¿Vuelta a empezar?
«La combinación de una nueva crisis energética por la escalada bélica en Oriente Próximo y el posible regreso a la Casa Blanca de Trump resulta muy inquietante»
¿Un nuevo golpe a la economía mundial? ¿Un regalo para Trump? La escalada de la guerra en Oriente Próximo, con la confrontación directa entre Israel e Irán, puede representar ambas cosas. Cuando la enérgica restricción de la política monetaria de los últimos dos años había logrado doblegar la inflación sin dañar excesivamente el crecimiento, un nuevo shock en los precios del petróleo amenaza con llevarse por delante mucho de esa estabilidad recién recuperada.
La guerra en una región tan sensible para los intereses estadounidenses tiene además todas las papeletas de convertirse en la llamada sorpresa de octubre, un evento político que a un mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos tiene la capacidad de influir en los resultados. En este caso, el recrudecimiento del conflicto jugaría a favor del candidato Donald Trump. La combinación de una nueva crisis energética, que obligaría a dar marcha atrás en la rebaja de los tipos de interés para contener las presiones inflacionistas, con efectos depresores en el crecimiento, y la posible llegada a la Casa Blanca del expresidente, cuyas lealtades geopolíticas generan tanta incertidumbre, resulta muy inquietante.
«La guerra contra la inflación ha terminado. Hemos ganado a un bajo coste». El Premio Nobel de Economía Paul Krugman celebraba así hace pocos meses en Twitter los buenos datos sobre la evolución de los precios. Las recientes bajadas de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo, en junio y septiembre, y de la Reserva Federal (Fed), el pasado día 19, confirman esa victoria. La inflación en la eurozona (1,8% en septiembre) y en Estados Unidos (2,5% en agosto) se sitúa ya alrededor del objetivo del 2% que comparten en su mandato ambas instituciones. Un éxito teniendo en cuenta que en octubre de 2022 el incremento de los precios en la eurozona llegó a situarse en el 10,6% y en EEUU en el 9,1% en junio de ese mismo año. Su celebración, sin embargo, puede tener los días contados.
Las propias previsiones moderadamente optimistas sobre el crecimiento y la salud de la economía mundial publicadas por la OCDE hace una semana hoy pueden convertirse por desgracia en papel mojado: «Se prevé que el crecimiento del PIB mundial se estabilice en el 3,2% en 2024 y 2025, con una mayor desinflación, la mejora de los ingresos reales y una política monetaria menos restrictiva en muchas economías que ayudará a sostener la demanda». Al igual que cuando la invasión rusa de Ucrania dio al traste con las previsiones de recuperación de la economía mundial cuando esta apenas levantaba la cabeza tras el socavón provocado por la pandemia, una guerra amenaza de nuevo con golpear al crecimiento mundial cuando apenas recuperaba su equilibrio ¿Vuelta a empezar?
Son muchas las similitudes entre las circunstancias y los efectos de ambos conflictos. Entonces la economía mundial crecía con solidez y la amenaza a su estabilidad que era la inflación, que se había disparado disparada por el shock de la oferta que había provocado la interrupción de las cadenas de producción, comenzaba a corregirse. La crisis energética desatada a raíz de la agresión rusa a Ucrania, con una Alemania altamente dependiente del suministro de gas ruso, disparó los precios de los combustibles y la inflación se elevó hasta las cotas más altas de los últimos 40 años.
«¿Habrá que tomar medidas excepcionales para frenar la inflación como en la crisis anterior?»
¿Habrá que dar marcha atrás en las bajadas de los tipos de interés cuando apenas empezaban a tener efectos dinamizadores en la economía? ¿Habrá que tomar medidas excepcionales para frenar la inflación como en la crisis anterior? ¿Se verán obligados los gobiernos a postergar una vez más los planes de consolidación fiscal? Parece que la economía mundial no logra salir de un estado constante de excepción.
Volviendo al impacto que tendría la entrada de Irán en el conflicto. El país persa ha ido perdiendo peso en el mundo como país productor y exportador de petróleo frente a competidores como Arabia Saudí, Rusia, Canadá, Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos o Kuwait. Exporta el 1,7% de lo que demanda mundial y su crudo no va necesariamente a parar a Occidente debido en parte a la reinstauración parcial de las sanciones comerciales contra el régimen de los Ayatolás. Es de hecho China el país que compra el 90% de sus exportaciones. Lo preocupante es su capacidad para interrumpir el tráfico de petroleros por el estrecho de Ormuz, que es el paso estratégico de una región que produce un tercio del petróleo que se consume en el mundo. Los efectos de un daño en las instalaciones de la región y el tráfico de petroleros pueden ser devastadores.
El precio del barril de crudo Brent, de referencia internacional, ha subido casi un 5% esta semana, hasta los superar los 77 dólares. Algunos expertos hablan de que podría colocarse en los 120 dólares barril antes de que termine el año si se mantiene la tensión. Ante la incertidumbre, las bolsas han reaccionado con fuertes caídas en los últimos días, anticipándose a una posible intervención de Estados Unidos en apoyo de Israel y a los efectos que la subida tendría en los sectores más expuestos: aviación, turismo, el transporte de mercancías, la industria naviera… Y a poco que se prolongue, la agricultura, la alimentación, los servicios. Déjà vu.
Queda la esperanza de que el enfrentamiento con Irán se desinflame. Con las fuerzas israelíes luchando en Gaza y el Líbano, el Gobierno de Netanyahu evite un enfrentamiento directo con Teherán. Estados Unidos ha expresado repetidamente su rechazo a esa escalada. Pero no hay que descartar que el primer ministro israelí, en su despiadada huida hacia adelante, ignore las advertencias de Washington y decida ir por libre. Ya lo ha hecho en anteriores ocasiones.
Las posibilidades de Estados Unidos de negarse a ayudar a su gran aliado en la región a dos meses de las elecciones presidenciales son mínimas. La decisión de intervenir en el conflicto por parte de la Administración de Joe Biden puede pasar factura a la candidata demócrata. Si Kamala Harris no apoya esa decisión, corre el riesgo de quedar como una candidata débil. Trump, mientras, presume de que no había tantas guerras y conflictos en el mundo cuando él fue presidente. Es la sorpresa de octubre. Y en este caso puede convertirse en un regalo para el candidato Donald Trump.