El Dios Tecnológico
«Quizá sea cierto que la tecnología tiene potencial de acabar con los problemas de la humanidad, aunque el peaje consista en desfigurarla hasta dejarla irreconocible»
La sed de progreso es el motor que empuja a la humanidad en su carrera hacia todo tipo de conquistas. No existe hoy mejor ejemplo de esta mentalidad que la tecnología, considerada por muchos, inconscientemente, la verdadera religión hegemónica, pues es a través de sus distintas funcionalidades como se alcanzará la inmortalidad y se desactivará el cambio climático.
Esta grandeza intelectual e industrial convive, sin embargo, con los errores de siempre. El planeta no es un todo, sino la suma de pequeñas partes en permanente conflicto. Los matones de la clase (EEUU, China, Rusia) no esperan en realidad que la nota media de la promoción mejore: sólo nutren su currículum. Siempre fue así.
A pesar del tinte negativo de dicha visión, los economistas recuerdan que el avance es innegable. Si en Sudán o Burundi tienen teléfonos móviles, si los macrohoteles de la costa española incorporan paneles solares, si de cuando en cuando se observa el veloz desempeño de un Tesla en las calles de Los Ángeles, si surgen virus y se hallan vacunas… ¿no vislumbramos la mejora colectiva?
Radica la esencia del conflicto en esos otros alumnos no encasillados como matones pero íntimamente conchabados con ellos. Son las empresas Estado, los Apple, Meta, Google, Amazon y Microsoft, o sus variables chinas Tencent, Huawei y Alibaba, responsables de las decisiones y estrategias que transforman no ya la productividad de las personas o sus remansos ociosos, sino la psique social.
Con intensidad variable, el objetivo de estas organizaciones es que la gente utilice sus productos y servicios, creándose una malla tan espesa que la huida posterior parezca casi imposible. También se trata de prolongar la estancia diaria en el ecosistema. Cuanto mayor sea el tiempo de conexión, más datos extraerá el voraz cazador del individuo y mejor podrá comercializarlos para que otras compañías saboreen también el pastel y se ganen una sillita en la vida digital del atracado.
Ninguna escena describe mejor el absurdo punto alcanzado que un almuerzo contemporáneo donde los comensales, en lugar de charlar entre sí, se sumergen en sus smartphones. Quizás se trate en un puñado de casos de escribir un email urgentísimo de naturaleza personal o profesional, pero en general la acción del buceo responde a una adicción a la tontería. El resultado de un partido de fútbol o el post pseudo-inspiracional de un contacto en LinkedIn no son asuntos de vida o muerte.
La paradoja de la hiperconexión como fórmula más eficaz para desarmar y desconectar al ciudadano, convirtiéndolo, como tantas veces se ha dicho, en un mero producto, causa otros fenómenos probados: pérdida de la capacidad de concentración, caída en picado del hábito lector, falta de empatía e incluso escenarios más graves como la ansiedad, el estrés, el insomnio y la depresión. Qué curioso que en la mejor época de todos los tiempos, alfabetizados, medicalizados y empleados, hombres y mujeres en cualquier rincón del mundo se conviertan poco a poco en filtros caricaturizados de sí mismos.
«La paradoja de la hiperconexión causa otros fenómenos probados: pérdida de la capacidad de concentración, caída en picado del hábito lector, falta de empatía e incluso escenarios más graves como la ansiedad, el estrés, el insomnio y la depresión»
Incrustada como diamante principal en la corona dorada del Dios Tecnológico, la IA generativa representa el último salto cualitativo. Las big tech lo aclaran: es la herramienta la que se pone al servicio del usuario, aunque de hecho ocurra al revés. Mientras la estadística sigue trepando hacia un porvenir glorioso, mientras el DT sigue prometiendo la salvación de todas las almas por obra y gracia de su disruptivo vórtice, el sapiens hunde aún más su cuerpo en el barro de la deshumanización, hasta el punto en que un día no muy lejano será incapaz de reconocerse a sí mismo.
Esa disociación entre el yo real y el yo filtrado deparará en paralelo una división. Porque habrá supervivientes y muchos de ellos estarán entre los más jóvenes. Serán los que apaguen el móvil por las noches, eliminen sus perfiles en redes sociales y saquen las sillas a la calle para ver cómo la vida pasa sin el tamiz de una pantalla o algo aún peor.