THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Jason Bourne en Barcelona

«Con Sánchez el PSOE se ha convertido en la antítesis del Estado de derecho y de la democracia. Más aún, el PSOE es la antítesis de España, como nación y sociedad»

Opinión
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Jason Bourne en Barcelona

Ilustración de Alejandra Svriz.

En el momento que escribo estas líneas aún no se sabe a ciencia cierta si el personaje de la mocha en la cabeza ha vuelto a emular a Houdini o si, de forma pactada, acabará entregándose a la justicia pero a salvo de los focos de los medios de información. El caso es que el golpista de opereta que en su día burló a la policía y al CNI ocultándose en el maletero de un automóvil para acabar refugiándose en ese Estado fallido llamado Bélgica, regresó a España, cruzó la frontera milagrosamente sin ser detectado, subió al atril, dio su discurso frente a un público bastante escaso y, de nuevo, se esfumó. Ahora me ves, ahora me ves.

Los Mossos, dicen, habrían activado la Operación Jaula para tratar de detenerle. Qué ridícula grandilocuencia para una comedia tan zafia en la que podemos ver, gracias al milagro del smartphone, al personaje de la mocha en la cabeza caminar tranquilamente por las calles de Barcelona después de haber soltado su discurso. Operación Jaula. Agárrame el cubata.

Tenían a este ruiseñor cantarín delante de sus narices, inmóvil piando en el atril y, sin embargo, de repente agitó sus alitas y voló. Sospecho que lo detendrán o no en función de razones que escapan a la lógica, quiero decir a lo que sería lógico en cualquier Estado democrático y de derecho, porque esta España nuestra, en lo político, tiene más de ópera bufa, de sainete y de burla que de Estado de derecho.

Gracias al PSOE, cualquier pretensión de hacer justicia aplicando simplemente la ley es, por definición, fascista, españolista, heteropatriarcal y opresora. La impunidad a la carta, sin embargo, es conciliadora y progresista. A sí que la Justicia es y no es, aparece y desaparece a conveniencia, dependiendo no del qué sino del quién. 

El Gobierno socialista tan pronto se saca de la manga una amnistía para burlar la sentencia del proceso soberanista de Cataluña, coloquialmente el procés, como convierte el Tribunal Constitucional en un borrador mágico con el que exonerar a los capos y chorizos socialistas del más que probado latrocinio de los ERE en Andalucía, esa tierra, que como todos sabemos, nada en la abundancia. El TC, principal garante de la Constitución, convertido en su más vil vulnerador.

«Entre cumplir su palabra o permanecer en el poder, Sánchez optó por lo segundo»

«Nuestro proyecto de cambio político defiende el cumplimiento íntegro de la ley y la Constitución. La izquierda no puede alinearse con los separatistas, es profundamente insolidario. No hay ninguna causa de izquierdas en el independentismo. Nuestros valores son los de la igualdad», escribía en X, en marzo de 2018 (entonces todavía Twitter), Pedro Sánchez. Después tuvo que elegir entre cumplir su palabra o permanecer en el poder. Optó, claro está, por lo segundo. 

Más tarde, en un debate electoral en noviembre de 2019, Sánchez haría otra solemne promesa: «A usted [Pablo Casado] se le fugó Puigdemont y yo me comprometo hoy y aquí a traerlo de vuelta a España y que rinda cuentas ante la justicia española». Ha transcurrido casi un lustro y el tipo de la mocha en la cabeza ha cruzado la frontera a hurtadillas, posiblemente con la anuencia del Gobierno, ha dado un discurso público en territorio español y ha vuelto a esfumarse, a la vista de todos como si fuera Jason Bourne… ¡pero sin tener que esconderse siquiera!

Gracias a Pedro, el separatismo acorralado y sentenciado por los jueces, en un juicio ejemplar con todas las garantías y con el beneplácito de la opinión pública, ha ganado en las covachuelas de Moncloa lo que había perdido en justa lid frente al Estado de derecho. Un caso bastante parecido a lo sucedido con ETA que, de estar acabada en todos los sentidos, también y especialmente en lo político, ahora campa por sus respetos travestida de demócrata y dispuesta a hacerse con el poder en el País Vasco. 

También entonces el Partido Socialista nos vendió esta abyecta claudicación al revés, como una gran victoria del Estado de derecho (en realidad, de los socialistas) frente a los violentos, cuando es evidente que la victoria, entonces ya alcanzada sin que mediara un Gobierno del PSOE, fue malograda precisamente por el interés particular de este partido. Ahora tenemos a un hatajo de violentos y antidemócratas blanqueados bajo la denominación EH Bildu («Reunir Euskal Herria»), dispuestos a utilizar nuestra maltrecha democracia para someter a una parte de España a un régimen totalitario. El PSOE lo llama normalización.

«El mérito del PSOE en el pudrimiento de nuestra democracia y el desmontaje del Estado de derecho es inigualable»

Con Pedro Sánchez el Partido Socialista se ha convertido, ya sin duda alguna, en la antítesis del Estado de derecho y, pese a la aritmética, de la propia democracia. Más aún, el PSOE es la antítesis de España, como nación, como comunidad y como sociedad. Esto significa que respaldar a Pedro Sánchez, ya sea con el voto o con la servidumbre remunerada, en favores, en dinero o en especie, implica sí o sí primero la negación de España, después su desvalijamiento y finalmente su transformación en una república bananera o, mejor dicho, una confederación de repúblicas bananeras con dos varas de medir, una para la casta y otra para el común. 

Mire, querido lector, yo, como usted, no tengo especial confianza en la oposición. Desgraciadamente, no distingo un verdadero proyecto alternativo al otro lado del «muro de progreso», de hecho, no distingo proyecto, a secas. Por ejemplo, escucho al Partido Popular denunciar el caos de nuestra red ferroviaria, que está dando lugar a situaciones propias de la India, con estaciones colapsadas y viajeros atrapados en trenes averiados en medio de los túneles, sin electricidad ni aire acondicionado, con desmayos y ataques de angustia, pero no tengo la menor idea de cuál es el diagnóstico que hace la oposición de este desastre y mucho menos cuál es su plan para resolverlo. Me temo que, más allá de rasgarse las vestiduras, nadie trabaja en este asunto. 

Pongo los trenes de ejemplo como podría poner cualquier otro, ya sea la política energética, el modelo de enseñanza, la sanidad pública, la inmigración irregular, el control del despilfarro o, simplemente, la elemental seguridad. No le voy a engañar. El PSOE es un problema, un gravísimo problema, pero, con todo, no es más que una parte, aun significativa, del problema español. 

Sin embargo, el mérito del PSOE en el pudrimiento de nuestra democracia y el desmontaje del Estado de derecho es inigualable. No voy a hablar ya de la amnistía o del Tribunal Constitucional convertido en una cueva de prevaricadores. Es todo, las formas, las actitudes, las mentiras, el discurso, el matonismo. Ningún partido se había atrevido a tanto para mantenerse en el poder. Con Sánchez hemos llegado a ver incluso al ministro de Justicia atacando a un juez, intentando intimidarle —¡en vez de ampararle!— para proteger a un presidente que en cualquier otra democracia ya estaría dimitido.

No creo ni de lejos que el cielo nos aguarde al otro lado del muro de progreso del PSOE. En política, los milagros no existen. Mucho tiene que cambiar la política en España para que la esperanza sea asequible a la razón. Sin embargo, tengo más claro todavía que, si queremos averiguar hasta qué temperatura puede llegar a arder el infierno, bastará con que siga gobernando el PSOE. Y he aquí, en última instancia, el quid de nuestro descenso a los infiernos: que no es culpa de los políticos, es la voluntad de 7.760.970 de votantes.

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