THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

¡Ojo con Hearst!

«No es casual que en uno de los mítines de Trump apareciera un humorista y calificara Puerto Rico como una isla de basura flotante»

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¡Ojo con Hearst!

Juan Ramón Jiménez, retratado por Joaquín Sorolla en 1932.

No es casual que en uno de los mítines de Trump apareciera un humorista y calificara Puerto Rico como una isla de basura flotante. No puede serlo, así que empecé a indagar. Como estamos en octubre –el mes de los nobeles– lo primero que hice fue recordar que a Juan Ramón Jiménez le habían dado el Nobel de Literatura mientras vivía exiliado en Puerto Rico. Inmediatamente me dirigí a una mesa-camilla y concentrándome en un punto, como si ese punto fuera el Aleph, solicité la presencia del espíritu de Juan Ramon. Tardó mucho en dar señales de vida y cuando lo hizo se me puso juanramoniano primerizo: «La tierra duerme» –me dijo– «Yo, despierto, / soy su cabeza única». Después hubo ruidos sordos y un lamento en el que me pareció distinguir tres sílabas: Ze-no-bia. Sí, somos más fáciles de lo que creemos.

Entonces habló Trump para excusar a su orate y dijo algo así como que aquel chiste era una declaración de amor. Para añadir que todas sus palabras eran un festival de amor. El espíritu de Juan Ramón continuaba impertérrito y en silencio. Interpreté ese silencio como un espacio en el que podía colarme y con el eco de Trump en mis oídos evoqué los versos en prosa de Espacio, para mí el mejor libro de Juan Ramón Jiménez –y uno de los mejores libros de poesía del siglo XX: nada que envidiar a Eliot, ni a ningún otro–. En ese libro, parafraseando a Yeats «–lo dijo Yeats» escribe JRJ, protegiéndose–, menciona el amor como el lugar del excremento –la basura del cuerpo–, cosa que gustó mucho al poeta Gimferrer, y que ahora venía al caso por el insulto del humorista en el mitin de Trump. ¿Eran sus palabras una exaltada manifestación de cariz pornográfico hacia Puerto Rico? A ver si se malinterpretaron como pasa a veces cuando gana lo literal a lo literario. Esa «basura» del humorista trumpista, ¿era de verdad un sinónimo amoroso? ¿O tal vez un despojo amatorio? ¿Una pulsión posesiva o una alerta? Ahí estaba Trump, el hermeneuta, para descifrarlo.

JRJ se mantuvo en silencio durante un rato largo y yo seguía con la mirada fija en ese aleph inventado por mi imaginación. Pasados unos veinte minutos, ya estaba a punto de levantarme y marcharme, cuando vi un péndulo en el aire y oí la voz que decía «un poco más al oeste, un poco más al oeste». La duda me hizo removerme en la silla: ¿era Juan Ramón mi interlocutor, o era el profesor Tornasol? Los espíritus conocen nuestro pensamiento y cuando visitas a uno, todos quieren intervenir. Una voz se impuso sobre las otras y me interpeló en tono de riña: «Sea usted serio y no mezcle imposibles; piense en la ONU, ese desastre». Nunca oí hablar a Tornasol de la ONU; volví a concentrarme en Juan Ramón. 

«Ahora piense usted en Annete Falcón –me dijo–: ahí está la clave de la rabieta del humorista. No en mis versos, so tontaina, y tampoco en la habitual pulsión supremacista con el latino». ¡Qué feliz fui en Puerto Rico!, añadió. Yo no sabía quién era la tal Annete Falcón y después de su irritado «so tontaina» no me atreví a preguntarle; el malhumor de Juan Ramón hacía estragos y si te cogía inquina –piensen en sus discípulos del 27, que lo traicionaron– esa inquina era eterna y universal. O sea que preferí mantener mi relación de siempre –la de admirado lector de Espacio– y busqué el nombre de Annete Falcón en Google. 

Efectivamente: ahí estaba esa señora portorriqueña en calidad de miembro de la asociación Adelante Reunificacionistas, cuyo objetivo es que Puerto Rico sea una comunidad autónoma de España, tal como suena y aquí no hay invención ninguna. La mujer hablaba en la ONU, ante el Comité Especial de Descolonización, reclamando su derecho a pertenecer a España. ¿Razones? Así las esgrimía, como una patada dialéctica a las conclusiones indigenistas tan en boga por aquellos lares: «Deseamos»–decía– «recuperar la representación en el Congreso de los Diputados de España, como la tuvimos una vez. Y queremos volver a España porque es un país democrático y moderno, comprometido con nuestra civilización occidental». Para después remachar: «¡Viva Puerto Rico española y olé!» 

Busqué la voz de Juan Ramón y me pareció oír el eco de una risa agradecida y dos palabras repetidas ad infinitum a medida que iba perdiéndose su eco en el aire: «Las cañoneras, las cañoneras, las cañoneras…» ¿Era Trump o el poeta de Moguer? Las remató con una última frase muy, muy clara: «Acuérdense de Hearst y aparten de mi vista ese canapé amarillo».

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