THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Galbana estival

«Estaría justificado pedir el apoyo de los marines, para que apresaran a Maduro. Todo menos encogerse de hombros y suspirar «¡lástima de país!»»

Opinión
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Galbana estival

Pedro Sánchez y Nicolás Maduro. | Ilustración: Alejandra Svriz

¡Por Dios bendito, qué galbana tengo! Cuando pienso que ahora debería hablar de las últimas y concluyentes concesiones que Pedro Sánchez ofrece a los separatistas catalanes para que admitan a Salvador Illa, héroe y mártir del Covid, como presidente de la Generalitat (un puesto tan destacado como jefe de bedeles de un instituto de provincias a punto de cerrar)… la pereza me tumba sin remedio como un puñetazo de Mike Tyson. ¿De verdad hay que argumentar que la rendición fiscal a Cataluña es la ruptura sin miramientos de la homogeneidad contributiva de los españoles? ¿Qué es una traición y una humillación al resto de las regiones autónomas? ¿Que el Estado se convierte en el gran discriminador entre ciudadanos premium y otros de segunda o tercera clase, los unos que se codean de tú a tú con la Administración central y los otros que deben soportar lo que les echen, sean impuestos o inmigrantes, sin rechistar, qué se habrán creído? Y con todo, cada cual tenemos nuestras prioridades, yo considero peor insolidaridad el «blindaje» del catalán -que ya no es blindaje, sino acorazamiento- y que de llevarse a cabo sería el destierro del castellano de todos los ámbitos de utilidad pública en esa región. Y digo «de llevarse a cabo» porque quizá todavía  alguna rama del separatismo rechacen estas concesiones por insuficientes. A lo mejor no les parecen lo suficientemente independentistas y exigen para aceptar al pelele Illa algún certificado más de que todo atisbo real, social y legal de España abandona definitivamente Cataluña con un amargo suspiro, como Boabdil se fue de Granada. Y dejando como rehenes a los catalanes que no sólo se sienten, sino que se saben españoles. Pero claro, el que algo quiere, algo les cuesta…a los demás.

¡Qué galbana, escuchar a Pedro Sánchez decir que está feliz como una perdiz con el pacto trapisondista con los mercachifles políticos catalanes, que miran al resto de sus compatriotas como a la vez deudores y extranjeros! ¡Qué pereza tener que discutir otra vez lo de siempre con ellos, con el asco que me dan! Claro que la pereza se hace ya insoportable si uno lee el hosanna editorial de El País (EP sólo puede leerse ya con la repugnancia debida, como otras fechorías se cometieron «por obediencia debida») proclamando que así «queda clausurada la etapa de la política de bloques que ha dividido durante más de una década a los catalanes a favor y en contra de la independencia». Queda clausurada esa etapa, queda inaugurado este pantano… nadie puede pontificar más mentiras. Como decía el chiste, concedamos a los separatistas todo lo que piden y así se quedarán sin argumentos.

Y que fúnebre galvana la estafa electoral de Venezuela, con la oposición maltratada en las urnas, a las que acudió con toda buena voluntad, y después asesinada en las calles por protestar. ¿Hay que denunciar al mundo lo ocurrido? Pero ¿es que hay alguien en el mundo que no lo sepa? En ese punto el más coherente ha sido el rastrero Zapatero, negándose a pedir las actas de las mesas electorales como han hecho sus compinches del grupo de Puebla. ¿Para qué quiere las actas, si él ya sabe que lo que ha ocurrido es un pucherazo de dimensiones estratosféricas? Un pucherazo en el que él ha colaborado con entusiasmo, porque es lo que esperaban y pedían sus arrendadores. De momento guarda cauto silencio: por lo menos no ha fingido apuntarse al racimo de bobos e hipócritas que piden muy serios «transparencia». ¡Como si no fuese transparente lo que ha pasado sin necesidad de actas ni recuentos, con solo considerar que de los siete millones de personas que han tenido que huir de su país, sólo han podido votar unos pocos miles, menos del 5%! ¿No da muchísima pereza tener que razonar con los Monederos y Rufianes (¡qué apropiados apellidos!) para que no se queden con la última palabra de lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Venezuela? ¿A qué esperamos para pedir a la OEA que intervenga con toda su fuerza en ese país hermano saqueado y luego traicionado por la narcoizquierda corrupta? Si es necesario, por una vez estaría justificado pedir el apoyo de los marines, para que apresaran a Maduro y su cuadrilla como se llevaron a Noriega. Todo menos encogerse de hombros y suspirar «¡lástima de país!».

«El más coherente ha sido el rastrero Zapatero, negándose a pedir las actas de las mesas electorales como han hecho sus compinches del grupo de Puebla. ¿Para qué quiere las actas, si él ya sabe que lo que ha ocurrido es un pucherazo de dimensiones estratosféricas?»

Pero con esta galbana que nos abruma, cosas de agosto, no hay modo de ocuparse de nada serio. O semiserio, como las cartas de recomendación de doña Begoña y los desplantes al juez de ella y su olímpico marido. ¿Cómo se va a ocupar uno de cosas así, con el calor que hace? A poco que se descuide, acabará el señor juez en la cárcel y la pareja enamorada en un monumento romántico, dándose impunes la manita como los amantes de Teruel. Nada, que no pienso levantarme de la siesta para protestar aunque les otorguen el Premio Princesa de Asturias de Humanidades. Seguro que cartas de recomendación para ese galardón no les faltan…

Y encima, para plancharnos aún más, se muere el supremo Paco Camino. Y se le vienen a uno encima aquellas tardes en el Chofre o en las Ventas, cuando hacían el paseíllo Camino, Diego Puerta y El Viti, mientras las piernas nos temblaban de expectación. Menos mal que no tenemos el don de ver el futuro, como Casandra, porque si entonces nos hubiésemos enterado de que después del éxtasis taurino vendría un rebaño de Urtasunes no sé si podríamos haber soportado el golpe. ¡Qué cara se paga la belleza y la emoción cuando llegan los cabestros invasores! Leo en una revista francesa lo que ha ocurrido en Beziers, una de las ciudades más taurinas de Francia (allí nació Sebastian Castella). Para el cartel de la Feria de este verano utilizaron un antiguo dibujo del más ilustre hijo de esa comunidad, Jean Moulin. Si la Francia laica y progresista tiene algún santo es sin duda el impecable Moulin, combatiente sin miedo y sin tacha en la Resistencia contra la ocupación nazi. Pero al gran hombre le gustaba dibujar y se daba buena maña en ese arte: uno de sus temas predilectos, las corridas y los toreros. ¡Escándalo! Hitler era vegetariano y amigo de los animales, a cuya protección dedicó una de las primeras leyes de su tenebroso mandato; mientras que el héroe Jean Moulin, que murió torturado por la Gestapo sin confesar ninguno de los secretos de la Resistencia (¡él, que los sabía todos!), era aficionado a la tauromaquia. ¡El mundo al revés! No ha hecho falta más para que se reiniciase la eterna polémica sobre la «ética» de los toros y finalmente el dibujo del cartel ha sido suprimido. Como hemos visto en la sonrojante ceremonia de presentación de los JJOO, Francia no está ahora en uno de sus momentos más valientes de enfrentamiento con los nuevos y abundantes inquisidores. Au revoir, Voltaire! Yo me vuelvo a la siesta, porque tengo una galbana…

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