THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

En busca de la Atlántida

«En estos tiempos atormentados resulta imprescindible el mantener sueños e ilusiones. Y la Atlántida, quimera o realidad, es de los más hermosos»

Opinión
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En busca de la Atlántida

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Los grandes descubrimientos arqueológicos conmovieron a la ciencia y a la humanidad. Así ocurrió con Troya (Schliemann, 1870), con la tumba de Tutankamón (Howard Carter, 1922), o con el Machu Pichu (Agustín Lizárraga / Hiram Bingham, 1902/1911). Estos espectaculares hallazgos fueron primera plana de todos los periódicos del mundo y aún hoy, más de un siglo después, continúan conmoviéndonos y asombrándonos. Pues bien, todos ellos juntos, toda la expectación agrupada que durante tantos años suscitaron, en poca cosa quedaría en comparación con el mayor descubrimiento que la humanidad podría realizar. ¿Cuál? La respuesta es fácil. Pues la Atlántida, el gran mito platónico que nos ha acompañado durante 2.500 años, y que, a día de hoy, en estos tiempos digitales y de IA, sigue levantando la misma pasión que la del ayer, cuando la historia de la gran ciudad sumergida, castigada por los dioses por su soberbia, se contaba alrededor de los fuegos inteligentes de la Grecia clásica.

A buen seguro, lector, que ya habrás esbozado una sonrisa de descreimiento. ¡Ah, ya, la Atlántida! ¡Pero si no existe, si no es más que una fantasía del ayer! Y puedes que tengas razón… o no, quién sabe. La Atlántida, hasta ahora, solo ha sido cosa de locos y poetas, nadie serio se atrevía a acercarse a ella, por temor de quedar señalado como frívolo, fantasioso y embaucador. La ciencia, la historia, la arqueología, miran para otro lado, sin interesarse demasiado en un asunto enojoso y arriesgado. Cualquier opinión puede destruir una carrera académica. Por eso, es difícil que desde la academia se produzca un intento serio y sistemático de comprobar su existencia. Y, por una parte, hacen bien, pues a día de hoy no existen evidencias arqueológicas debidamente publicadas que sustenten la existencia de la ciudad de los atlantes.

Por eso, consideran que la Atlántida es cosa de los mitólogos y antropólogos, no materia científica. Hasta ahí, de acuerdo. Pero, por otra, quizás deberían elevar su mirada de manera más osada. Nadie creyó a Schliemann cuando dijo que la Troya cantada en La Iliada existió de verdad. Todos le despreciaron, porque consideraban el texto homérico como una simple epopeya mítica. Pues bien, Schliemann tuvo razón al saber ver el mapa que atesoraba La Iliada, que le condujo hasta la misma Troya, ante el estupor de la ciencia de su momento. Acababa de demostrar que, bajo el mito, en muchas ocasiones se esconde una realidad deformada por voces y tiempos, pero realidad histórica, al fin y al cabo.

Pues bien, la Atlántida –hasta ahora el mayor de los mitos de la humanidad y que goza de una sorprendente lozanía– pudo existir y, además, puede encontrarse, enterrada o sumergida, bien cerca de nosotros. Pero, ¿cómo puede ser eso?, me preguntas sorprendido. Pues apuntemos algunas razones. La primera, por su prescriptor, el mismísimo Platón, cimiento del pensamiento occidental, al que tan en serio nos tomamos todo lo que dice, menos cuando se refiere a la Atlántida, al parecer. El filósofo describe con sorprendente precisión y extensión la historia atlante en dos de sus famosos diálogos, el Timeo y el Critias, molestándose en aclarar la fuente de su información. No está contando un mito, está narrando lo que él considera una historia ejemplar. Y dice que está un poco más allá de las Columnas de Hércules, o sea, aquí, en algún lugar del suroeste hispano.

Son muchos los lugares en los que a lo largo de los siglos se ha tratado de ubicar a la mítica ciudad sumergida. En el centro del Atlántico, en una isla-continente sepultadas por sus aguas; en la isla griega de Santorini, parcialmente destruida por la explosión de un volcán; en las estribaciones del Atlas o en las islas del Caribe. Nadie sabe. Pero, la mayoría de las voces apuntan que, de existir, debe encontrarse donde apuntó Platón, es decir, un poco más allá de las Columnas de Hércules. ¿Por qué, entonces, no la buscamos?

«Cuando Sautuola descubrió los fabulosos bisontes de Altamira fue ridiculizado por la academia francesa»

Grandes documentales, como los de Cameron de National Geographic, o libros diversos, indagan, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor método y fantasía, su posible localización. Conozco opiniones –todas ellas basadas en ciertas evidencias– que apuestan por su localización sumergida frente a las costas gaditanas u onubenses, o enterrada en las actuales marismas del Guadalquivir, o bajo la Algaida sanluqueña, o bajo Isla Mayor, o bajo la actual Sevilla, ¿quién sabe? ¿Y si alguna de ellas tuviera razón?

¿Y si tenemos la Atlántida delante de nuestras narices y no la sabemos ver? Ya nos ocurrió, por ejemplo, con las pinturas rupestres, que siempre estuvieron ahí, en cuevas que visitábamos sin que supiéramos verlas. Cuando el bueno de Sautuola descubrió los fabulosos bisontes de Altamira fue ridiculizado por la academia francesa, que consideró entonces como un imposible que los brutos del paleolítico pudieran crear semejante obra de arte. El pobre murió sin ser reconocido, para resultar posteriormente aclamado y admirado una vez que se comprobara que su osada mirada había desvelado para la humanidad un arte que, sorprendentemente, no supimos ver durante milenios.

Tenemos en el suroeste de la península una espectacular cultura megalítica que atesora dólmenes como los de Menga, Soto, Alberite o Valencina que causan asombro. Se siguen localizando ciudades calcolíticas rodeadas de grandes fosos. El colosal yacimiento de Valencina es difícil de comprender. Por eso, son varias las voces que apuntan a un posible imperio o reino calcolítico, quién sabe. El caso es que tenemos restos increíbles que todavía no hemos sabido leer en su conjunto. Resulta risible el ver en nuestros museos las ilustraciones que acompañan a los constructores de dólmenes como gentes primitivas en taparrabos. Se equivocan. Se trataron a buen seguro de gentes cultas, instruidas en el arte de la arquitectura y de la organización. ¿Quiénes fueron? ¿A qué dioses rezaron? ¿Quién fue su rey? No lo sabemos. Pero haberlos, húbolos, a buen seguro.

«Ojalá algún día pudiera aparecer, pero, mientras tanto, disfrutemos con el aroma y la enseñanza de su relato»

Creo que es nuestro deber, por lo menos el de los divulgadores, el dar a conocer las diversas hipótesis en marcha. Así lo haré, como ya hacemos desde Almuzara al publicar libros diversos y apasionantes sobre la materia. Y debo reconocer el enorme avance que han supuesto los cursos de veranos que sobre la Atlántida organiza en La Rábida la UNIA, bajo la dirección de José Orihuela. Por vez primera, bajo techo universitario, se ha debatido sobre el mito o la realidad, que nadie sabe todavía. Y allí expusieron, por ejemplo, Donnellan o Lozano, cuyos documentales, todavía no estrenados, generarán un gran debate a buen seguro, lo que es bueno y oportuno. He tenido la fortuna de previsualizar el de Michael Donnellan y estoy realmente sorprendido. Nos aguardan muchas sorpresas en forma de documentales o libros que seguiremos con interés. Quién sabe si pueden iluminar el mayor de los misterios que vieran los siglos.

Exista o no –y yo soy de los que cree que puede existir– es hermoso saber que el mito nos envuelve. Ojalá algún día pudiera aparecer, pero, mientras tanto, disfrutemos con el aroma y la enseñanza de su relato. En estos tiempos atormentados, de guerras, escándalos y sobresaltos varios, resulta imprescindible el mantener sueños e ilusiones. Y la Atlántida, quimera o realidad, es de los más hermosos que jamás tuviera la humanidad. Y está – o puede estar – bajo nuestro suelo. ¿No resulta cosa bella y estimulante?

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