Una generación de oro
«El éxito del fútbol nacional es una muestra clara del trabajo que se hace en la base y de la importancia de abrirse a la competencia y a la globalización»
Fue a mediados de la década de los 90, cuando la sentencia del llamado caso Bosman transformó el fútbol europeo para siempre. La libre circulación de futbolistas en la UE abría el deporte a los beneficios del mercado. No sólo los clubes se profesionalizaban, sino que la competencia adquiría rasgos globales. La primera consecuencia fue el pesimismo, como corresponde al marco mental proteccionista que impera de forma casi natural en la sociedad. Es un error. Me acuerdo bien de las quejas de entonces: que la llegada masiva de jugadores extranjeros iba a suponer el final de las canteras autóctonas. Las primeras víctimas serían la selección nacional y, claro está, nuestros jugadores jóvenes.
Por supuesto, los abanderados del proteccionismo se equivocaron. La historia de Occidente se resume muy bien en la Odisea de Homero, en la voluntad del protagonista por superar las fronteras y enfrentarse a lo ignoto. En este sentido, tenía razón el filósofo norteamericano Richard Rorty al sostener que debemos garantizar la libertad porque ésta ya se encargará de proteger la verdad.
Y si por verdad entendemos el progreso, el caso Bosman es una buena prueba de ello. El fútbol español no sólo no se empobreció, sino que salió reforzado. La libertad incentiva la competencia y la competencia nos mejora a todos. Los equipos incorporaron a un mayor número de jugadores estrella y el nivel de La Liga subió mientras corría el dinero, al igual que el de nuestros deportistas. El ingenio humano es infinito cuando se le pone a prueba y, 15 años más tarde, en 2010, España levantaba por primera vez la copa del Campeonato del Mundo.
Dos Eurocopas precedieron y sucedieron a aquella victoria mítica, sellando una generación de oro en el fútbol español. Un columnista deportivo de The New York Times se preguntaba qué selección nacional había jugado alguna vez a semejante altura. En efecto, la consecuencia más inmediata del libre mercado había sido nuestro ascenso al Olimpo del fútbol mundial. Aunque no hay soluciones universales que sirvan para todo, se diría que la libertad es una de ellas.
«España ha vuelto a demostrar que, además de jugar bien y de un modo eficaz, se puede jugar bonito»
Han pasado casi tres décadas desde la sentencia del caso Bosman y España vuelve a los altares del balompié, con una generación de jóvenes aún más internacionalizada. La victoria sobre Inglaterra en la final de la Eurocopa corona el triunfo del que ha sido el mejor equipo del campeonato por juego, por táctica, por frescura y por imaginación. Con un estilo más directo que antaño, apoyándose en la calidad de las bandas y sin renunciar al clásico tiqui-taca definitorio de nuestra concepción del fútbol colectivo, España ha vuelto a demostrar que, además de jugar bien y de un modo eficaz, se puede jugar bonito.
El éxito nacional es una muestra clara del trabajo que se hace en la base y de la importancia de abrirse a la competencia y a la globalización. En este sentido, ofrece también una enseñanza a todo el país: no hay que tenerle miedo al futuro ni a la libertad. Por muy difíciles que sean las circunstancias económicas, sociales y políticas, se puede volver a empezar de nuevo cada día. Y tras la desmoralización del último Campeonato del Mundo, llega ahora la respuesta de un fútbol moderno y brillante, joven sobre todo y descarado en su frescura.
En 2030, cuando el Mundial se celebre en España, nuestras estrellas habrán llegado a su plenitud. Lógicamente, hay motivos para el optimismo deportivo. Tendría que haberlos también para todo lo demás, si no nos obstinamos en polémicas innecesarias y en debates absurdos.