Un muslo de pollo envuelto en celofán
«Hay quien llama traición a elegir tus propios caminos. Decepcionar es salir de lo predecible. Salir de lo predecible es el motor de la humanidad»
Conservo mi primer número de teléfono, el que venía con mi primer móvil, un Alcatel One Touch Easy duado con mi novia María. Era de Amena. Era 1999. Lo compramos en El Corte Inglés. Aún no teníamos 20 años. Aprovechando que sus padres se iban al campo, pasábamos los fines de semana en su piso de techos altos y renta antigua. Escuchábamos el Adore de los Smashing Pumpkins. Bajábamos a comprar calentitos para la cena. Alquilábamos películas en el Byss Byss. Nos dábamos toques. Nos mandábamos SMS. Cerrábamos el Velouria. Dormíamos más, pensábamos menos.
Cada vez que doy mi número de teléfono pienso en el milagro que es conservar cualquier cosa desde hace 25 años. Aunque sean nueve números puestos ahí por azar. La vida es mudable. Me inquietan las personas que presumen de mantenerse inalterables en el tiempo. Vampiros emocionales, inmunes a los cambios, a las modas, a las nuevas tentaciones. El placer también es voluble. Los ideales se agrietan. Hay sentimientos que se averían como motos viejas. Que una mañana, sin más, no arrancan. Todo puede ser sustituido. Podemos ir y regresar de nuestros afectos, de nuestros deseos y de nuestras creencias. Huir de nosotros mismos. Camino dorado. Los adioses íntimos son tan hermosos.
Pasar del after de un polígono industrial al karaoke de un crucero. Canturrear canciones de Sade y cambiar de emisora si suena Nirvana. Escribir en un periódico que jamás leíste y dejar de leer el periódico que acompañó tu juventud. Apenas comer espaguetis a la boloñesa, encontrar la felicidad en un buen plato de lentejas. Más vino que cerveza. Más agua que Coca Cola. Más Calcio que Premier. Más comprensión que indignación. Hay quien llama traición a elegir tus propios caminos. Decepcionar es salir de lo predecible. Salir de lo predecible es el motor de la humanidad.
Los partidos políticos basan su poder en el estatismo. En la fe. En las siglas uber alles. Pero la democracia debería ser otra cosa, tener más nervio, ser más incómoda. El votante paquidérmico, abrazado al pensamiento ajeno, ya no casa con estos tiempos sobreinformados, prismáticos, tan licenciosos con el cambio. Pero, pudiendo acceder a programas, compromisos, hemerotecas e informes, preferimos meternos bajo una bóveda afín. Buscando el aplauso y no el reto. Buscando el cariño monocolor y no el desafío de atravesar una espesura de dudas, de contradicciones y de desprecio.
«Ese ha sido mi aprendizaje este verano: dejar de observar como un ornitólogo que se sabe humano frente a los pájaros. Yo soy pájaro»
«Tengo la impresión de ser un muslo de pollo envuelto en celofán en el estante de un supermercado», leo en Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq. Me gustan los veranos. La gente se desacompleja. Se disfraza. Se libera suavemente. Beben y ríen como el otoño barriera cualquier indicio de felicidad. Bebemos y reímos. No sé por qué hablo de la gente como si yo no fuera gente. Ese ha sido mi aprendizaje este verano: dejar de observar como un ornitólogo que se sabe humano frente a los pájaros. Yo soy pájaro.
Aplaudo cuando aterriza el avión. Regateo en los mercados. Doy las gracias en el idioma de la ciudad a la que viajo con impostura y ridícula elegancia. Y, pese a todo, me rebelo ante lo esperado. Hay personas que guardan su rebeldía para estas cosas, para los asuntos cotidianos. Se creen interesantes por no escuchar reguetón, por ridiculizar a los pasajeros de un crucero, por pasar agosto en calas apartadas. Pero, a la hora de la verdad, a la hora de elegir su futuro, se tumban dócilmente sobre los prejuicios, sobre lo que se espera de ellos, sobre lo que dictan los perezosos gurúes de X.
Conservo mi número de teléfono de cuando tenía 20 años. Y poco más. Dejé atrás libros y ciudades. Dejé atrás nombres. Amigos. Esperanzas. Dejé atrás una parte de lo que fui para ser una parte de lo que soy. Me equivoqué o acerté, pero eso da igual. Al menos no me conformé. Ni eligieron por mí. Y cada abrazo que di fue un abrazo sincero. Recuerdo el tono de aquel Alcatel. Si cierro los ojos puedo oler aquellas tardes. Sonaba Annie-Dog. El piano llenaba una habitación que, si no puedo recordar, invento.