia supervivencia de nuestras instituciones culturales y de la función que a las mismas corresponde cumplir de cara a la ciudadanía. Urtasun ha designado los museos como su campo de batalla, pero no para proceder a las reformas y a la modernización necesarias en algunos, sino para poner en marcha una cruzada que acabe con el eurocentrismo y todas las lacras del pasado colonial, la esclavitud, el racismo y la discriminación de género.

Dicho en plata, para proceder a una depuración de las instituciones museales en nuestro país, afirmando esos valores alternativos y, como última consecuencia, pagando la penitencia por tan graves pecados en forma de «restitución» de fondos hasta hoy en nuestros museos. Para el director del Thyssen, Guillermo Solana, candidato de Sumar, es objetivo necesario, aunque no suficiente: «La descolonización museística no consiste solo en la restitución de objetos que vinieron de África, Asia y América a las capitales occidentales…». Entre tanta profesión de fe «progresista» ya sabemos lo que está en juego, por lo menos para el Museo de América: la entrega al también «progresista» Gobierno de Colombia del tesoro de los Quimbayas. No pensemos, sin embargo, que ni el ministro Urtasun ni su jefe vayan a hablar con claridad.

Por ahora toca la erosión, observable en el cúmulo de actos organizados bajo patrocinio ministerial. De entrada, se rechaza la concepción del museo vinculado al Estado-nación, que por muy crítico que sea, respondería al «contexto histórico-colonialista». Toca otorgar absoluta primacía a toda forma de contestación que atienda al objetivo de la «decolonización». Por atender a dos recientes exposiciones, bien convirtiendo las obras de arte en ilustraciones del dogma que las preside (la Memoria colonial en el Museo Thyssen), bien ofreciendo formas evocadoras de un caos y que supuestamente tienen por objeto proponer «nuevos mundos descolonizados y des-binarizados» (Espejito, espejito, en el Museo de América). No siendo éste hoy otra cosa, según el texto oficial de la exposición, que «el garante histórico y el reservorio archivístico de la autoficción eurocéntrica». Toma ya. 

Es decir, difamación pura y dura, de cara a un futuro de destrucción. Todo menos proponerse una relectura crítica de nuestra historia, lo cual obligaría a analizar, pensar y proponer. El chafarrinón es más útil para el fin buscado. O el happening discursivo, como el protagonizado, meses atrás en el propio Museo de América, bajo el patrocinio del Ministerio y de cierta Justicia Museal con no-expertos que nada sabían del Museo, pero sí estaban fervorosamente alineados con el anticolonialismo. O como dicen desde Espejito-Espejito, entregados a luchar contra el «legado patriarco-colonial y eurocéntrico».

«¿Qué importa que la tal Abya Yala sea un neologismo recién adoptado para sus fines por los movimientos indigenistas?»

La deriva demagógica resulta inevitable y culmina en la descripción del descubrimiento, con «los conquistadores» llegando «a las costas de Abya Yala, posteriormente llamada América». ¿Qué importa que la tal Abya Yala sea un neologismo recién adoptado para sus respetables fines por los movimientos indigenistas? Para Urtasun existió desde siempre y nos lo impone como verdad histórica indiscutible. Una perra gorda con baño de oro.

El catálogo de la Memoria colonial del Thyssen ofrece otras perlas adicionales en este sentido. Puestos a denunciar «el proceso de ocupación territorial, de despojo y genocidio iniciado hace seis siglos en Abya Yala» [América], se encuentran incluidas Ceuta y Melilla (?) y sobre todo países completos «arrasados», ejemplo Afganistán, que nunca fue colonia. Con razón los autores advierten que no se trata de partir de «un anclaje puramente teórico e intelectual»: lo esencial es «vincularse primero y comprometerse después» a la lucha contra «lo colonial». De este modo se produce el deslizamiento desde un objetivo muy válido, la construcción de una imagen histórica donde figuren componentes siempre olvidados, como las estructuras de dominación, en todo su radicalismo, a la conversión del museo en repertorio de argumentos icónicos para una militancia vuelta hacia el presente.

La apariencia es que vamos de la nada a la más absoluta miseria, como en tantos aspectos de la política de Pedro Sánchez, pero la realidad es más grave. Las demandas y las necesidades de los ciudadanos españoles en el orden cultural, más que ausentes, son negadas -salvo para el plurilingüismo, con el castellano en último lugar-, ya que ni siquiera el «pasado colonial» español es tomado en consideración seriamente por los organizadores de la Memoria colonial del Thyssen, salvo para su integración en el «extractivismo» donde todo se junta, el tráfico de esclavos en el siglo XIX y Sevilla del XVI. De Las Casas, el nombre, solo Sepúlveda, nada de las Leyes de Indias.

«Urtasun es algo peor que un tonto, es un instrumento eficaz de la política de romper para reinar de Sánchez»

Se enfrentan el Mal, Occidente, lo eurocéntrico, etc. etc., del que simplemente formamos parte, y una supuesta entidad alternativa, Abya Yala, la recién inventada comunidad de los pueblos originarios de América, con la cual nuestro Ministerio de Cultura comulga y en cuyo nombre habla, y no solo en el Thyssen, sino también en el de Antropología, cuya sala americana preside. Estamos ante un protagonista irreal cuyo papel inmediato es la relegación de nuestra historia cultural, como si esta no tuviera temas que afrontar, entre ellos el de revisar a fondo el pasado imperial y colonial en América. España en cuanto tal desaparece, como tiene que ser en la visión política del ministro Urtasun.

Tempus fugit. En tres décadas hemos saltado de la exaltación de una Hispanidad remozada en el Quinto Centenario a una demolición de la historia y de la identidad españolas en nombre de la «decolonización». Lo único seguro es que ni una ni otra actitud valían ni valen, en el plano intelectual, una perra gorda. Otra cosa son sus consecuencias políticas, inexistentes para el 92, hoy incorporadas al actual ninguna parte. Dos breves conclusiones. Primero, que Urtasun piense que es ministro de Cultura de España, y no de la mítica Abya Yala, cosa difícil, y segundo, que es ministro de custodia y reforma de la Cultura, y no solo de Devoluciones (y de erosión sistemática del artículo 3 de la Constitución). Fernando Savater opina que Urtasun es tonto. Es algo peor, un instrumento eficaz de la política de romper para reinar de Pedro Sánchez.

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