THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

¿Qué vamos a hacer?

«Tras las quejas por el esperpento de Puigdemont han llegado las incógnitas sobre el futuro de España y el silencio atronador por la ausencia de respuestas»

Opinión
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¿Qué vamos a hacer?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Todo es un esperpento, incluso las quejas por el apaño entre Sánchez y Puigdemont para el vodevil de su aparición en Barcelona el día de la investidura de Illa. Ya hemos oído las lamentaciones habituales, las burlas típicas de un país campeón mundial del ingenio, y las chorradas ministeriales de políticos y periodistas del equipo de opinión sincronizada. Luego han llegado las incógnitas sobre el futuro de España y el silencio atronador por la ausencia de respuestas. 

En este sentido, cabe recordar que Julián Marías escribió en el tardofranquismo, cuando no se podía hacer política, no como hoy, que «en España todo el mundo se pregunta: ¿Qué va a pasar? (pero) casi nadie hace esta otra pregunta: ¿Qué vamos a hacer?». Eso es lo que nos ocurre ahora. Miramos atónitos o indignados el disparate sanchista que nos lleva a una combinación estúpida de autoritarismo confederal asimétrico, y no hacemos nada.

Hubo un tiempo en el que en este país no se podía hacer política; es decir, trabajar juntos libremente, en debate abierto y desde las instituciones, para mejorar las cosas. Era la dictadura de Franco. Ahora nos encontramos en una situación similar, que no es lo mismo que idéntica. Las decisiones gubernamentales las toma una persona que vive alejada de la calle, sin control, de forma arbitraria, acomodaticia, con la claque periodística subvencionada o meritoria, al tiempo que se oye al fondo el ruido inútil, en el vacío, de los reformistas y de la oposición. 

A esto sumamos el deterioro del Estado de derecho y de la separación de poderes, el ataque a la justicia independiente, la persecución a la libertad de prensa, la hegemonía de los rupturistas que viven de polarizar y de hacer imposible la democracia, la destrucción del consenso constitucional, el cuestionamiento de la monarquía sin más alternativa que la República de izquierdas, revolucionaria y justiciera —como en 1931—, el desprecio a los símbolos, historia y cultura común, y el deterioro infame del parlamentarismo como en los momentos previos a cualquier conflicto. 

La situación merece pararse a pensar qué vamos a hacer. Para esto es bueno leer a aquellos que vivieron una situación similar, de incertidumbre absoluta, de riesgo, miedo y vergüenza, como Julián Marías en la época del tardofranquismo, desde 1969. El filósofo decía entonces que, en lugar de desgastarse contra el muro de la dictadura, era necesario poner las bases «prepolíticas» para llegar a una democracia liberal. Este proyecto está bien contado por Ernesto Baltar en Julián Marías. La concordia sin acuerdo (Gota a Gota, 2021). Las respuestas dadas por el filósofo a «¿Qué vamos a hacer?» sirvieron para su momento, no son hoy trasladables del todo, pero pueden ser inspiradoras. También nos sirven para ver dónde hemos fallado en la construcción de un sistema político cómodo de convivencia duradera. 

«Socialismo y nacionalismo son dos ideologías que dominan en España con la misma intensidad que en una dictadura»

Lo primero, escribió, era separar radicalmente la sociedad y el Estado, preservar lo privado de la injerencia contaminante de lo público. Había que sacar al Gobierno, a sus políticos y a la administración, con la propaganda, el control y las subvenciones trampa, de la intimidad de las personas. Esto está totalmente vigente hoy. Julián Marías sostenía que la verdadera pluralidad, la «diversidad» decimos hoy, está en la sociedad, mientras que el Estado se empeña en la uniformización, en igualarnos haciéndonos indistinguibles, mermando así la libertad y la diferencia intrínseca al ser humano.

En segundo lugar, sostuvo Marías, era preciso defender esa misma libertad más allá de la moral oficial destilada en la legislación. La ingeniería social es nociva para el individuo y la familia, como hoy, que cancela y castiga, por ejemplo, a aquellos que deciden vivir de manera distinta a las formas progresistas. Sin esa libertad para ser, estar, pensar, vivir y amar no hay sociedad, sino Estado. Ahora permitimos que el Gobierno y sus apéndices mediáticos y culturales dicten las formas buenas y malas —progresistas y conservadoras— de vivir y pensar. No perdamos de vista que el socialismo y el nacionalismo son dos ideologías que hoy dominan en España para determinar lo cotidiano con la misma intensidad que en una dictadura.

Esa defensa de la pluralidad de las formas vitales debía extenderse al resto de la vida pública, dijo Julián Marías. El problema era confundir la pluralidad con el pluripartidismo. Escribió en 1978 que veía «con sorpresa, y un poco de repulsión» lo que se llamaba «disciplina de partido», que era la negación de la libertad y del individuo, el principio del fin del parlamentarismo —reducido al voto por bloques, no por personas—, y el alejamiento de la política de las manos del ciudadano para caer en las de la dirección del partido. En suma, hacía falta más individualidad y menos colectivismo. No le faltaba razón a Julián Marías a la vista de la situación política que vivimos. 

«Julián Marías llamó ‘concordia sin acuerdo’ a poder vivir en discrepancia pero con libertad, debatiendo sin ira»

Por último, aunque hay algunas más, quiero destacar su idea de lo que hoy llamaríamos «batalla cultural». Julián Marías hablaba de la necesidad de difundir la verdad con rigor intelectual, de hacer que las nuevas generaciones amasen la cultura, porque la cultura era la base de una vida social libre y de calidad. No se trataba de adoctrinar. Eso ya queda para la izquierda woke. El motivo era, y es, que las campañas de adoctrinamiento solo sirven para dos cosas: fabricar borregos o conseguir el efecto rebote, la rebelión contra el dogma. Lo eficaz, escribió Marías, era generar en los jóvenes el amor a la libertad y a su sentido íntimo y comunitario para que no la perdieran por efecto de totalitarios, autoritarios o populistas de cualquier signo. A la vista de lo que está pasando con las nuevas generaciones me parece una propuesta utilísima y al alcance de muchos de los que protestamos por la deriva actual. 

El caso, por terminar, era llegar a lo que Marías llamó «concordia sin acuerdo», y que recoge Ernesto Baltar en el libro citado. Se refería a poder vivir en discrepancia pero con libertad, debatiendo sin ira. Esto requería para España, en aquellos años setenta, una democracia «a la Occidental», escribió el filósofo. Hoy ese modelo está haciendo aguas en Europa y en Estados Unidos, donde tampoco se preguntan «¿qué vamos a hacer?».

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