Esto se cae
«Pedro Sánchez no tiene la confianza de sus socios de Gobierno ni es capaz de recuperar la del electorado para superar al PP en las urnas»
La descomposición de un gobierno es un concepto a estudiar. No hablo de transiciones, rupturas o reformas, ni de crisis de gabinete, sino de la putrefacción visible de un Ejecutivo en un sistema democrático más o menos estable como el nuestro. Estaría bien acercarse a los elementos indiciarios de casos similares para sacar una pauta. Lo digo porque la situación del sanchismo ha generado la sensación general de que esto se cae.
El desguace del Gobierno de Pedro Sánchez no es igual a la caída de los presidentes anteriores. No es equiparable a Zapatero, que quebró por una situación económica insostenible y la explosión del 15-M. Tampoco a Rajoy, que fue víctima de una moción de censura que triunfó por la traición del PNV, aunque ya mostraba elementos de descomposición por corrupción, desprecio a las ideas políticas, y desconfianza general. Además, el PP cuando gobierna siempre cuenta con un plus de crítica moral por parte de los medios de la que siempre se libra el PSOE.
Menos aún se parece a la etapa de Aznar, que se fue, dejó los bártulos a Rajoy, y sobrevino el 11-M sin el cual el partido socialista no habría ganado las elecciones. Por esto, con quien tiene más parecidos la situación actual de Sánchez es con la caída de Felipe González entre las elecciones de 1993, ganadas por la mínima, y las del 96, que perdió por el 1,16% de los votos, es decir, 290.328 papeletas. Los casos de la UCD de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo no cuentan porque entre la Transición y las elecciones de octubre de 1982, el partido desapareció en una desbandada histórica hacia otras formaciones.
Aunque hoy la nostalgia, esa enfermedad cognitiva, nos haga añorar los tiempos del socialismo del Antiguo Testamento, lo cierto es que perturbó trágicamente la separación de poderes, colonizó el Estado desde RTVE a las Universidades, inauguró la moderna corrupción económica, recreó el terrorismo de Estado con los GAL, mintió respecto a la OTAN, toleró el coqueteo del PSC con el nacionalismo catalán, e inició al final de su mandato el relato que vinculaba al PP con el extremismo y el franquismo. No todo fue malo, claro, pero aquí se trata de entresacar los elementos que definen la putrefacción. No obstante, ni siquiera entonces las señales eran tantas ni tan evidentes como ahora.
El primer indicio de la descomposición es tener al frente a un líder sin autoridad (mando) ni auctoritas (influencia), como le ocurrió a González en sus últimos años. Sánchez se ha ganado a pulso que nadie confíe en él, ni siquiera sus socios más entrañables, como Bildu o Puigdemont. Esta desconfianza no parte únicamente de la evidencia de que no cumple su palabra -salvo con ETA-, sino de que trata siempre de destruir a un aliado confiado. Fíjense en Pablo Iglesias y Unidas Podemos, con menos intención de voto hoy que el partido de Alvise. Sánchez propició su hundimiento alimentando la ambición de Yolanda Díaz, a la que Iglesias aupó. Con ella dividió a la dirección con las emociones más básicas, sabiendo que Irene Montero y compañía se contentarían con retiros dorados como el Parlamento Europeo.
«El impacto de ese runrún es grande porque Sánchez ha intentado convertir al PSOE en un coro norcoreano de súbditos»
Sánchez, en suma, no tiene la confianza de sus socios, ni es capaz de recuperar la del electorado para superar al PP en las urnas. Con los españoles ha perdido la imagen del gobernante con autoridad para hacer realidad su programa -hace el de los socios- ni con influencia, ya que es visible que los cargos y medios sanchistas obedecen como siervos autómatas, no como personas convencidas.
Esa pérdida de confianza se demuestra, además, con las voces críticas que cada vez suenan más fuertes. Este sería el segundo indicio. El impacto de ese runrún es grande porque Sánchez ha intentado convertir al PSOE en un coro norcoreano de súbditos. Por eso sorprende. Esto no pasaba en el partido socialista de González, donde la queja pública era frecuente. Ahora, las palabras de Tudanca, Lobato, Lambán y García Page, siendo susurros de monja, llaman la atención porque muestran la debilidad interna actual de Sánchez. De ahí que el secretario general del PSOE haya adelantado el congreso del partido para iniciar la purga, y haya entrado en una trifulca absurda con los socialistas de Castilla y León.
El tercer indicio es la corrupción generalizada que apunta directamente al presidente del Gobierno. En esto la equiparación con el último González es clara y la sobrepasa. Nunca había estado implicada la familia presidencial, ni tan extendida en tantos ministerios y autonomías. Las informaciones que está publicando la prensa libre muestran el alcance: Ábalos, Armengol, Calviño, Salvador Illa, Marlaska, Ángel Víctor Torres, Reyes Maroto y Teresa Ribera, que para empezar no está mal. A esto se une el señalamiento de la Esposísima del Presidente, Begoña Gómez, y del Hermanísimo. Todos y cada uno apuntan a Sánchez.
Estos tres indicios de descomposición bastarían para que cayera un Gobierno por dimisiones en cadena. Esto no va a ocurrir porque aprovechan su aforamiento y el control de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado. También serviría para un hundimiento en las urnas, pero el electorado se sostiene por la fuerza de los medios de comunicación sanchistas, asunto que no ocurría en la década de 1990 con González. Hay más indicios de que esto se cae. Están señalados al principio -colonización, mentiras, etc-, y otros son nuevos en nuestra política -aislamiento de las democracias europeas y alineamiento con dictaduras americanas y terroristas de Oriente Próximo-. Tomemos nota porque se acerca el fin y será de traca.