Una España cada día más pobre
«La erosión de las clases medias se debe a una mala gestión de las políticas públicas, que han hecho inasequibles algunos de los bienes esenciales»
En la crisis de las clases medias se entrecruzan varias líneas, sin que baste una sola para explicarla en su totalidad. Hace ya varias décadas, al inicio del primer mandato de Reagan, Christopher Lasch publicó un ensayo titulado La revuelta de las élites en el que criticaba el nuevo marco mental del conservadurismo americano. Recuerdo que, a finales de los noventa, hablé de este libro en una cena veraniega con Félix Pons, quien acababa de dejar la presidencia de las Cortes. Sus argumentos no parecieron convencerle mucho, quizás porque consideraba que eran sólo aplicables al ámbito anglosajón. De aquella cena también recuerdo los elogios que el político mallorquín dedicó a Loyola de Palacio –por aquel entonces, ministra de Agricultura–, lo cual indica el escaso sectarismo de Pons, un auténtico señor en la acepción antigua de la palabra.
Pienso ahora en Lasch y en Pons, como pienso en el cierre del siglo XX, tan optimista, tan seguro de sí mismo, y lo comparo con el mundo de mi vida adulta, tan precario y endeble a pesar de su lujo visual y de sus promesas de inmortalidad, las formule Harari o cualquier otro pensador de moda. Nuestra sociedad se resquebraja bajo el peso de las contradicciones y el endeudamiento no puede cubrir todas las grietas que se van abriendo. Al contrario, termina ensanchándolas.
Las razones de la falta de crecimiento –o, si se prefiere, de un estancamiento que empieza a hacerse crónico– fueron apuntadas recientemente por el informe Draghi, y en España se han visto agravadas a causa de la debilidad del tejido industrial y de una estructura económica anquilosada. Por supuesto, sin un crecimiento vigoroso difícilmente se encontrarán respuestas eficaces a los desafíos de la globalización. Orientar la economía nacional hacia el desarrollo tendría que ser, por tanto, una prioridad de Estado, un reto para el que no caben excusas.
Pero, asimismo, resulta crucial entender que la erosión de las clases medias se debe también a una mala gestión de las políticas públicas, que han hecho inasequibles algunos de los bienes esenciales. Tengo presente en primer lugar el acceso a la vivienda, que marca la gran frontera patrimonial de nuestra época. Además de las dificultades a la hora de edificar y de la agobiante burocracia, topamos con una legislación que no favorece el alquiler y con la escasez de vivienda pública. No es el único agujero negro en las finanzas del ciudadano. A la compra de una casa hay que añadir el coste creciente de la educación –con su epicentro en los posgrados y en la sangría constante de las actividades extraescolares– y la carencia de residencias públicas para la tercera edad, así como de centros de día.
«Vivienda, educación y vejez resumen las urgencias principales a las que se van a enfrentar los ciudadanos en su vida»
La pobreza del español medio no se mide sólo por los salarios insuficientes o precarios, ni por la cuantía de las pensiones –seguramente superiores a lo que el país puede asumir–, sino por una desbocada inflación que afecta a los bienes más básicos (vivienda, educación, cuidados para la vejez…), juntamente con la asfixia impositiva y el hiperendeudamiento.
Todo ello nos habla de una política disfuncional que no ha sabido adaptarse a las necesidades del siglo XXI ni a sus exigencias. Estas tres palabras: vivienda, educación y vejez resumen las urgencias principales a las que se van a enfrentar los ciudadanos en el transcurso de su vida y a las que hay que sumar el trabajo (de calidad) y la salud. A la hora de diseñar un Estado del Bienestar apto para mañana, sería bueno que lo tuviéramos en cuenta.