THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

El pasado idealismo de la izquierda

«Sólo la tozudez de no analizar la historia real de la izquierda (no sus sueños) puede mantener aún la supremacía moral del izquierdismo, no antaño, sino ahora mismo»

Opinión
18 comentarios
El pasado idealismo de la izquierda

Caída del muro de Berlín. | Archivo

Quizá sea importante aclarar muy de entrada que los términos «izquierda» y «derecha» (en su sentido ideológico) no son hoy lo que eran hace 50 años, digamos -y de ahí para atrás- aunque no sean pocos quienes se empecinan en verlos como normas o significados inmutables. La Revolución Francesa de 1789 -la que más ha marcado la vida europea- empezó como un disturbio violento y radical, y tras unas décadas, no precisamente amables (el Terror, el Imperio) se convirtió en una cabal revolución burguesa, que mantuvo, con todo, los ideales de libertad y fraternidad y que terminó imponiendo la laicidad al Estado, lo que no quería decir prohibición de las religiones. En 1917, y en la Rusia de los zares -no en el país con proletariado urbano como Marx creyó- acaece la última y muy desflecada revolución contemporánea. La Francia de 1860 es, en el camino que seguimos, un éxito, un país más libre si no más poderoso que Inglaterra. Pero la URSS de 1940 es ya un escondido y estrepitoso fracaso. Nuestro presente sigue condicionado por esto y es lo que, someramente, intento bosquejar.

Los extremistas y radicales terminaron como minoría en Francia, pero los radicales y extremistas soviéticos se convirtieron en una feroz dictadura, que no hacía lo que predicaba. La famosa «dictadura del proletariado» del marxismo-leninismo, no es sino la dictadura de un partido, el Comunista, que somete, tiraniza y priva de libertad a todos los que no formen parte de su «nomenklatura». Los exilados de la Revolución rusa (y no los monárquicos ni los oligarcas) dejaron muy pronto claro lo que brutalmente ocurría tras el telón de acero, que por algo intentaba no ser visto. Pero los socialistas -radicales- y comunistas de Occidente, atribuyeron las informaciones de quienes huían de una dictadura empobrecedora, llanamente al reaccionarismo burgués y de derechas. Fernando de los Ríos (1879-1949) uno de los prohombres del socialismo histórico español, viajó a Rusia poco después de la Revolución. Vio la falta de libertad y en su entrevista con Lenin le preguntó cuándo volvería la libertad al pueblo, a lo que el jerarca soviético respondió: «¿Libertad para qué?». Está contado en el temprano libro de De los Ríos, Mi viaje a la Rusia sovietista (1921). A partir de ese momento, este hombre que creía en la democracia y la libertad, procuró apartar al PSOE de toda vinculación marxista. No obstante, estos, las izquierdas, actuaban con una razonable superioridad moral, porque eran los izquierdistas (y buena parte de una intelectualidad comprometida) quienes querían la igualdad, la libertad, la fraternidad y los derechos sociales para todos, incluyendo la laicidad y el voto femenino. Esta «superioridad» de la izquierda, que tuvo verdad y sentido, pese a que detrás todo eran sombras, subsiste aún, es lo que llamo «el idealismo de la izquierda» que tiene el terrible inconveniente de olvidar su ya histórico fracaso.

Cuando cae el muro de Berlín, y con él todas las dictaduras comunistas de Europa, incluida Rusia (quedan China y Cuba) la mayoría comprobamos asombrados -era 1990- lo que bastantes ya sabíamos: el comunismo había resultado, fuera de sus ideales primigenios, una dictadura cruel, a menudo criminal y empobrecedora. Históricamente, el comunismo (tal como se puso en práctica) cayó, y recuerdo bien el placer de muchos jóvenes búlgaros o húngaros al abandonar aquel mundo del que abominaban. Pero el «idealismo» de la izquierda persevera. Es lo mejor y lo único noble, cara al futuro. Puedo no discutir las buenas ideas progresistas y libres de los iniciales revolucionarios (recuerdo al desilusionado Carrillo viejo, diciendo que, aunque se hubieran ejercido mal, aquellos ideales eran buenos) pero no entiendo a los ya viejos jabatos de ahora mismo -tipo el no muy lúcido Pablo Iglesias- apoyar como ingenuo todo el horror, que seguramente también niega. ¿Cómo viendo la desolada y espantosa Cuba, el desastre engañoso de Venezuela, China capitalista con legislación comunista, puede hablarse aún de ejemplo? Sólo la tozudez de no analizar la historia real de la izquierda (no sus sueños) puede mantener aún la supremacía moral del izquierdismo, no antaño, sino ahora mismo.

«La izquierda no tiene ya superioridad moral, que sólo se demuestra andando»

Pero es que la «izquierda» de hoy no es la de antes, ni en lo malo. Ahora se puede alabar a Stalin y al Che Guevara, desde opulentas mansiones de millonarios, mientras la clase media lo pasa regular o mal. Mussolini o Hitler son deleznables y lo son, pero ¿Lenin, Stalin, Mao o Castro, a los que se deben opresión y muertes pariguales, estos qué son, como definirlos? ¿Bienhechores de la humanidad? La socialdemocracia debe quedar fuera de esto, porque condenó el leninismo, pero ¿es hoy visible como lo fuera no hace tanto?  Muchos izquierdistas moderados huyeron de la España marxista, en la horrible Guerra Civil, donde no todo era azul o rojo. La izquierda no tiene ya superioridad moral, que sólo se demuestra andando; pero que lo moderado no gusta se verá en que este artículo (verbigracia) disgustará igual a la derecha férrea y a la izquierda podemita y a sus lerdos similares. Mundo malo.

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