THE OBJECTIVE
Hugo Pérez Ayán

Trump: urge abandonar la superioridad moral

«La historia se va a acelerar otra vez y no estamos preparados. ¿Están los líderes europeos dispuestos a tomar las decisiones necesarias? Eso está por verse»

Opinión
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Trump: urge abandonar la superioridad moral

Ilustración de Alejandra Svriz.

Las noches electorales estadounidenses pueden llegar a ser en realidad días electorales, pero esta vez ha sido rápida y sin dolor, o al menos el justo. Apenas seis horas después de que se cerrasen las urnas se daba carpetazo definitivo a la era Biden-Harris que, atrapada en el sandwich de mandatos de Trump, parece ya solo un sueño lejano. Sueño para los Demócratas, que confiaban en convertir definitivamente el trumpismo en un breve paréntesis de la historia, y sueño para una Europa que durante cuatro años ha renunciado a prepararse para un escenario como este y desarrollar su autonomía estratégica. Ahora, el nuevo mandato de Trump pilla al viejo continente con los deberes sin hacer y, después de cuatro años de procrastinación, saltan las alarmas en todos los palacios de Gobierno. 

Seguramente haya motivos para ello, porque de nuevo se abren múltiples frentes que pueden ser determinantes para la historia del mundo. El primero y más evidente es la guerra de Ucrania. Trump ha repetido hasta la saciedad aquello de que él es el primer presidente de Estados Unidos que no inició ningún nuevo conflicto bélico durante su mandato, asumiendo el relato putinista de que efectivamente el conflicto en Europa oriental lo provocó la administración Biden en su afán de expandir la OTAN. Precisamente el ya presidente electo se vanagloria de su buena relación tanto con Putin como con Zelenski, y una de sus principales promesas electorales ha sido acabar con la invasión rusa. 

El problema es que cuando dice esto todo apunta a que se refiere a forzar una negociación en la que Ucrania se verá obligada a ceder parte de su territorio y de su propia soberanía al renunciar a incorporarse a la OTAN e incluso a la UE. Lo que es prácticamente seguro es que se acabará el suministro de armas al país ucraniano por parte de Estados Unidos y, por tanto, si no hay acuerdo, la resistencia de Ucrania frente a Putin quedará únicamente en manos de los países europeos. Aunque desde el ataque ruso muchos países miembros de la OTAN han aumentado su presupuesto en Defensa hasta alcanzar el famoso 2% del PIB —España no está entre ellos—, el problema es que tan solo ahora tras el informe Draghi se empieza a plantar una estrategia autónoma europea de desarrollo de la industria armamentística. De nuevo, vamos tarde, y si Trump decide cerrar el grifo y no se logra un acuerdo, tendremos a Rusia a las puertas de la Unión. 

Pero este no es el único problema. También durante el primer mandato de Ursula von der Leyen, coincidente en su mayoría con el de Biden, se ha abrazado una agenda decrecentista verde llena de buenas intenciones, pero que ha convertido a Europa en un continente que no innova, apenas produce y se dedica casi exclusivamente a regular. La protección de EEUU nos permitía el lujo de mantener más o menos nuestra prosperidad pese a haber renunciado a ser competitivos, pero ahora no nos queda más remedio que ponernos las pilas, literalmente. Europa no puede seguir siendo dependiente de otras potencias, por ejemplo, a nivel energético, y eso también debería implicar abandonar el populismo anti-nuclear que nos ha privado, sobre todo a España y Alemania, de contar con una fuente de energía limpia y relativamente barata.

Por otra parte, la vuelta de Trump al poder revive el debate del auge de la derecha radical populista, igualmente presente en Europa. Cuestiones como la inmigración y la llamada batalla cultural frente al wokismo son algunos de los factores claves en la aplastante victoria republicana. Nuestro continente no es ajeno a estos problemas y las elecciones europeas del pasado junio reflejan una similar preocupación por parte de su población respecto a estos asuntos. Durante estos años los partidos del statu quo han renunciado también a abordar estos debates, cuando no se han posicionado directamente en el lado del buenismo y el wishful thinking, y, por tanto, los ciudadanos han acabado por elegir aquellas opciones que hablan de esos asuntos que se habían vuelto consenso incuestionable. 

«Urge abandonar la superioridad moral. Los partidos tradicionales seguirán menguando cuanto más retrasen su autocrítica»

De esta manera no vale ya el análisis de dedito en alto diciendo que la gente vota mal, que está desinformada, o que es racista, machista y homófoba. Tal vez una parte de la derecha radical sea esas cosas, pero lo que es seguro es que ni en Europa ni en Estados Unidos más de la mitad de la población lo son, sino que legítimamente se han decantado por la opción política que se ha atrevido a dar voz a sus inquietudes. Urge abandonar la pretendida superioridad moral, el cordón sanitario permanente y asumir que los partidos tradicionales seguirán menguando cuanto más retrasen su autocrítica o más yerren en el análisis de las causas y consecuencias. 

Finalmente, el retorno trumpista plantea muchas preguntas más allá del contexto directamente europeo. El mundo entero está pendiente de las decisiones que tome el líder de la todavía primera potencia del mundo. La batalla comercial con China y la independencia de Taiwán o la guerra en Oriente Próximo también vivirán nuevos episodios bajo esta nueva etapa. Habrá que ver hasta qué punto Trump cumple sus promesas o con las expectativas tanto de quienes le apoyan como de quienes se oponen a él.

Lo único que se puede tomar por seguro es que la historia se va a acelerar otra vez y no estamos preparados para algunas de las posibles consecuencias. De las decisiones que se tomen en adelante dependerá que el futuro de Europa no vuelva a estar en las manos de un puñado de estadounidenses en Pensilvania. ¿Están los líderes del viejo continente dispuestos a tomar las decisiones necesarias? Eso está por verse.

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