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Jorge Vilches

Socialistas avergonzados

«El Congreso convocado por Sánchez es un golpe de mesa para decir que su PSOE no está enfermo siquiera, como aventuran las minúsculas voces críticas»

Opinión
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Socialistas avergonzados

La presidenta del PSOE, Cristina Narbona, el presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, y la vicesecretaria general del PSOE, vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. | Marta Fernández (Europa Press)

Cuentan que tres gerifaltes franquistas se reunieron en un restaurante de la Cuesta de las Perdices, a las afueras de Madrid, para pensar en el futuro. Franco agonizaba. Uno de ellos, en un arranque de instinto de supervivencia, dijo que habría que acomodarse a la nueva situación democrática que abriría Juan Carlos cuando fuera rey. En esto, José Antonio Girón de Velasco, presente en la comida, falangista que lo había sido todo en el Movimiento Nacional, empezó a dar puñetazos en la mesa diciendo: «¡Franco no ha muerto!». Esos golpes tenían autoridad tiempo atrás para mantener prietas las filas, pero entonces, en noviembre de 1975, no significaban nada más que la negación de la realidad.

El Congreso convocado por Pedro Sánchez es un golpe de mesa para decir que su PSOE no está enfermo siquiera, como aventuran las minúsculas voces críticas que se oyen en el partido, sino que goza de más salud que nunca. El problema que preocupa a Sánchez no es que su autoridad sea discutida, que falten genuflexiones a su paso, o que los socialistas no se traguen sus palabras cuando se lo ordenan. El asunto es que el PSOE está perdiendo electores en favor del PP, tal y como demuestran las encuestas electorales de inicio de mes. Ese voto se está perdiendo porque las críticas de la oposición coinciden con las voces internas discrepantes. Sánchez quiere eliminar esa conexión para impedir la fuga de votantes.

El voto que se escapa al PSOE es de los que no aguantan más la vergüenza de un Sánchez visto como débil y títere de sus socios. En cuanto coincide la denuncia de la oposición con las críticas internas del PSOE es cuando esos electores conectan las piezas, y piensan que el proyecto de Sánchez flojea, que no merece la pena, y que otra izquierda es posible. Es ese momento en el que voces con autoridad en el socialismo español, desde los viejos dirigentes a los creadores de opinión que trabajaban en El País, cobran una fuerza considerable que arrastra al voto. No son solo voces del pasado, sino que hay socialistas con mando en plaza, como Page, Lamban o Barbón, a los que chirría el sanchismo. El resultado es que los electores avergonzados o hastiados se van a la abstención o votan al PP de Feijóo. Ahí están las encuestas.

El riesgo de avergonzar al votante socialista ha llegado a su punto casi máximo. Solo falta para el colmo el referéndum en Cataluña, pero no existe hoy en España quien no crea que se va a celebrar tarde o temprano y, además, impulsado por Salvador Illa. El saco de la vergüenza está repleto y su contenido es indigerible. Por un lado, la amnistía a un Puigdemont desagradecido que promete repetir la tropelía tras humillar al Gobierno en una nueva fuga. Por otro lado, la defensa de la desigualdad material que supone el cupo catalán, que rompe la solidaridad con el resto de autonomías. Todo en medio de los casos de corrupción que apuntan a la familia de Sánchez.

Si Sánchez quiere repetir elecciones, las cuentas ya no le salen como el 23-J. No solo porque el PP sube, sino porque el PSOE baja, se ha quedado sin Junts, Yolanda Díaz se ha hundido, Podemos cae por debajo de Alvise, y el caladero de votos de la extrema izquierda se ha agotado. Volver a las urnas perdiendo electores por la derecha en beneficio de los populares, o permitiendo que se vayan a la abstención, es un mal negocio.

De momento, ha sacado dos ases para contrarrestar la sangría. El primero tiene que ver con la inmigración irregular, que ya ha dejado de ser un tema «ultra». Con esto piensa recuperar el voto de los barrios humildes de Madrid, Valencia, Sevilla o Barcelona, allí donde Vox se ha hecho un hueco en detrimento del partido socialista. Puede conseguirlo con un relato legalista, de cumplimiento de la ley para expulsar a los ilegales, al tiempo que acuse a la derecha de racista. Es el efecto espejo que funciona muy bien en política.

El segundo recurso es la eliminación de la conexión entre la crítica de la oposición y la discrepancia interna del PSOE en un Congreso para taponar la fuga de los electores avergonzados. No olvidemos que dos puntos de diferencia en las urnas deciden una mayoría parlamentaria. El presidente sabe que todo mandatario precisa que la gente piense que es el portavoz incuestionable de la verdad y la necesidad, no una opinión maleable de la que nadie se puede fiar. Si elimina a los críticos internos cree que acabará con el curioso fenómeno de los socialistas avergonzados. Veremos así un capítulo más de la «norcoreanización» del PSOE.

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