Todas no podemos ser Claudia Schiffer
«Somos más y mejores de lo que solemos pensar en nuestros autoanálisis, en los que faltan muchas cosas buenas que hicimos, más o menos insignificantes»
Buscando algo en el pasado, no sé qué documento, me encuentro con un artículo, en forma de dietario de la semana, que bajo el mismo título que éste («Todas no podemos ser…!»), publiqué hace 15 años en el suplemento catalán de un periódico de difusión nacional.
La primera sorpresa que me dio el hallazgo de mi propio texto es que no recordaba haberlo escrito, ni tampoco recordaba las lecturas científicas y las anécdotas graciosas de las que da razón. Que me parecen interesantísimas. A continuación reproduzco, condensado y ligeramente corregido y expurgado de lo que hoy serían anacronismos, el artículo antiguo, y luego saco algunas conclusiones que a lo mejor pueden ser de interés general:
«Lunes: Leo en Live Science un reportaje de la directora Jeanna Bryner que reúne los resultados de diferentes trabajos científicos, según el cual hay siete rasgos de carácter que son objetivamente malos para la salud: la tristeza, la ansiedad, la excesiva competitividad, la falta de autocontrol, la neurosis, la carencia de objetivos vitales y el cinismo, como llama a la hostilidad, desconfianza y desprecio generalizados.
Por experiencia o intuitivamente, todos entendemos que estar permanentemente triste o ansioso tiene que hacernos daño; los neuróticos y carentes de autocontrol mueren antes —afirma la revista Health Psychology— porque están más inclinados al desorden y los excesos. Y según un estudio del Journal of Psychosomatic Medicine, carecer de un objetivo en la vida afecta negativamente al sistema inmunológico; eso tampoco cuesta de creer. Pero, ¿por qué el cinismo es malsano, en el sentido físico de la palabra?
«Los que tienden a desconfiar de todo el mundo desarrollan más fácilmente ataques al corazón»
Pues parece que los que tienden a desconfiar de todo el mundo y sospechan sistemáticamente de los motivos de los demás desarrollan más fácilmente ataques al corazón. En un estudio con 300 veteranos de la Guerra del Vietnam que estaban sanos al principio del estudio, se ha detectado que los que estaban muy afectados por el sentimiento de hostilidad general tenían una tendencia estadística muy superior a padecer infartos, porque desarrollaban una proteína del sistema inmunológico llamada c-3, relacionada con diversas enfermedades, entre ellas la diabetes. En consecuencia, es mejor, es más sano, ser crédulo, confiado, pánfilo.
Todo esto me recuerda a aquella campesina portuguesa que vi en la tele; había cumplido cien años y le preguntaron: «¿Cuál es su secreto?». Y su respuesta fue: «El secreto mío ha sido trabajar, trabajar, trabajar y no pensar en nada».
Martes. Hoy, nada.
Miércoles. Hoy, aún menos.
Jueves. Hoy he leído la crónica del reinado de Tiberio, que ocupa casi la mitad de los Anales; por cierto que ya leí este libro en 1994, pero, naturalmente, no me acordaba de nada. (Dicen que guardamos de nuestra vida un recuerdo semejante al que guardamos de las películas que vimos y de las novelas que leímos: alguna noción atmosférica, los jirones de tres o cuatro escenas, una frase o dos, y para de contar). Tiberio era un gobernante cruel, envidioso, receloso, rico en proteínas c-3; potenció la figura del delator. Cuando mató a su valido, el temido Sejano, también mandó ejecutar a sus inocentes hijos. (V, 9). Cima de abyección: «Cuentan los historiadores de aquellos tiempos que, como no se tenía noticia de que una virgen hubiera sido castigada con la pena de muerte, la niña fue forzada por el verdugo a la vez que se le echaba la cuerda al cuello».
Viernes. Ingo Niermann me pide un curriculum en dos líneas, y le envío éstas:
«Ignacio Vidal-Folch is a writer, he was born in Barcelona and lives in Barcelona. He tried to… but… oh, well… that’s life».
Sábado. En el bar del mercado: la camarera, mujer corriente, activa, agradable, declara con alegría: «¡Todas no podemos ser Claudia Schiffer!». Está categóricamente conforme con no ser supermodelo. Un pescadero con delantal y botas de goma, obeso, rubicundo, apopléjico, con las guías del bigote empapadas, bebe cerveza de pie, aprisa, y responde:
—¡Pero somos más simpáticos!
—¡Nos divertimos más! -tercia una cliente.
—¡Hambre no pasamos! -remata la camarera».
Bien: hasta aquí el artículo de antaño, casi textual pero mejorado, abreviado, retocado. Me asombran aquellas lecturas de revistas científicas, y la recuperación de la fascinante conversación de la gente común y corriente en el mercado, su alegría.
Me asombra, también, lo estupendo que era aquel texto, que, siendo mío, me suena tan extraño como si lo hubiera escrito otro.
Saco de esta experiencia de extrañamiento y reencuentro la siguiente conclusión: somos más y mejores de lo que solemos pensar en nuestros autoanálisis. En nuestros autoanálisis faltan muchas cosas buenas que hicimos, más o menos insignificantes (como por ejemplo, este artículo). Vamos dando tumbos por el mundo haciendo muchas tonterías, es cierto, pero también hemos dedicado sonrisas, hecho favores, ayudado a otros de una forma u otra, hemos dibujado un gesto elegante, dicho una frase que hizo bien, y de todo eso, que completaría y embellecería nuestro autorretrato, podríamos sentirnos razonablemente orgullosos, pero de todo eso quizá nos hemos olvidado.
Tenía razón el pescadero: no todas podemos ser Claudia Schiffer, pero a lo mejor somos más simpáticos.