De populismo a populismo
«Con el mayor cinismo han puesto el título de regeneración democrática a lo que es tan solo un plan para acallar a los medios incómodos y controlar a los jueces»
Uno tendería a pensar que la actividad política en América Latina tiene una maldición especial; la mayoría de sus países transitan o han transitado de un populismo que podríamos llamar de izquierdas a uno de derechas, y viceversa, y no se sabe cuál de los dos es más peligroso. En realidad, ambos se basan en premisas similares: mantienen -interesadamente o no- una distorsión del recto concepto de los mecanismos democráticos y, sobre todo, del de la división de poderes. Quizás se trate de una herencia dejada por los españoles, que durante el siglo XIX sufrimos continuos pronunciamientos y gobiernos autocráticos.
Los regímenes populistas consideran que los gobiernos, por el mero hecho de ser tales tienen patente de corso y no están obligados a someterse a ninguna norma. Se imaginan que la democracia puede subsistir sin el Estado de derecho, y profesan una concepción reduccionista de aquella, relegándola exclusivamente a unas elecciones periódicas. Estas, según su pensamiento, conceden a los ganadores un poder absoluto, más allá del bien y del mal, sin tener que dar cuenta de nada ni a nadie, y los exoneran de cualquier contrapoder. La ley no es igual para todos. Los mandatarios, sobre todo el caudillo, están por encima de la normativa jurídica. Más bien estiman que la ley es tan solo lo que ellos reconocen como tal.
La creencia en su legitimidad para ejercer un poder absoluto conduce a los gobiernos de los regímenes populistas -aunque al principio hayan sido designados por elecciones libres y democráticas- a ir desmantelando poco a poco todos los contrapoderes y a destruir cualquier elemento de crítica u oposición. En esa dinámica aparecen como objetivos prioritarios la prensa y la judicatura.
Se pretende controlar a los medios de comunicación, y a los que no se pliegan al vasallaje se les anatematiza y se les persigue. Algo parecido ocurre con los jueces; si es posible, se les convierte en correa de transmisión del poder Ejecutivo. Se procura que bendigan los planteamientos del gobierno, y que interpreten las leyes según las conveniencias de este. Cuando no se consigue, se les descalifica, se habla de lawfare o abiertamente se afirma que prevarican. El objetivo consiste en colonizar todas las instituciones, arrinconar a la oposición, de manera que los procesos electorales terminan siendo una farsa.
Muchos serían los ejemplos posibles. Uno llamativo sin duda es el de Nicaragua, que pasó desde la revolución sandinista, que muchos vimos con simpatía, al de una dictadura. Citemos también, como muestras, el peronismo en sus diversas formas en Argentina o la revolución bolivariana en Venezuela que en estos momentos está de actualidad.
«La relajación en el control de las finanzas públicas, unida al desprecio de la legalidad, origina la generalización de la corrupción»
Por otra parte, en casi todos estos regímenes populistas el desconocimiento de los fundamentos económicos, junto al hecho de haber establecido como finalidad suprema mantenerse en el poder conduce a una política económica totalmente anárquica y permisiva. Se fija como objetivo el clientelismo y las adhesiones populares, sin considerar los efectos negativos que pueden producirse en el futuro.
Esta relajación en el control de las finanzas públicas, unida al desprecio de la legalidad, origina el nacimiento y más tarde la generalización de la corrupción. Corrupción que se pretende esconder detrás de la defensa del régimen, y cuya denuncia y recriminación se disfraza de persecución política de la oposición.
Hay que reconocer que casi todos estos regímenes han venido precedidos de otros que han sido dictaduras o regímenes populistas de signo contrario, y por desgracia es muy posible que la cadena continúe. Concretamente en Argentina, al peronismo le ha sucedido ahora Milei que, aunque aparentemente se encuentra en las antípodas de lo anterior, participa de idénticos mecanismos populistas.
Los regímenes populistas están trascendiendo América Latina y extendiéndose por otras latitudes. La ola ha llegado a EEUU. Parece paradójico, ya que han fanfarroneado siempre de ser la cuna de la democracia. La situación que Trump está creando en la política norteamericana tiene todos los ingredientes de las repúblicas populistas, hasta los de revestir la corrupción propia de persecución política y acusar a los jueces de corrupción.
«A partir de la Transición, los partidos soberanistas se han configurado como regímenes populistas»
Dentro de Europa nuestro país ha sido un adelantado en este aspecto. A partir de la Transición, los partidos soberanistas se han configurado como regímenes populistas. Todo estaba permitido si era por la causa. El pujolismo enseñó las orejas desde el principio. Cuando el muy honorable se vio inmerso en un proceso penal a propósito de la estafa cometida en Banca Catalana, se envolvió en la señera, convocó a sus leales en la plaza de Sant Jaume, subió a un balcón con su esposa, Marta Ferrusola, y proclamó que no se le atacaba a él, sino a Cataluña.
El nacionalismo lo tapa todo. Disfrazó la estafa de Banca Catalana, cubrió el 3% y, sobre todo, ha pretendido justificar el golpe de Estado y la malversación de recursos públicos acometida para financiarlo. Esta visión errónea de la política ha estado presente en todo el procés y ha sido defendida por el independentismo cuando justificaban sus decisiones claramente golpistas por el hecho de que los diputados hubiesen sido elegidos por el pueblo de Cataluña a quien representaban. Incluso contaminó al PSC cuando Montilla defendía lo de la doble legitimidad, a propósito de la anulación por el TC de algunos artículos del Estatuto.
Las llamadas leyes de desconexión aprobadas por el Parlamento catalán que precedieron y justificaron el golpe de Estado están trufadas de esta óptica populista; en ellas la voluntad de una mayoría está por encima de la ley y no tiene por qué respetar los derechos de una minoría. Son el anuncio de un gobierno autocrático próximo a una dictadura.
Los soberanistas catalanes han denominado presos políticos a los condenados por llevar a cabo una asonada golpista que declaraba la independencia de una parte del Estado, y por malversar recursos públicos para financiarla. Han conseguido colonizar todos los medios de comunicación catalanes, y han arremetido contra el poder Judicial, hablando de lawfare y acusando a los tribunales de prevaricar.
«El sanchismo se ha configurado siguiendo los patrones más puros del populismo»
Gran parte de su discurso se ha basado en un eslogan -«desjudicializar la política»-, que han repetido de forma machacona y han colocado después del golpe en el origen de todas sus reclamaciones, desde los indultos, a la amnistía, pasando por las modificaciones en el Código Penal. La afirmación no solo es propia de un régimen populista, sino que supone la negación de todos los principios democráticos, esto es, erigir la política como un ámbito de impunidad, vedado a la ley.
Quizás la señal más clara de hasta qué punto el pensamiento del independentismo catalán está imbuido de populismo y fascismo sean las intervenciones del portavoz de Esquerra en el Congreso y los requerimientos que realiza a Sánchez para que acometa determinadas medidas contra la prensa y los jueces.
El sanchismo, a su vez, se ha configurado siguiendo los patrones más puros del populismo. En primer lugar, porque para comprar a los independentistas la permanencia en el Gobierno han tenido que aceptar sus principios, y su relato. En segundo lugar, porque muchos de los líderes de Podemos (ahora de Sumar) pasaron largas temporadas en Latinoamérica, y mantuvieron contactos importantes con regímenes populistas, contagiándose de sus procedimientos.
En tercer lugar y más importante, la razón se encuentra en la idiosincrasia del propio Sánchez. Es autócrata por naturaleza. Carece de todo escrúpulo democrático. Ha demostrado desde el primer momento que está dispuesto a todo con tal de conseguir el poder, pero, como buen aventurero, piensa que el poder no es poder si no es absoluto. Por eso se ha dedicado con ahínco a controlar todas las instituciones, librarse de cualquier contrapoder y destruir todos lo que identifica como obstáculos.
«Si no padecemos aún las dificultades financieras de los países latinoamericanos es porque estamos en Europa»
Hemos oído a la ministra de Hacienda afirmar que la soberanía popular se encuentra en las Cortes, con la intención de reclamar para su mayoría en el Congreso la condición de autoridad suprema sin que sus decisiones puedan ser condicionadas y limitadas por ninguna norma o institución. No se sabe si es malicia o ignorancia. Los conocimientos de Montero ciertamente no son muy amplios en ningún campo, pero en cualquier caso hay que decirle a la señora ministra que nuestra Constitución sitúa la soberanía nacional en el pueblo español del cual emanan todos los poderes, cada uno con sus funciones, sin que se pueda establecer la supremacía de uno sobre los demás. Las Cortes son apoderadas de esa soberanía, pero de acuerdo con las competencias que les confiere un determinado marco legal.
La política económica del gobierno Frankenstein ha seguido la más pura línea populista; gastos e ingresos, casi siempre ocurrencias, se han determinado fundamental y exclusivamente por el impacto electoral que tuviesen, prescindiendo de la efectividad y de los problemas que se pudiesen generar en el futuro. Da toda la sensación de que en gran medida los fondos de recuperación se están dilapidando, y la deuda pública se ha incrementado sustancialmente hasta llegar al 111 % del PIB. Si no padecemos aún las dificultades financieras de los países latinoamericanos es porque estamos en Europa y nos respalda el BCE.
Frente a los conatos de corrupción que se están produciendo, la reacción ha sido típica, calificar la información como mentiras y bulos y reducir todo a la insidia de la oposición que les difama y calumnia. Con el mayor cinismo, lo que es propio de los regímenes populistas, han puesto el título de regeneración democrática a lo que es tan solo un plan para acallar a los medios que les son incómodos y controlar a los jueces, puesto que ya han logrado hacerse con el Tribunal Constitucional y con el Tribunal de Cuentas.
No, es posible que aún no estemos en uno de esos regímenes latinoamericanos de los que hablábamos antes, pero no es por falta de ganas de algunas fuerzas políticas. Y hay que reconocer que nos encaminamos hacia ello peligrosamente.