THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Lo parecido, lo diferente

«Estamos ante un ‘shock’ por un profundo cambio de paradigma y los populismos son una hiperreacción romántica que trata de aferrarse a narrativas del pasado»

Opinión
1 comentario
Lo parecido, lo diferente

Ilustración de Alejandra Svriz.

Nicolás Maquiavelo, tratando de ganar los favores de Lorenzo de Médici, le escribió un manual de consejo político que, entre otras muchas cosas, decía: «La naturaleza de los hombres es tal que, de ser una vez corrompidos, no puede uno esperar que mejoren». La naturaleza humana, desde hace milenios, no ha cambiado. Es por eso por lo que los padres fundadores de las democracias modernas, los ideólogos que rompieron con un pasado fundamentado en la arbitrariedad, los que desencantaron al mundo, se obsesionaron por crear unos equilibrios y contrapoderes con los que evitar la corrupción misma de las democracias.

La historia no se repite, pero rima, frase que se le atribuye a Mark Twain. A España, a nuestra España contemporánea, esta frase le va como anillo al dedo. Sin embargo, habría que ver qué versos riman con el pasado cercano y cuáles son nuevos, qué está cambiando, cuál es la pendiente por la que se está deslizando nuestra democracia. En la política nacional, hay cosas tan evidentes como que cada vez que el partido socialista llega al poder, los episodios de corrupción, malversación o utilización partidista de las instituciones parecen ser la norma. Eso pasó durante el periodo de Felipe González, el hoy —paradójicamente— añorado líder socialista. Episodios grotescos y chuscos como las fotos de Roldán, otros mucho más complejos como el Sr. X, otros de simple y mera avaricia con despachos sevillanos por los que pasaban empresarios a pagar sus mordidas por contratos públicos.

Como vemos, esto parece casi un hábito de la bancada socialista, no hay gobierno del PSOE en el que, rápidamente, no aparezcan este tipo de comportamientos. Bien es cierto que, el actual, puede que tenga el récord de celeridad en la conformación de presuntas tramas de corrupción. Hay algo que podría pasar desapercibido por evidente: para poder lucrarse del poder, hay que tener el poder. Y aquí podemos ver esas rimas de la historia, una de aquellas decisiones que han condicionado toda la política nacional hasta nuestros días y que, justificada como «política de Estado», en verdad, escondía la necesidad de mantener a toda costa el poder para seguir con el momio y como muro de contención frente al poder judicial. Me refiero a la primera negociación con el nacionalismo por allá en 1993. Momento en el que empezó la subasta de la soberanía nacional al mejor postor.

Ese flanco expuesto de nuestra democracia propició la paulatina decadencia de nuestro sistema y, a su vez, expuso las grietas por las que el populismo y los nacionalismos patrios empezaron a colonizar nuestras instituciones. Esta especie de entrismo contemporáneo fue aprovechado por una izquierda desnortada convertida en populismo, por los separatismos y por los jetas que se enriquecen a costa de todos. La lección que creo que todos podemos visualizar es que tenemos un sistema político con muy pocos frenos ante la arbitrariedad, un sistema proporcional que, con un simple 50 más uno, da poderes desproporcionados al presidente del gobierno. Los últimos contrapoderes y parapetos de nuestra democracia los encontramos en los jueces y en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Todos ellos sometidos a la presión política, mediática y administrativa, a la utilización de todos los resortes en manos del Ejecutivo para presionar y amedrentar a los servidores públicos que, por responsabilidad y altura de miras, pagan un alto precio por cumplir con su deber.

Hasta aquí lo parecido, hasta aquí la rima de nuestra historia reciente. Lo que ha cambiado es algo cultural, de cultura democrática, de falta de cultura democrática. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha tenido que recordar al presidente del Gobierno que «todos los poderes públicos están sometidos a la ley». La gravedad la encontramos en la concepción que parece tener nuestro presidente de la política y de la democracia. Concepciones que insinúan que el Poder Ejecutivo debe ser autónomo, que el legislador se debe al «poder del pueblo» o que la justicia no puede cambiar la voluntad popular, nos llevan a escenarios predemocráticos o, en conceptos más modernos, nos deslizan a esas «democracias iliberales» que se van extendiendo por el globo.

«La oposición debería entender con quién se enfrenta y cómo actúa, no estamos ante las formas de los años ochenta y noventa»

Esa visión patrimonialista del poder nos lleva a otra novedad que, en verdad, es una profundización de la descomposición del Estado que, como decía, arrancó en ese 1993. Estamos ante una vuelta de tuerca de calidad. Tanto el PSOE como el PP, en sus negociaciones con los nacionalismos, mantenían cierta coherencia narrativa entendiendo que había una nación llamada España basada en una monarquía parlamentaria. El problema es que ahora, en este nuevo ciclo, se antepone todo a continuar en el poder. Se vende lo nuclear, lo que sustenta y garantiza la continuidad de nuestra democracia, se activan sutiles y menos sutiles narrativas que ponen en cuestión las bases de nuestro sistema político, como, por ejemplo, la monarquía. Se ceden las instituciones básicas, se cambian las normas a petición de quien no cree en la norma fundamental. Se cambian, por la puerta de atrás, los grandes consensos de nuestra democracia.

Esta obsesión totalizadora alcanza, cómo no, al llamado «cuarto poder», la disensión es mal digerida por los aspirantes a ser la «vanguardia del pueblo», a los que están enriqueciéndose a costa de un Estado hipertrofiado, a los que manosean las instituciones en beneficio propio. La libertad da miedo tanto a los que se creen su propio discurso mesiánico, como a los que, en forma de rémora, buscan las migajas del poder. Frente a esta nueva/vieja forma de concebir la política, la oposición debería entender con quién se enfrenta y cómo actúa, no estamos ante las formas de los años ochenta y noventa. Hoy, por las distintas razones que he comentado, la política se ha convertido en lo que, por otra parte, siempre ha sido: una lucha descarnada por el poder.

Cabría preguntarse el porqué de esta metamorfosis, el porqué de la aparición de este tipo de populismo o el porqué de la metamorfosis de los partidos de izquierda. Es un fenómeno global que se concreta con las características singulares de cada sociedad. Sinceramente, y lo que voy a decir va a sorprender, creo que estamos ante un shock por un profundo cambio de paradigma, y estos populismos son una hiperreacción romántica que trata de aferrarse a narrativas del pasado que están siendo desbordadas por una cosmovisión distinta. Esta izquierda populista abraza lo identitario porque se ha vuelto más conservadora que cualquier partido de derechas. Se abraza a romantizados discursos y trata de mantener la ficción del «progresismo» decimonónico, sin darse cuenta (ni la derecha tampoco), del profundo cambio de significado en ese significante llamado «progresismo».

Mi tesis es que estamos visualizando la tensión y la brecha entre las generaciones predigitales y las posdigitales. Las segundas, por cómo entienden y se asoman al mundo, con una miríada de ventanas con las que comunicarse y oxigenarse, con una forma profundamente distinta de entender este mundo, les hace más inmunes ante los relatos monolíticos de esas corrientes políticas e ideológicas que tratan de imponer una visión unívoca de la realidad.

Esta tensión irá acrecentándose a medida que aparecen nuevas formas de aproximación a la realidad, las herramientas IA harán que convivan tres generaciones, la predigital, la posdigital y la posIA. El que entienda esto, el que vea que los postulados y las formas de la política tradicional frente a estas nuevas generaciones son como querer atrapar agua con las manos, tendrá la explicación de la hiperventilación del populismo o las extravagancias de movimientos como el del separatismo catalán y, a su vez, disfrutará las respuestas de cómo afrontar (políticamente) esta nueva realidad.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D