El esplendor de lo cursi
«Cursis en la política, en la economía, en la diplomacia, en los hábitos sociales, en la cultura. Es una orgía de cursis desmadrados, empoderados de sí mismos»
Lo cursi es algo genuinamente español -como guerrilla, y liberal-. Los tres términos surgen en el siglo XIX. Pero lo cursi hoy alcanza su esplendor. Cursis en la política, cursis en la economía, cursis en la diplomacia, cursis en los hábitos sociales, cursis en la cultura. Es una orgía de cursis desmadrados, empoderados de sí mismos que han logrado convertir el patio de monipodio cervantino en un escenario deslumbrante de cursilerías al por mayor. «La palabra cursi no puede verterse en ningún otro idioma» escribía un ingenuo Ortega en 1929. Y continuaba: «El hecho que enuncia es -en rigor, fue- exclusivamente español, en el significado de cursi, se vería concentrada toda la historia española de 1850 a 1900».
No se imaginaba Ortega que la cosa no había hecho nada más que empezar, que lo cursi es un fantasma que recorre cada rincón de la vida española estos días, cerca de cien años después. Y continuaba: «La cursilería como endemia, sólo puede producirse en un pueblo anormalmente pobre que se ve obligado a vivir en la atmósfera de un siglo XIX europeo, en plena democracia y capitalismo». Como la sociedad española pobre, lo que se dice pobre de solemnidad ya no es, y la democracia, al menos en estos últimos cuarenta años, ha funcionado moderadamente bien, habrá que convenir que la cursilería se ha modernizado, pero como el dinosaurio de Monterroso, sigue aquí, y de qué torrencial manera.
Otra perla orteguiana: «La cursilería es una misma cosa con la carencia de una fuerte burguesía, fuerte moral y económicamente. Ahora bien, esa ausencia es el factor decisivo de la historia de España de la última centuria». Ahora, la cosa se complica. Habrá burguesía (término tan antiguo como entrañable), pero en contra de lo que opinaba el bueno de Ortega, esa burguesía se ha contaminado de la cursilería hasta convertirla en una seña del Patrimonio Nacional berlanguiano (intangible, claro). Para cursis no sólo los que tienen pasta sino todos aquellos que, gracias al babel de las redes sociales, muestran su magnífica retórica cursi sin cortarse un pelo y que, con su ejemplo, son seguidos por cientos de miles de, digamos, simpatizantes, y lanzan en cascada su manual de cursilería al resto de la sociedad exhibiendo y exigiendo sus usos y costumbres.
Si es que Ortega estaba en lo cierto, ante el guirigay nacional, habría que poner en cuarentena sus palabras. Porque si para entonces el cursi era alguien que miraba por encima del hombro a sus compatriotas y lo sabía todo antes que nadie (aquí el matrimonio de lo cursi y lo pedante alcanza todo su apogeo), ahora el juego se complica. Va más allá. No se limita al uso personal de lo cursi, sino que se extiende a un modelo de pensar, vivir, actuar, crear y gobernar.
«Hoy la cursilería, gran progreso nacional, es interclasista»
En Ensayo sobre lo cursi, 1934, Ramón nos señala las líneas que dividen lo cursi bueno de lo cursi malo. Del malo, que es el que se ha impuesto hoy, recuerda: «En los momentos de gran preocupación social (…) aprovechando que las gentes no están para nada, tiende a prevalecer el cursi malo. Lo sensiblero coacciona, adormece, inmoviliza, recarga, suprime vuelo al espíritu, se aprovecha de la gangosidad de la ternura y de la delimitación de lo blandengue». En efecto, nuestro cursi contemporáneo muestra en todo su soberano esplendor elevadas dosis de gangosidad intelectual y un sonrojante enaltecimiento de lo blandengue.
Claro que todo viene de antiguo, ese ilustrado que fue Cadalso, ya en el siglo XVIII acuñó un término extraordinario: «eruditos a la violeta», otro ingenuo, se remitía al mundo literario, hoy ese club castizo que forman cursis y eruditos a la violeta está en más ámbitos que los propiamente literarios. Escuchen, lean. Es un festín. Hoy la cursilería, gran progreso nacional, es interclasista. En paralelo, hemos conseguido exportar el término allende nuestras fronteras y no responde a una o a dos ideologías políticas. Gran hazaña española: hemos globalizado lo cursi. No todo iba a ser conquistar América. El lenguaje digno del más granado Cantinflas para los discursos políticos que se pretenden trascendentes. El ilegible teclado académico que destilan para uso curricular las cátedras universitarias. La apelación a la memoria con el fin de borrarla, en magistral paradoja, cuanto más se habla de ella más se elimina de los planes de estudio.
Claro que ya Bergamín sentenció que «la paradoja es un paracaídas del pensamiento» y la fiesta de lo cursi culminada con la borrachera de una terminología aquí, allí y más allá, que si uno, delicadamente la llega a entender, se le cae el alma a los pies y no consigue levantarla. Si lo cursi, en su renovado esplendor, se consolida, entonaremos un largo adiós a la vida que conocimos cuando lo cursi se limitaba a esos desdichados personajes galdosianos.