THE OBJECTIVE
Andreu Jaume

Las estructuras del vacío

«La Unión Europea sobrevive a trancas y barrancas al hundimiento de su ilusión fundadora y a la parálisis del eje franco-germano que había sido su locomotora»

Opinión
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Las estructuras del vacío

Ursula von der Leyen. | Ilustración de Alejandra Svriz

En su reciente y estimulante ensayo La derrota de Occidente (Akal), el historiador y politólogo francés Emmanuel Todd sostiene que el fundamento de la modernidad occidental, tal y como lo definió Max Weber a principios del siglo pasado, ya no existe. La ética protestante que tradicionalmente había sostenido al capitalismo de las principales democracias liberales ha caducado para dar paso a un nihilismo comercial que su vez ha abierto una brecha insalvable entre las élites dirigentes y la población depauperada. 

El protestantismo, como sabemos, fomentó la alfabetización de los fieles gracias a la traducción de la Biblia, contribuyendo así al auge educativo y económico de sus naciones. La cara oscura de esa doctrina, sin embargo, se evidenció en la idea luterana de la predestinación, según la cual hay individuos elegidos y otros condenados. Esa distinción se oponía, por otra parte, a la concepción católica de la igualdad de todos los seres humanos a los que el bautismo ha limpiado de pecado original. Eso explicaría, según Todd, que el racismo hubiera prendido con fuerza tanto en Alemania como en Estados Unidos, dos países de raíz protestante en los que la lectura compulsiva de la Biblia había persuadido a sus ciudadanos de ser los elegidos de Dios frente al infiel. Todd habla también de una «diferencia antropológica», patente en la estructura familiar, que justificaría la excepción de Inglaterra, donde el protestantismo se basó en el florecimiento de las libertades civiles y en la primacía del Parlamento. 

«La siniestra propaganda de Maduro acerca de su legitimidad popular y revolucionaria se nutre en gran parte de la insustancialidad que ahora ha puesto en evidencia la claudicación de Edmundo González»

El siglo XXI, en cambio, se estaría caracterizando por un proceso de «descristianización» que no solo afecta a la esfera religiosa sino también a los ritos —la desaparición del bautismo y la generalización masiva de las incineraciones—, la sexualidad, la organización familiar y por supuesto la política. Ello habría propiciado que las viejas democracias representativas se hubieran transformado subrepticiamente en oligarquías democráticas en las que los dirigentes desprecian a los ciudadanos y estos a su vez no se sienten representados por los políticos, que en consecuencia solo buscan formas de engañar a las masas.

Según el análisis de Todd, ahora, tras un periodo «zombi» en que los Estados-nación han transitado del viejo orden a un nuevo caos, estaríamos en «un estadio religioso cero» que habría hecho desaparecer tanto el sentimiento nacional como la ética del trabajo, la noción de una moralidad social vinculante y la capacidad de sacrificio por el bien de la comunidad. El cristianismo está sin duda en la base de todas las principales creencias colectivas europeas, tanto en el comunismo como en el socialismo, en el gaullismo en Francia, en el laborismo y el conservadurismo en Gran Bretaña así como en el nazismo, la socialdemocracia y la democracia cristiana en Alemania. A ello cabría añadir, posiblemente, todos los movimientos redentoristas de América Latina.

El estadio religioso cero se caracteriza por un nihilismo en el peor de los casos militante, un culto a la nada que hace del individuo un títere de las grandes corporaciones. «Ahora que nos hemos liberado en masa de las creencias metafísicas», escribe Todd, «fundadoras y derivadas, comunistas, socialistas o nacionales, experimentamos el vacío y nos encogemos. Nos convertimos en una multitud de enanos miméticos que ya no se atreven a pensar por sí mismos, pero que, sin embargo, resultan ser tan intolerantes como los creyentes de antaño».

Aunque su relato —como él mismo reconoce— es a menudo demasiado grueso y apresurado, con saltos históricos vertiginosos y conclusiones precipitadas y exageradas, la argumentación de Todd sirve para explicarnos cómo se está estructurando el vacío en el escenario geopolítico mundial. El grado cero religioso en el que estaríamos ha empezado a estimular una competencia de vacuidades que se retroalimentan sin que en ellas haya nada más que un recipiente con una etiqueta caducada. La Unión Europea sobrevive a trancas y barrancas al hundimiento de su ilusión fundadora y a la parálisis del eje franco-germano que había sido su locomotora. La batalla comercial entre Estados Unidos y China es el ejemplo perfecto de ese nivel cero que ha convertido a las dos ideologías hegemónicas del siglo XX en una caricatura de sí mismas que a su vez alimenta todas las guerras en marcha, de Ucrania a Israel. Como bien dice Todd, la tradicional manifestación del nihilismo es siempre la guerra, una violencia que ya nadie sabe muy bien para qué ni contra quién se ejerce

La reciente crisis de Venezuela es también un ejemplo de cómo se está estructurando un mismo vacío en América Latina. La oposición a la tiranía y al fraude de la dictadura de Maduro ha desembocado en el sainete de la huida de Edmundo González y su vaivén de medios reconocimientos y oscuras diplomacias, todo orquestado, al parecer, por Zapatero, nuestro particular Mr. Chance, aquel jardinero analfabeto, interpretado por Peter Sellers, que gracias a una especie de oligofrenia oracular hace creer a todo el mundo que es un gran político. La siniestra propaganda de Maduro acerca de su legitimidad popular y revolucionaria se nutre en gran parte de la insustancialidad que ahora ha puesto en evidencia la claudicación de Edmundo González.

Las inminentes elecciones presidenciales de Estados Unidos son también un ejemplo de lo mismo. A la nada absoluta que representa Trump se enfrenta una candidata, Kamala Harris, que sin duda es más sólida y articulada que el empresario, pero que al mismo tiempo no acierta más que a proponer vaguedades y repetir tópicos, nutriendo su discurso con una simple y constante negación de su oponente y enarbolando la bandera de la resistencia a la vez que presume de poseer armas y amenaza con pegar tiros si alguien entra en su casa, un gesto de una frivolidad espeluznante en el país de los asesinatos masivos. Pasa lo mismo en España, donde Pedro Sánchez se ha convertido en el primer lugarteniente de la nada, haciendo de la moción de censura que lo llevó al poder el único contenido de su concepción nacional y democrática. Del otro lado, Alberto Núñez Feijóo vegeta al calor de un parecido nihilismo, a la espera de que el favor nacionalista le permita conformar su particular mayoría espuria con la que tirar del carro y dejar las cosas más o menos como estaban. 

En la última entrevista que concedió, Alexandre Kojève, el verdadero padre de la teoría del fin de la historia, dijo que después de la entrada triunfal de Napoleón en Jena en 1806, ya no había ocurrido nada, tal y como había advertido Hegel. Esa nada, para Kojève, era «el alineamiento de las provincias», algo que parece cada vez más evidente. «Nos dirigimos», decía también el filósofo, «a un modo de vida ruso-americano, antropomórfico, pero animal, quiero decir sin negatividad». La profecía de Kojève coincide con la última frase del libro de Todd: «No olvidemos que el nihilismo hace posible cualquier cosa, absolutamente cualquiera».

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